El libro de Josué nos muestra la conquista de la tierra prometida por los hijos de Israel. Dios quiere movernos hacia adelante y para ello necesitamos renovar lo que nos corresponde del pacto de Dios, ser fieles y consagrados. Una nueva generación de cristianos se levanta hoy en todas partes del mundo y quiere asumir el rol que no pudo cumplir una buena parte de la generación anterior. Dios ordena la circuncisión de nuestro hombre interior como señal de consagración para sus propósitos eternos. En el temor de Dios seremos bendecidos porque él es el autor de todas nuestras victorias. Lectura sugerida: Josué 5.
Estamos a las puertas de un Jericó que nos impide el paso hacia el lugar adonde Dios quiere que lleguemos. Pero ya estamos a las puertas de la tierra prometida. Sólo necesitamos un acto de fe y de consagración espiritual para avanzar y comenzar la conquista.
Una nueva generación de hombres y mujeres dispuesta a borrar la infidelidad de la generación anterior que murió en el desierto y no vería la tierra de la promesa. Se acabó la vida nómada por el desierto, cesó el maná. Llegamos a casa, podemos establecernos y comer ahora de los frutos de la tierra que fluye “leche y miel”, pero todavía se requiere de compromiso. Las bendiciones de Dios vendrán con la consagración y su temor reverente. La conquista será real, si confiamos en que es su batalla, no la nuestra. Su voluntad, no la nuestra, sus armas, no las nuestras.
La simbología del libro de Josué es asombrosa para al pueblo de Dios. Dios quiere movernos hacia adelante. Nos ha dado los recursos más valiosos para todo tipo de conquista: su Espíritu, su Palabra…su Hijo. Lo olvidamos con frecuencia. Debemos renovar lo que nos corresponde del pacto de Dios, ser fieles porque él ha prometido no desampararnos en ninguna circunstancia. Tenemos que circuncidar el corazón cuantas veces sea necesario, arrojar al fuego lo que nos hace inconsistentes, fluctuantes, tibios, carnales y celebrar de vez en cuando las pascuas que nos recuerdan que una vez fuimos esclavos del pecado y que él nos sacó del basurero de las miserias humanas. Honremos al Cordero. El pecado es como Jericó. Se interpone a los propósitos del Señor de la iglesia. Cuando la iglesia camina en el temor de Dios, él conquista por nosotros.
Una nueva generación de cristianos se levanta hoy en todas partes del mundo y quiere asumir el rol que no pudo cumplir una buena parte de la generación anterior. Muchos quedaron en el camino. Por su falta de fe, por sus infidelidades, por su desgano, por el escaso temor al Señor de la historia. Dios ordena la circuncisión de nuestro hombre interior como señal de consagración para sus propósitos eternos. Consagración que ratifique lo que somos por su gracia, consagración para vivir conforme a su voluntad y sometidos a obediencia.
Atrás quedaba el Jordán, el hecho portentoso de las aguas divididas por Dios, pero la victoria será segura si se reanuda el pacto interrumpido por el pecado y se consagra el pueblo circuncidando en la carne, como símbolo de sanidad espiritual, todo lo que no glorifica a Dios, todo lo que estorba a sus propósitos. Es nuestra propia historia. Necesitamos renovación: de la mente, del espíritu, del cuerpo, para poder ver al Ángel del Señor como jefe del ejército del Altísimo, quitarnos las sandalias sucias de nuestros pies y adorarlo (Josué 5:13–15). En el temor de Dios seremos bendecidos porque él es el autor de todas nuestras victorias.
¡Dios bendiga su Palabra!
Lectura sugerida: Josué 5