Viajaba en un ómnibus hacia la ciudad de Santa Clara (Cuba) conversando con mi compañero de asiento, quien parecía de mi misma edad. Para mí era una persona desconocida, sólo un pasajero más que abordó el ómnibus durante el largo viaje por la antigua Carretera Central del país. Tras un rato de conversación trivial, al intentar compartirle el evangelio, el hombre me dijo: – Cuando era joven escuché hablar mucho de lo que usted dice.
Al explicarme cómo y dónde, descubrimos que ambos estudiamos en la misma escuela en la ciudad de Cárdenas, Matanzas. Me mencionó a los mismos maestros que yo tuve, la misma iglesia, los mismos predicadores que escuché en los cultos que allí se celebraban. En una escuela de 1200 estudiantes, él fue un alumno interno y yo externo y asistíamos a cultos diferentes. ¡Además habían transcurrido 47 años! Ambos disfrutamos nuestra conversación. Aunque no nos conocíamos, compartíamos recuerdos comunes. Lo que más me impactó fue su insistencia en repetir una y otra vez: —Fueron los años más dulces y felices de mi vida. Después abandoné la fe y todo cambió.
Cuando nos despedimos, porque él se bajaba del ómnibus antes que yo, me dijo:
—Diera cualquier cosa por virar atrás… pero no puedo. Hay mucha vida de por medio.
—¿Qué quieres decir con mucha vida de por medio?—pregunté.
Y él contestó: Muchos años, muchos enredos… errores… compromisos, mucha estupidez. Ya es tarde. ¡Pero qué tiempo más feliz aquél!
Le insistí que nunca es tarde para volver a Dios, que él podía dejar germinar la semilla de fe que un tiempo se plantó en su vida y me prometió que iba a intentarlo. Ojalá lo haya hecho. No he recibido noticias suyas aunque le di mi número telefónico y la dirección de correo electrónico. Hay muchas personas como él en todas partes. Alguien les invitó o les llevó a la iglesia en la niñez, alguien les habló de Cristo, disfrutaron de actividades hermosas, creían en Dios y le oraban a él. Después, todo cambió. Tal vez piensen que no hay esperanza pero sí la hay. Jesucristo dijo: “El que a mi viene no le echo fuera”.
¿Por qué no oras por todas las personas que recuerdes en esa condición? Al igual que otros muchos, ellos pueden regresar. En mi largo ministerio, he visto a muchísimas personas que, con experiencias semejantes, han vuelto a la fe después de muchos años de lejanía y apatía espiritual. Si oramos por tantas personas que así se encuentran, facilitaremos su camino de regreso.
¡Dios les bendiga!