¿Recuerdas alguna ocasión en que hayas dicho o pensado: he perdido la fe? ¿Cómo te sentías cuando pronunciaste esas palabras? Tal vez pueda recordártelo: Lo más probable es que estuvieras atravesando una situación muy complicada y difícil, tal vez al borde de la desesperación. Lo interesante es que al perder la fe de que todo se solucionaría de manera favorable, automáticamente añadiste dolor y frustración a la triste experiencia que ya estabas viviendo. Al perder la fe, no solo estabas afrontando la realidad de la situación que te afligía, que evidentemente se mantenía igual o peor, sino que estabas añadiendo un nuevo componente a tu lucha por salir adelante. ¿Sabe cuál? Al perder la fe, trajiste a tu vida a la desesperanza.
Cuando eso sucede, la próxima tentación será abrir la puerta a la amargura. ¡Es un proceso inevitable! Lamentablemente ése el camino que muchas personas toman. La gran noticia es que hay otro camino posible ante los imponderables de la vida. Tú puedes sufrir muchos inconvenientes sin permitir que ellos te nublen el alma o te enfríen el corazón. Tal es así que muchas personan encuentran la manera de enfrentar sus problemas con una actitud diferente.
Visité a una anciana que llevaba más de treinta años inválida en una cama. Padecía de una artritis deformante que la había dejado inválida. Mientras nos dirigíamos a su casa su pastor me explicó detalladamente la historia y las características de su larga enfermedad. La situación se complicaba con el hecho de que la hermana no era muy bien atendida por quienes debían hacerlo Aunque era dueña de una casa muy hermosa, la familia que vino a cuidarle se adueñó de la casa y puso a la enferma en un cuarto miserable al fondo del patio. De modo que esperé encontrar allí una persona abatida. Jamás olvidaré la impresión que me causó cuando al entrar al cuartucho, saludarla y preguntarle cómo se encontraba, la anciana contestó, mientras mostraba una amplia sonrisa: Muy bien, ¡gozosa en el Señor!
Observé cuidadosamente las condiciones en que ella vivía, sus escasos muebles, su penosa condición física, y sus palabras estremecieron mi corazón. ¡Ella era capaz de mantener un buen carácter y una fortaleza increíbles a pesar de llevar tantos años postrada en una cama y sufrir el desamor de quienes debían atenderla! Estoy seguro de que ese mismo día, caminando por las calles de esa misma ciudad y con muy buena salud, había muchas personas que no tenían su mismo espíritu. La fe que esta mujer tenía en Cristo le capacitaba no solo para sobrellevar una enfermedad terrible, sino para mantener un espíritu alegre y agradecido, que le permitía disfrutar de su vida a pesar de sus limitaciones y del desamor que sufría.
No hay duda de que la fe puede lograr milagros. ¿Te permite tu fe empinarte sobre los problemas de la vida y ver la gloria de Dios? Eso es lo que Jesús espera. Él también nos dice: ¿Cómo estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?
La fe siempre desplaza el amedrentamiento.
¡Dios les bendiga!