Gilgal significa ‘círculo de piedra’. Se menciona algo más de 30 veces en el Antiguo Testamento. El Gilgal que comparo con la iglesia de Jesucristo es aquel lugar que en tiempos de Josué se convirtió en el primer campamento y centro de operaciones de Israel en la conquista de Canaán, el lugar donde Dios mandó a Josué a restaurar la ceremonia hebrea de la circuncisión de todos los hebreos nacidos en el desierto durante 40 años y la celebración de la Pascua; el sitio donde las 12 tribus de Israel edificaron un altar de 12 piedras como recordatorio del cruce del Jordán (Josué 4.12), el Gilgal que se convirtió en una importante plaza religiosa en tiempos de Samuel y Saúl. Gilgal es el lugar de lo sobrenatural. Allí Dios decidió que el maná dejara de caer del cielo procurando para su pueblo una mejor provisión alimenticia; en Gilgal se le apareció a Josué el “comandante del ejército del Señor” para animarlo en la batalla. El Gilgal que sería testigo del arrebatamiento del profeta Elías hacia el cielo por la obra milagrosa de Dios. La iglesia de Cristo se parece a aquel Gilgal.
Sí, definitivamente, el Nuevo Testamento es la historia de la Iglesia. Cristo galopa enérgico y manso desde los evangelios y baja el telón de nuestro entendimiento poniendo así al descubierto los muros de nuestra ignorancia para revelarnos la gloria venidera de su hermosa novia, desde el Libro de los Hechos hasta las nupcias sempiternas del Apocalipsis. Cristo nos desafía desde su eternidad a compartir su desmedido amor por la iglesia, que es a su vez el vulnerable y articulado cuerpo que conformamos todos los creyentes. Nos lanza de soslayo una mirada triste cuando descarnamos sus atrios y trina de júbilo santo cuando le glorificamos al mostrar al mundo perdido e irredento nuestra vocación eclesial en el amor de los unos por los otros. La promesa de vida eterna es para su iglesia. La iglesia del Señor de Señores es la agencia de viaje en exclusiva que promociona al cielo (la salvación y vida eterna) en su catálogo de redención como único destino de encuentro con el Cristo incomparable.
Oh, iglesia del Señor, ¡cuánto te necesitamos y cuánto lo olvidamos! ¿Por qué tenemos todos la infeliz tendencia a enfocarnos en nosotros mismos y desenfocarnos de nuestro Salvador? ¿Por qué ese ego solapado entre los bastidores de nuestras vidas se convierte muchas veces en el protagonista principal de la pieza teatral en nuestro caminar con Cristo? Si miráramos más a Cristo como Señor de su iglesia y desde el interior de sus atrios, serían menos nuestros pesares. Experimentaríamos con más frecuencia la gracia de Dios derramada para ella (nosotros mismos).
La iglesia no es perfecta; tampoco lo fue Gilgal. Si la iglesia fuera un organismo perfecto, las epístolas de Pablo a los corintios no tuvieran lugar en el Nuevo Testamento, ni su prédica a los hermanos gálatas, ni sus consejos a su hijo Timoteo. Santiago no hubiera sido tan rotundo en su carta universal y Pedro y Juan no hubieran compuesto tan bellos himnos de exhortación y amor para todos los creyentes. Los desórdenes de la iglesia traducidos en disensiones, inmoralidades, litigios entre hermanos, conductas impropias, malentendidos en torno a aspectos doctrinales, envidias, murmuraciones, exclusivismos, favoritismos, protagonismos y otros muchos males que aparecen en la iglesia de hoy, son exactamente iguales (o peores) que los que fueron recurrentes en la iglesia de los primeros siglos. Ellos desaparecerán de la Iglesia en la medida que seamos capaces de entender la “locura de la Cruz” que es la fuente de toda nuestra sabiduría como Hijos de Dios.
Nos consuela el hecho de que Dios piensa que su iglesia, a pesar de sus imperfecciones, sigue siendo digna de su bondad, de su misericordia. Él tiene misericordia por sus errores. Él cree lo suficiente en su iglesia como para llamarla su novia, su propio cuerpo, su agencia espiritual. Cristo la conoce bien ¿qué no conoce el Hacedor de su obra? La iglesia del Señor, ese Gilgal de reposo espiritual, taller donde se restauran las armaduras y los corazones rotos, sigue apuntando a la eternidad donde los redimidos por la fe en Jesucristo tendremos hogar algún día.
¡Dios bendiga su Palabra!