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¿Estás tratando de negociar con Dios?

En momentos de desesperanzas, cuando la prueba hace entrada triunfal en nuestra existencia, clamamos desesperadamente a Dios, suplicamos sus bendiciones, su intervención divina para la solución del problema que estamos atravesando, nos arrodillamos, y hasta le hacemos promesas a cambio de sus favores como si Dios fuera un hombre de negocios, un Dios que condiciona sus bendiciones a lo que podamos ofrecerle o suplicarle. A los ojos de nuestro creador, nada de lo que hagamos o digamos podría satisfacer las expectativas de un Dios santo que nos ofrece misericordia y sobre todo gracia infinita aunque no la merezcamos. Para experimentar una vida de victoria en Cristo, no es necesario que sentemos a nuestro Dios en el banco del trueque, del intercambio. Si tú me das esto, yo te doy esto otro. Si tú me concedes lo que te estoy pidiendo, yo entonces voy a tratar de cumplir con mis obligaciones y deberes cristianos.

Muchas de las frustraciones que vienen a la vida del creyente, se basan en su desmedida incredulidad y aunque parezca una paradoja, aun siendo creyentes, a veces nos comportamos como incrédulos porque no confiamos en la providencia de Dios. Hay algunas verdades que el creyente debe saber si quiere vivir en victoria en Cristo:

  1. Aunque Cristo perdonó todos nuestros pecados si nos arrepentimos de todas nuestras rebeliones, debemos vivir una relación tan íntima con nuestro creador que nos permita ponernos a cuentas con él todos los días, pues no todo los días somos tan santos que llenamos las expectativas de un Dios que sí lo es.
  2. Cristo está en tu vida, Él es Rey y Señor y ya no perteneces sino a Él, quien compró tu libertad al precio de su sangre y
  3. La vida eterna es el regalo que Él te ofrece a cambio sólo de tu entrega, de tu obediencia y sumisión.

Cuando olvidamos estos tres verdades espirituales podemos caer en el pecado de tratar de negociar con Dios como si no fuéramos ya más que bendecidos por sus misericordias “que se renuevan cada mañana”.

Entonces Elías dijo a todo el pueblo: «Acérquense a mí.» Y todo el pueblo se acercó a Elías. Entonces él reparó el altar del SEÑOR que había sido derribado.
1 Reyes 18:30

Lo cierto es que somos olvidadizos sin razones para serlo. En tiempos antiguos, nuestros hermanos de la fe, edificaban altares a Dios que eran como recordatorios permanentes para que su pueblo nunca se olvidara de que Él se había manifestado con poder en determinada situación. Cuando Elías confrontó a los profetas de Baal y de Asera en el Monte Carmelo, antes de clamar a Dios para que manifestara su poder a los ojos de los idólatras, lo primero que hizo fue arreglar el altar del Señor que estaba arruinado. (1 Reyes 18:30-32) y con 12 piedras edificó un altar en el nombre del Señor. Después oró y ya conocemos el final de esta historia. Elías nos está exhortando ahora, en este justo momento, a reconsidera y no olvidar ciertas cosas:

  • Si tu altar de sacrificios (tu corazón, tu devoción, tu oración, tu entrega y obediencia) está arruinado, ¡repáralo! De esa forma, jamás tendrás que negociar con Dios sus bendiciones, ni clamarás por más de lo que Él te puede dar.
  • Si tu altar de la memoria te ha llevado a la desesperanza, tómate en serio ponerte a cuentas con Dios todo los días y así no olvidarás de las muchas veces que él se ha manifestado con poder y ha enviado fuego consumidor de su Espíritu que ha puesto a raya a tus enemigos, tus pruebas, tus tormentos y dudas.
  • Si tu altar de la oración no está encendido, ¡alúmbralo! Él llenará tus lámpara con aceites nuevos de gracia y de piedad para que clames en el día malo, pero también cuando gozas de su unción.

No negocies con Dios, sino ¡búscale con todo tu corazón! ¡Dios te bendiga!

Así como Aquél que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir.
1 Pedro 1:15

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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