La motivación de este artículo guarda relación con una “dinámica confusa” que se está desarrollando en algunos círculos evangélicos, donde aparecen propagadores de mensajes con una gran dosis de positivismo, que en principio puede sonar bonito, pero al aplicarlo a la realidad de las cosas y la razón, sacan malas notas.
Si nos vamos al concepto de mentalidad, afirmamos que cada persona tiene una serie de ideas y convicciones personales que conforman su visión general sobre la vida. Tales ideas y convicciones son el fundamento de una mentalidad de su manera de entender la existencia. Sin embargo, el reino es un territorio donde gobierna un rey; el caso del evangelio da la idea de gobernanza de Jesucristo, quien debe tener control absoluto de nuestra realidad espiritual y física.
Al combinar entonces estas dos realidades, puedo llegar a la conclusión que la idea que se propaga en una gran parte de nuestros “espacios de fe”, sobre la mentalidad de reino, tiene que ver con fuerzas, nuevas revelaciones, y convicciones personales, de las cuales muchos han hecho su “modus vivendis”, y que usan diversos medios para propagarlas con una intención básica de ganar adeptos que puedan ser multiplicadores de esta cosmovisión.
Sin embargo, quiero partir de un principio básico, y es que el momento actual, la circunstancia, no está diseñada para ser un destino como pueden pensar muchos, sino que es el momento que Dios usa para prepararte hacia el destino final.
Si vives con una mentalidad de destino, serás regularmente decepcionado, batallarás para creer que Dios es amoroso, bondadoso, fiel y misericordioso. Te será más fácil quejarte que estar contento, estarás tentado a envidiar la vida de tu prójimo, acostumbrarás a ligar tu felicidad al grado de comodidad que experimentes en las situaciones de la vida y las relaciones con los demás.
La promoción de ideas sobre la mentalidad de destino, de reino, significa poner, todas las esperanzas y sueños, las cual se convierten en una falsa definición de la buena vida, y de una interpretación personal del bienestar, en el momento actual. Esto deja mucho que decir de la cosmovisión cristiana que la persona pueda tener, de la teología que profesa sobre la eternidad; muchos viven como si el presente es todo lo que existiera, intentando convertir el momento actual en un paraíso más allá de lo que la imaginación puede concebir.
En momentos escucho a creyentes proclamar desde diferentes tribunas de que, si eres “hijo del rey”, tienes la promesa vivir en un paraíso terrenal más allá de lo que la imaginación puede concebir, cosa que no es cierta. Las escrituras expresan claramente que vivimos en un mundo corrompido por el pecado, poblado por gente marcada por la impiedad, y esa condición nunca será el paraíso que deseamos que sea.
Si existe un destino glorioso para los hijos de Dios, entonces el tiempo presente no es un destino, sino que debe ser una preparación para un destino final. Existe un propósito y significado para todo lo que enfrentamos en la vida presente. Dios utiliza las dificultades de la vida en este mundo caído para cambiarnos y hacernos madurar, preparándonos para el porvenir.
El pensar sobre el aspecto de la mentalidad de destino, con mentalidad de reino, hay que entender que el tiempo es un estado de preparación, el hecho de que tenemos un lugar garantizado en la eternidad que nos dice quiénes somos, y lo que vamos hacer. Somos peregrinos y extranjeros en un viaje que tiene un destino glorioso asegurado por la gracia infinita de Dios para la vida presente y la eterna, de lo contrario no podríamos completar nuestro peregrinaje.
Al final el consejo para el que pueda leer estas líneas es que es difícil intentar convertir y promover el presente pasajero como un paraíso; más bien agradecer a Dios que nos fortalece cada día en medio de “muchas pruebas y tribulaciones”, preparándonos para nuestro lugar eterno, un reino eterno, la consumación total del plan de Dios.