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La ira de Dios

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, la humanidad está atravesando por grandes dificultades y especialmente los habitantes de naciones que están de espaldas a Dios, rechazando su amor, violando  sus leyes,  dando  riendas sueltas a sus más groseros apetitos carnales y  alcanzar, a como dé lugar, bienes materiales y poder.

Ahora se estila una desafiante inversión de valores, que a lo malo se lo considera bueno y a lo bueno malo. Un triste ejemplo, que está ocurriendo en el mundo, es que ahora vemos  adolescentes y niñas embarazadas, lo que antes era un escándalo, hoy se ha convertido en algo normal. Hospitales públicos y clínicas privadas, así como comadronas, asisten partos de adolescentes, las cuales son incapaces de  cuidar y mantener a sus respectivos  bebés  recién nacidos.

Pero tampoco es de extrañar, y muy penoso por cierto, ver aquí a niños, adolescentes y jóvenes  que son reclutados como sicarios, vendedores y distribuidores de drogas en centros educativos públicos y privados, formando  parte del rosario de delincuentes juveniles y adultos, que pululan en sectores de la capital y del interior del país, haciendo de las suyas, ante la mirada indiferentes de autoridades, al parecer, incapaces de hacer algo para ponerle freno a esa situación.

En el mundo  la corrupción, en todos los órdenes, es rampante, como son los casos del matrimonio de parejas del mismo sexo,  la legalización del aborto y la trata de blanca. Sus autores, de diferentes estratos sociales, son protegidos por la impunidad de una justicia débil,  que solo favorece los intereses de los poderosos, lo que está ocurriendo en muchas naciones del planeta tierra.

Pero todo eso está teniendo su consecuencia catastrófica a todo el conglomerado humano, porque como dice el apóstol Pablo, “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Rom. 1:18).

Es ciertamente verdad que Dios ama al pecador pero odia el pecado, como decimos a veces, pero eso es solo parte de la historia. La Biblia nos dice que si un hombre ama su pecado y se aferra a él a toda costa, rechazando la gracia de Dios, entonces se identifica con el pecado y, a la postre, la ira de Dios en contra del pecado se dirige también en contra del pecador.

Nos identificamos con aquello a lo que nos aferramos y esa es la imagen que nos ofrece la Biblia. Ha llegado la hora de afirmar que Dios tiene capacidad para la ira, manifestándola una y otra vez para advertir a los hombres que huyan de la ira venidera. Los hombres han estado diciendo que si solo hablásemos del Dios de amor, podríamos llenar las iglesias.

Si tan solo pudiésemos apelar a los hombres acerca del Dios de amor, se volverían de su maldad y se sentirían atraídos a él. Pero los hechos demuestran exactamente lo contrario. Durante los últimos treinta años o más el mensaje de la ira de Dios ha brillado prácticamente por su ausencia en los púlpitos cristianos.

Las gentes hablaban acerca de un Dios de amor, pero eso se ha interpretado en la mente de los hombres como un Dios permisivo, un Dios que le permite a usted hacer cualquier cosa sin pagar las consecuencias. Como resultado de ello, las iglesias están más vacías que nunca y en lugar de volverse hacia Dios, los hombres le han desafiado, negándose a creer en Dios y alejándose de él.

Pero no podemos sencillamente predicar al Dios de la ira sin hablar del Dios del amor, porque la ira de Dios es el resultado de su amor, como una manifestación de ese amor. Como dijo Charles Spurgeon: «El que no cree que Dios castiga el pecado, no creerá que lo puede perdonar gracias a la sangre de su Hijo. ¿Pero de qué modo podemos escapar a la ira de Dios? Nahúm también nos dice cómo hacerlo, en el capítulo 1, versículo 7: «¡Bueno es Jehová! Es una fortaleza en el día de la angustia y conoce a los que en él se refugian.»

Nadie que se vuelva a Dios experimentará jamás su ira. Esta queja de que Dios es un Dios de ira parece presentarnos una imagen de un Dios que se venga sin razón, como si se hubiera propuesto destruir a los hombres, pero no es nunca así. Dios solo destruye, solo manifiesta su ira cuando los hombres han rechazado su amor.

Hay una manera de escapar y siempre la ha habido, por lo que no es preciso que nos enfrentemos con su ira ni nadie tiene que hacerlo. El propósito de Dios es llamar la atención de los hombres a su camino para que lo puedan seguir y acerca de él se nos habla aquí: «conoce a los que en él se refugian.

Dios conoce a aquellos que se refugian en él y para ellos está siempre abierto su corazón lleno de amor y nunca conocerán su ira. Eso es lo que nos dicen las Escrituras. Según dijo el Señor Jesús: «el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna. El tal no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24).

Lic. Miguel A. Matos

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