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Fe Inquebrantable: Nuestra Dedicatoria Total a los Propósitos Divinos

En el siglo dieciséis, el gran reformador escocés John Knox exclamó al Señor en una de sus oraciones a favor de su nación: “¡Dame Escocia o me muero!” Ese es el tipo de oración desesperada que Dios se ha complacido en honrar a través de los siglos, y que siempre ha extraído poder de parte del trono de la gracia. A veces Dios permite que nos encontremos contra la espada y la pared para que se suscite en nosotros la postura de fe concentrada que provoque de parte del cielo la respuesta que esperamos. Frecuentemente, las dilaciones y silencios de Dios forman parte de su trato en nuestras almas, para depurarnos de todo lo que contamina nuestras peticiones y les quita fuerza e intensidad.

En Jeremías 29:12, Dios les promete a los hebreos exiliados en Babilonia que al final de setenta años de disciplina y tratamiento espiritual sus oraciones finalmente alcanzarán Su trono, porque habrán adquirido esa cualidad de total entrega y concentración: “Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová”. Es precisamente esa pasión, ese estado de definición y lucidez en cuanto a lo que estamos pidiendo, lo que nos permite ser claros y precisos en la presentación de nuestras peticiones. ¡Cuando nuestra pasión adquiere intensidad al rojo vivo, nuestra acción y nuestra petición poseerán esa cualidad definida que tanto le agrada a Dios! Muchas veces a través de la Escritura vemos que es precisamente ese tipo de acción apasionada la que genera una decisión favorable de parte del cielo.

En el caso de Bartimeo el ciego, en Marcos 10:46-52, vemos esos tres elementos de pasión, acción y petición claramente ilustrados. Cuando Bartimeo oye que Jesús está pasando cerca de él, instintivamente sabe que tendrá una sola oportunidad para recibir el milagro que tan desesperadamente necesita. Todo el dolor que ha acumulado durante décadas de ceguera y miseria se vierte en un grito de apasionada petición al Señor: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” En ese momento, a Bartimeo no le importan las recriminaciones ni las críticas de la gente. No le importa que esté haciendo el ridículo gritándole como un loco a un Jesús que al principio no parece hacerle caso. Sólo se deja guiar por su pasión, su ardiente deseo de escapar su triste condición de mendigo y de ciego. Esto lo lleva a una acción desesperada, a violar todas las reglas de la etiqueta y la decencia, a gritar hasta ser escuchado, e imponerse sobre la agenda de Jesús a pesar de las reprensiones de los discípulos, quienes lo mandaban insistentemente a callarse.

Cuando el Señor se detiene y lo manda a llamar, motivado por la acción persistente y atrevida de Bartimeo, le hace una pregunta intrigante: “¿Qué quieres que te haga?” ¿Por qué le hace esa pregunta innecesaria? ¡Es evidente que lo que Bartimeo necesita es recibir la vista! Como hemos dicho en una meditación anterior, a Dios le gusta escuchar nuestras peticiones verbalizadas, declaradas en forma clara y específica, nacidas de un corazón que las ha incubado y acendrado a través del tiempo, que las ha ido concentrando y reduciendo por medio de la repetición y el cultivo hasta llevarlas al punto de convertirlas en una piedrecita lisa, súper concentrada y ultra densa.

Cuando le presentamos al Señor ese humilde pero poderoso producto de nuestras lágrimas y desvelos, instantáneamente esto suscita la reacción positiva de parte del cielo. Bartimeo le contesta al Señor sin titubear, con gran intensidad: “Maestro, que recobre la vista”. Cinco palabras. Pero más que suficiente para provocar la respuesta ansiada de parte de Jesús: “Vete, tu fe te ha salvado”. Dice la palabra que “En seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino”.

Pasión, acción y petición–tres elementos que siempre fundamentarán un clamor exitoso.

Ustedes me invocarán y vendrán a rogarme, y Yo los escucharé. Me buscarán y Me encontrarán, cuando Me busquen de todo corazón.
Jeremías 29:12

Muchos lo reprendían para que se callara, pero Bartimeo gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten misericordia de mí!»
Marcus 10:48

Fuente:
predicas.org

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