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Inclínate, y levanta a alguien contigo

En la historia de la mujer encontrada en adulterio, hay 5 personajes.  De todos estos, por supuesto, debemos aspirar a ser como Jesús.

Al primer personaje, podríamos llamarle “el pecador en silencio”.  Este sería el hombre con quien la encontraron.  El pecador en silencio es aquel que no reconoce que su pecado y su error no tan solo le afecta a él, sino también a otros.  Si difícil es ser libre de los pecados que tú cometes, a veces es más difícil ser libre de los pecados que otros cometen y que te afectan a ti.  Si difícil es que un violador se libere de la culpa, más difícil es para la víctima a la que violó.  ¿Cómo te liberas del pecado que otro cometió, del cual tú fuiste víctima?  La misma mente acusa a la víctima, haciéndole pensar que algo debe haber hecho mal, que lo merecía.  Y el pecador en silencio es aquel que tira la piedra y esconde la mano, y no se da cuenta que sus errores afectan a los que están a su alrededor.  Es ese que no sabemos dónde está, pero por su culpa, hay alguien a quien están a punto de apedrear.

Tú pudieras ser la mujer de esta historia, por ejemplo.  Puede que tengas gente a tu alrededor con piedras, listos para acusarte.  Puede que por tu estilo de vida, tu manera de pensar y de ser, por los errores del pasado, siempre haya alguien presto a acusarte y lanzarte una piedra.  Puede que hoy estés en el suelo, en medio de los que te señalan.  Hay gente a tu alrededor que está buscando cómo exponerte para que te rodeen aquellos que pueden lanzarte piedras; y puede que estés en error y caído con miedo, pero hoy te extiende su mano Aquel que levanta, que restaura, que sana, que liberta.  Es el Dios que, estando arriba, bajó y se levanta contra tus acusadores; se baja una vez más para dejarte saber que está contigo, pero no se queda ahí, sino que se levanta para poder levantarte y decirte: Vete y no peques más; vive para mí.

Puede que tú hoy seas como los fariseos, que pienses que porque has logrado un grado de moralidad, tienes el derecho de señalar y acusar a aquellos a tu alrededor.  Y sí debemos aspirar a agradar a Dios cada vez más, pero ninguno tiene el derecho de tomar una piedra y apedrear a alguien y dejarlo caído en el suelo.  El fariseo es aquel que juzga sin amor, sin compasión.  Son los que censuran, sin conocimiento o entendimiento.  Condenan, sin simpatía.  Y peor aún, son los que quieren el castigo, sin ver la posibilidad de redención.

La razón por la que muchos quieren que Cristo venga, es para que se queden unos cuantos y se vayan finalmente al infierno.  La mente religiosa te dice: Castiga.  En una ocasión, me preguntaron cómo me sentiría después de vivir toda una vida para el Señor, si al llegar al cielo viera a alguno allí que después de vivir toda su vida como mejor le pareció, en la calle, en el mundo, lejos del Señor, pero como en sus últimos momentos le entregó su vida a Cristo, entró al reino de los cielos.  Hay quienes piensan que esa persona debe vivir en una mansión inferior que la suya allá arriba.  Pero ese es el sentido nuestro de justicia; queremos justicia.  Pero el que dice eso o piensa así es porque tiene deseos de pecar; si estás pendiente a lo que otro hace y dice eso, es que te gustaría vivir así y lo que buscas es alguien que te diga que te vayas a pecar y que solo te asegures que en tus últimos momentos entregues tu vida al Señor.  Tu mayor recompensa por vivir para Dios no es en el cielo.  La persona que no ha vivido como tú has tratado de vivir, no ha disfrutado lo que tú has podido disfrutar por tratar de vivir mejor para Dios, para tu familia, para tu comunidad.  Hay una gran diferencia entre vivir egoístamente para ti, y vivir para Dios y para otros.  No cambies nunca la vida que otros tienen por la que tú has decidido vivir, aunque un día puedan llegar ambos al mismo lugar, porque juntos disfrutarán la eternidad, pero tú habrás disfrutado tu vida aquí en la tierra de manera diferente.

Y tan mal estaba la multitud como los fariseos.  La multitud son aquellos que están en los alrededores; son los espectadores de la vida, los que dicen: No me voy a meter, no es mi problema.  Tan malo eres como el que tiene la piedra; porque tú no eres capaz de meterte en el medio para salvar a alguien.  Son los que están pendiente para acusar; porque si Jesús llega a haber tirado una piedra allí, lo iban a acusar.  Tú no puedes ser de la multitud.  Tú no puedes ver la gente alrededor querer algo, necesitar algo, y tú no hacer nada.  No puedes ser de los que ve la necesidad y solamente ores.  No estés orando tanto y da la mano, ayuda, haz algo.  Tú no estás aquí para solucionarle los problemas a todo el mundo, pero debes solucionárselos a alguien.  Tú no puedes ver la gente a tu alrededor en el suelo, y no tener compasión.

Quizás no eres de la multitud porque no acusas a nadie, pero ¿ayudas a alguien?  No acusas a nadie, pero ¿levantas a alguien?  No señalas a nadie, pero ¿liberas a alguien?  Jesús se metió en el medio, se paró firme, se bajó.  Como la gente no reaccionó con misericordia, él los enfrentó: Te me vas de aquí; me dejas a esta mujer tranquila.  Y se baja otra vez para decirle a aquella mujer: No voy a quedar en paz hasta que te levantes, hasta que te restaures de este lugar, hasta que puedas vivir una vida diferente.  Se volvió a levantar y le extendió la mano a aquella mujer, para que ella pudiera vivir una vida diferente.

Tú debes ser como Jesús.  Aprende a bajar y a subir.  Y cada vez que tú bajes y vuelvas a subir, contigo debe levantarse alguien, contigo debe salir alguien en victoria, contigo debe salir alguien libre.

Fuente:
Pastor Otoniel Font

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