Dios, dice la Biblia, nos ha hecho “un poquito menor que los ángeles”. Esa expresión misteriosa alude al potencial innato que lleva cada ser humano dentro de sí. En cada espíritu humano está la semilla de la grandeza, la posibilidad de hacer grandes cosas, de escalar alturas inimaginables. El sello de Dios, la genética divina, está escrita dentro de nosotros.
El relato de la Caída y la expulsión del jardín del Edén nos sugieren que esa potencialidad casi infinita quedó tronchada por la separación de Dios que resultó de la desobediencia esencial cometida por nuestros progenitores Adán y Eva. Pero cuando Cristo invade nuestra vida por medio de su Espíritu, todo el poder del Reino de Dios se activa y moviliza a nuestro favor. Adquirimos energías y recursos que antes no teníamos. Los caminos obstruidos se despejan delante de nosotros. El viento de Dios sopla detrás de nuestra nave. Podemos emprender confiadamente la aventura de la vida. En la dimensión espiritual Dios emite una orden para que sean liberados todos los recursos necesarios para nuestro éxito personal. ¡Todo el poder del Cielo aguarda nuestra orden para respaldarnos cuando emprendemos nuevos proyectos y visiones!
En Efesios 1:17-20 el apóstol Pablo ora para que los creyentes de Éfeso reciban “el espíritu de sabiduría y de revelación” para poder entender cabalmente la magnitud del poder que han recibido como creyentes en Jesucristo. Pablo sugiere que la grandeza del poder que hemos recibido es tan grande, que se requiere una revelación directa de Dios para comprender cuán amplia es la capacidad que hereda todo cristiano para vivir una vida poderosa y llena de éxito. En un momento, Pablo aclara que se trata del mismo poder que se movilizó para resucitar a Cristo de los muertos. Pablo ora para que sus lectores sean capacitados para entender “cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza”. Evidentemente, el poder que hemos heredado por medio del Espíritu Santo ¡es verdaderamente asombroso!
¿Por qué, entonces, tantos creyentes viven vidas estancadas, mediocres, a penas rozando la superficie de su potencial? ¿Por qué la mayoría de nosotros nunca llegamos a entrar en lo profundo de ese vasto potencial que Dios ha establecido dentro de nosotros? ¿Qué impide que le saquemos el máximo provecho a esa generosa maquinaria divina, lista para movilizarse al menor movimiento de nuestra creatividad?
El reconocimiento acerca de la tremenda adaptabilidad del cerebro humano, el gran potencial expansivo que llevamos dentro de nosotros, debe llevarnos a una postura de gran optimismo y esperanza. Debiera conducirnos a desterrar de nuestro vocabulario conceptual el “Yo no puedo” que tantas veces nos frena cuando nace en nosotros el impulso hacia la superación personal. Más bien, debiera conducirnos a sustituir la inspiradora declaración del apóstol Pablo— “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”—como un programa de vida, como el lema gobernador de nuestra existencia.
Pablo sabía que con el poder de Dios a favor nuestro, por medio de la gracia ilimitada que El ha instalado en nosotros por medio de su Hijo Jesucristo, podemos ir mucho más allá de nuestras limitaciones inmediatas. Con el poder del Espíritu que habita dentro de nosotros podemos trascender el arrastre de nuestro pasado, las heridas y deformaciones de la pobreza y la falta de educación, los defectos y deficiencias de nuestra personalidad. Podemos extendernos hacia un horizonte lleno de posibilidades, donde la única limitación reside en nuestra capacidad para creerle a Dios, y nuestra disposición a pagar el precio de perseguir nuestros sueños persistentemente hasta que se hagan realidad. Así que, ¡emprende el vuelo!, y comienza a sacarle provecho al ilimitado poder que ya Dios ha instalado dentro de ti.