Cuando se estudian las bienaventuranzas, se dividen en dos grupos. Como hemos visto, las bienaventuranzas tienen un parecido con la ley de Moisés. La ley de Moisés fue dada en un monte, y Jesús se sube al monte para dar también las bienaventuranzas. La diferencia es que en la ley de Moisés imperaba el miedo, el castigo, decía “no hagas”. Cuando miramos el mensaje de Jesús es tu recompensa por la decisión que ya tomaste de arrepentirte, la decisión de vivir para Dios; ahora eres bienaventurado y esto es lo que puedes esperar por esa decisión que ya tú has tomado.
De la misma manera, cuando miramos los diez mandamientos, los primero cuatro mandamientos de la ley de Moisés, van dirigidos a la relación del hombre con Dios, a esa relación vertical, hacia arriba. Ahora, los últimos 6, van dirigidos hacia el trato con los demás, a cómo comportarnos con los demás. Ahí es que vemos “no robarás”, “no darás falso testimonio”. Porque en la vida de una persona, para vivir una vida completa, no tan solo es necesario una relación con Dios, una relación vertical, sino que hace falta una relación horizontal. Tenemos que saber comportarnos y trabajar con nuestros hermanos en la fe. Hay cristianos que saben ser hijos de Dios, pero poco de ser hermanos en la fe. Saben lo que les pertenece como hijos de Dios, pero son poco diplomáticos, no saben amar a sus hermanos, no saben comportarse ante sus hermanos; son el clásico hermano del hijo pródigo que, cuando el padre perdona a uno y lo bendice, él se molesta porque no recibió la misma bendición. Aquel hijo sabía lo que le correspondía como hijo, lo que le molestaba era lo que el padre había hecho con su hermano, a pesar de lo que su hermano había hecho. Y es triste que en la iglesia pase así.
Si tú quieres una vida de plenitud, hace falta saber cómo comportarte delante de Dios, qué es lo que afirma tu relación con Él, y también qué es lo que afirma tu relación con los demás.
De la misma manera, las bienaventuranzas las podemos dividir de esa forma, en dos grupos. La primera tiene que ver con la actitud interna del creyente, de cada uno de nosotros; y luego, las últimas cuatro, tienen que ver con la actitud hacia los demás, o la expresión hacia los demás.
El primer grupo es para trabajar con la actitud de un creyente hacia Dios.
“3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. 5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” Mateo 5:3-6
El impacto de estas bienaventuranzas es personal.
“5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. 9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” Mateo 5:5-12
Estas últimas, tienen que ver con tu reacción hacia los demás, son acerca de cómo tú reaccionas hacia tu hermano, hacia la persecusión. ¿Eres pacificador, o eres de los que busca pleito? ¿Eres misericordioso con los que están a tu alrededor? ¿Cómo manifiestas o cómo expresas en tu vida aquello que Dios ha hecho contigo? Así que, cuando miramos las bienaventuranzas, vamos a ver estas dos relaciones: cuál es tu parte interna, cómo tienes que vivir en tu espíritu, en tu mente, en tu corazón como creyente, y cómo debe ser tu reacción hacia los demás.
Cuando hablamos de ser bienaventurado, entre muchas implicaciones, esa palabra bienaventurado tiene que ver con ser consagrado a Dios. Una persona bienaventurada o bendecida, es una persona que ha sido separada y consagrada para Dios, una persona que decidió vivir para Él.
Las bienaventuranzas no pueden ser tomadas como una petición de un acto de obediencia para alcanzar algo, sino como un estado espiritual que tenemos por causa de lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz del Calvario. Aunque, cuando haces, obtienes, ese no es el llamado que se nos hace. Lo que se expresa en las bienaventuranzas es el estado espiritual del creyente en relación con Dios. Lo que te hace a ti bendecido no es lo que tienes ni lo que haces, sino lo que eres por causa de lo que Cristo hizo por ti en la cruz del Calvario. La bienaventuranza no es una petición a que tú seas pobre para obtener el reino de Dios; eso no es lo que dice. No es que te hagas pobre de espíritu para obtener el reino, sino que por aceptar a Cristo eres pobre de espíritu, y por eso, tienes el reino. No es algo de hacer, sino algo del ser.
Esa es la diferencia entre la gracia y la ley. En el Antiguo Testamento, era “no hagas, para que puedas ser”; en el Nuevo Testamento, es “sé, vive como eres por causa de lo que Cristo ha hecho en ti, para que puedas hacer”. La única manera que tú puedes hacerte un pacificador, tener misericordia hacia los demás, caminar con todas estas gracias divinas delante de ti, es por causa del estado espiritual que hay en tu vida, que no tiene nada que ver con lo que tú has hecho, sino con lo que Cristo ha hecho en ti. Así que, esto no es un llamado a que hagas para que seas.
Todo aquel que trata de hacer para ser, lo pierde; entonces, trata de hacer cosas que realmente no tienen ni sentido, trata de caminar, por ejemplo, en una pobreza, que no es la pobreza que Dios nos pide que tengamos porque pensamos que, mientras más pobres seamos, entonces, más espirituales somos, y no nos damos cuenta que no toda pobreza es bendecida. No toda pobreza te da el reino de Dios, no toda pobreza te da acceso al reino de Dios, pero aquel que piensa que es siendo pobre que entonces obtiene el reino de Dios, no se da cuenta que el que es bendecido ya es pobre de espíritu, y por eso tiene acceso al reino. Son dos niveles muy diferentes. Y por eso piensa diferente. Y nos movemos entonces del hacer al ser. Ese es el poder de la gracia porque nunca antes en el pasado, bajo la ley, nosotros como seres humanos podíamos llegar a tal magnitud, llegar a ser todo lo necesario para llegar a esa plenitud de relación con Dios. Por eso es que tiene que venir Cristo para hacer por nosotros lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos para que, entonces, pudiéramos caminar con él. Y el llamado es que, por causa de tú aceptar lo que él hizo por ti en la cruz del Calvario, eres bienaventurado; y como bienaventurado, ya eres pobre de espíritu, y como eres pobre de espíritu, ahora entonces, tú tienes derecho al reino de Dios aquí en la tierra. Pero no es que te hagas pobre para ser. Porque tú no eres el que puede hacer que entres en el reino de Dios, sino que es Él quien te hizo que entres en el reino de Dios. Tú lo que hiciste fue responder al llamado de la gracia divina.
Una persona bendecida es aquella que entiende que sus mayores riquezas son las celestiales, como dice Efesios 1, ya Dios te bendijo con toda bendición en los lugares celestiales en Cristo Jesús. Desde el día que Él te trasladó de las tinieblas a la luz admirable, tú eres bendecido con toda bendición. Los bendecidos sabemos que nuestros pecados fueron pagados por Jesús en la cruz del Calvario. Por eso es que eres bendecido. Eres bendecido porque eres parte del pacto de Dios en este tiempo. Cuando Cristo murió por ti en la cruz del Calvario, te insertó dentro del pacto divino, y tú puedes decir que eres un hijo de Dios, y caminas con el pacto de Dios en tu vida. Así que, las bienaventuranzas no son nada del hacer, sino del ser para hacer. Es lo que Él ya ha hecho por ti en la cruz del Calvario.
Analicemos esa palabra pobreza. Hay una cita de un caballero, que se llama Samuel Johnson, que dice de esta manera: La pobreza es el más grande enemigo de la felicidad humana porque, definitivamente, destruye la libertad, hace que ciertas virtudes no se puedan practicar, y las otras virtudes las hace extremadamente difíciles. Una virtud de un cristiano es ser generoso. ¿Cuán generoso puede ser un pobre, naturalmente hablando? Una virtud es el dar. Una persona que no tiene, ¿cuánto puede dar? ¿Cuánto puedes ejercer la virtud de la dádiva, si no tienes? Seamos honestos. Tú puedes moverte de un lugar a otro, porque no eres pobre. Puede que estés en un nivel económico diferente, pero si te puedes montar en un auto, no eres pobre. Tienes ropa. Si estuvieras en pobreza, no habrías podido hacer las cosas que has hecho o las que tienes que hacer se harían muy difíciles. Nada te debe limitar, debes adorar a Dios, pero no puedes negar que la facilidad de tener unas finanzas te da la libertad de poder cumplir con unas virtudes que deberías cumplir como cristiano, y que hay cosas que no puedes cumplir, si tú no tienes para hacer esas cosas. Y ahí es donde entra la pobreza.
Es el plan de Dios que cada uno se haga cargo de su familia. Nunca ha sido la intención de Dios que el gobierno mantuviera a ninguna familia. Son el padre y la madre los que deben mantener a la familia, proveer para sus hijos. Pero hay quienes viven en lugares como Cuba, donde no tienen para cumplir con lo que dice la Biblia, que el que no le da a su familia es peor que un infiel. Y la razón por la que no pueden cumplir no es porque no quieran, sino por la pobreza. Porque la pobreza te quita la libertad de poder cumplir con las cosas que Dios dice que tienes que cumplir, con lo que Dios te dice que tú tienes que hacer; la pobreza te lo hace difícil. El problema de muchos es que, cuando dejan de ser pobres, ahora, su mayor complicación es la riqueza porque la comodidad les hace olvidarse de Dios. Ahí es donde está lo complicado.