En la vida, indudablemente, se presentan momentos difíciles en los que nos agobian los problemas espirituales, económicos, de salud y morales que obnubilan nuestra mente al no ver soluciones inmediatas. Ahora mismo, en este mundo, estamos viviendo tiempos peligrosos, con una terrible inversión de valores donde a lo bueno se le dice malo y a lo malo bueno, lo que intranquiliza a muchas personas.
Estamos enfocados en resolver algunos de esos problemas y cuando pasa el tiempo creemos que no hay solución, que todo está perdido, tras poner todo nuestro empeño, capacidad y habilidad sin ver una luz al final del túnel, ignorando la ayuda divina.
Nos desesperamos cuando vemos a un familiar, o a un amigo querido con una enfermedad catastrófica, o que nuestro negocio, o cualquier medio de vida, está al borde del colapso, o cuando perdemos el empleo, si sufrimos una traición o la experiencia de un hijo pródigo que abandona su hogar, desconociendo su destino.
A veces olvidamos que lo último que se pierde para resolver los males que nos agobian en nuestra vida en este mundo es la esperanza.
Pero debemos recordar que como cristianos esperamos la ayuda de nuestro sabio y maravilloso Dios en este planeta y la gloria eterna tras la muerte. La esperanza nos permite tener paciencia en momentos adversos o de tribulación.
Sin embargo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo permite las pruebas en nuestras vidas físicas y espiritual con el fin de que nuestra fe sea probada por fuego para ser afinada como el oro. En ese momento creemos que todo está perdido, pero ignoramos que Dios siempre tiene el control, un propósito y un futuro glorioso en nuestra vida. Estamos seguros bajo la protección divina.
La Biblia dice que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar”, (Salmos 46:1-2).
Debemos entender que cuando ponemos nuestra confianza en Dios, sabemos
“que la sabiduría es tal que su alma, si lo encuentra, habrá un futuro, y tu esperanza no será cortada”, (Proverbios 24:14).
En Jeremías 29:11, Dios dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no para mal, para daros un futuro y una esperanza”.
En Cristo Jesús tenemos esperanza de vida eterna y salvación, como dice la Biblia en
Tito 1:1-2: “Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, por el bien de la fe de los escogidos de Dios y su conocimiento de la verdad, que conforme a la piedad, con la esperanza de vida eterna, que Dios, que nunca miente, prometió desde el comienzo de los siglos”. En Tito 3:7 dice: “Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de vida eterna”.
Nuestra esperanza no es cualquier cosa, es algo maravilloso como dice el apóstol Pedro “bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! De acuerdo con su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”, (1 Pedro 1:3).
Pablo les señalaba a los hermanos de Roma a gloriarse en la esperanza de la gloria de Dios. “A través de él también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más que eso, nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, y la paciencia, carácter, y el carácter probado, esperanza, y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha dado”, (Romanos 5:2-5).
También les recuerda a los creyentes que “en esperanza fuimos salvos. Ahora la esperanza que se ve no es esperanza. ¿Quién espera lo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia” (8:24-25), y les pedía a los hermanos alegrarse “en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la oración”, (Romanos 12:12).
Nosotros los creyentes tenemos el maravilloso privilegio de testificar, de todo corazón, que “es Cristo en nosotros, esperanza de gloria”, (Colosenses 1:27).
Así que mis queridos hermanos cuando recibimos a Cristo como nuestro Señor y Salvador el Espíritu Santo viene a morar en nosotros, recibiendo así su protección. Nunca perderemos la esperanza de que iremos al lugar que él fue a preparar para nosotros en el reino de los cielos, pese a las adversidades que atravesamos por este mundo.
Nuestra esperanza está garantizada en Cristo, al manifestar que “estas cosas os he hablado para que para que en mi tengáis paz. En el mundo tendrá aflicción, pero confiad, yo he venido al mundo”, (Juan 16:33).
Dios bendiga a mis amigos lectores.1