En un mundo cada vez más acelerado, vivimos atrapados por la urgencia del «aquí y ahora». La tecnología, las redes sociales y el consumismo han alimentado un deseo constante de satisfacción inmediata. Sin embargo, esta obsesión por lo temporal puede alejarnos de lo eterno, desviando nuestra atención de aquello que realmente importa: nuestra relación con Dios y nuestro destino eterno.
La Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre este tema en 2 Corintios 4-18: «No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.» Este pasaje nos recuerda que todo lo visible es pasajero, mientras que lo invisible, lo que viene de Dios, perdura para siempre.
Adán y Eva también cayeron en la trampa de la inmediatez. Seducidos por la idea de obtener conocimiento y ser como Dios de forma inmediata, desobedecieron y se alejaron del plan eterno del Creador. Desde entonces, la humanidad ha seguido repitiendo este error, buscando soluciones rápidas a problemas profundos, en lugar de esperar pacientemente en el Señor.
La inmediatez nos roba la paz y nos llena de ansiedad. Pero el camino de Dios nos enseña a confiar y esperar. Como dice Isaías 40-31: «Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.» Este versículo nos anima a esperar con fe, sabiendo que Dios tiene el control y que su tiempo es perfecto.
Reflexionemos hoy sobre qué está ocupando el lugar de Dios en nuestro corazón. ¿Estamos permitiendo que las preocupaciones inmediatas nos roben la perspectiva de la eternidad? Es tiempo de buscar primero el reino de Dios y su justicia, sabiendo que todo lo demás vendrá por añadidura (Mateo 6:33).
Que podamos redirigir nuestra atención hacia lo eterno y caminar con la seguridad de que nuestra vida está en las manos de Aquel que es el principio y el fin, el Alfa y la Omega.
GRACIA Y PAZ.
