“24 Y José dijo a sus hermanos: Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob. 25 E hizo jurar José a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos.” Génesis 50:24-25
José estaba en Egipto, un lugar bajo, pero su certeza era que Dios lo sacaría a un lugar alto, y hace jurar que, cuando lo hiciera, se llevarían sus huesos. En Éxodo, cuando Moisés va a salir de Egipto, busca los huesos de José; porque, cuando tú tienes la firme certeza de que la situación presente no es tu final, tus huesos no permanecen en esclavitud. Nadie quiebra tu interior, cuando tú estás seguro que lo único que te queda es subir.
Para que nunca quiebren tu interior, no importa el Egipto en el que tú estés, cuando vengan a destruir tus huesos, tú tienes que saber que no es tu final. No es que no te vayan a golpear; la economía, los problemas, los que hablan mal de ti te han golpeado; han pensado que han terminado contigo, pero no han podido quebrar tus huesos porque tú tienes una firme convicción: Yo voy a subir, voy a salir. Que eso esté tan metido en tus huesos que nadie te pueda quebrar; y Dios te va a dar una grande victoria.
En Ezequiel 37, Dios llevó al profeta a un valle de huesos secos; dislocados, mas no quebrados; porque Dios nunca permitió que su pueblo fuera quebrado en su estructura.
Lamentablemente, muchas veces el pueblo se dislocó, se desconectó. El profeta vio huesos por todas partes, de la misma manera que quizás tú hoy veas a tu familia, dislocada por todas partes; no lograron quebrar el hueso, pero los han separado; tus hijos por un lado, tu matrimonio por otro. Y, cuando tú miras, lo que ves es muerte. Pero la pregunta no es solo qué ves, sino qué crees, qué estás dispuesto a confesar.
Dios le dijo al profeta: ¿Vivirán estos huesos? El profeta dijo: Tú lo sabes. Y Dios le dice al profeta: No hace falta que tú creas, que digas que crees que van a vivir; lo único que hace falta es que hables; porque los huesos oyen, y van a vivir. De la misma manera, cuando tú ves tu vida dislocada, lo que importa no es lo que tú ves, sino en quién tú has creído y lo que te atreves a decir. Te han cuestionado si crees que tus hijos se convertirán, que te vas a levantar de esa economía; te han hecho pensar qué vas a hacer porque la situación es muy dura. Pero veas lo que veas, tu esperanza está en lo que tú estás declarando, porque los huesos oyen y, cuando reciben una palabra profética, palabra de alguien que tiene fe, comienzan a unirse.
Han dislocado tu familia, pero no la han quebrado. Dios nunca va a permitir que toquen la parte más profunda dentro de ti. Job fue tentado por el enemigo; Dios permitió que ciertas cosas pasaran, pero dijo: No lo toques; no te atrevas matarlo. Hay unos límites. Te has preguntado el porqué de tus problemas, pero tú tienes que saber que Dios ha puesto límites a todos ellos; Dios no va a permitir que quiebren tu interior. Lo que estás viendo hoy es el disloque de los huesos; pero en los huesos hay vida, y los huesos oyen. Párate en la puerta de tu casa, y declara que tus hijos regresan; llámalos por su nombre; y, en el nombre poderoso de Jesús, comienzan a conectarse, hueso con hueso, coyuntura con coyuntura. Y la Biblia dice que tan pronto los huesos se conectaron, entonces los músculos, los tejidos se formaron; vida comenzó a fluir.
Todo disloque que te ha hecho creer que hay muerte, hoy se cancela, en el nombre poderoso de Jesús. Habla, profetiza; declara: Mis huesos no serán quebrados, se van a unir. ¿Vendías mucho? Volverás a vender. ¿Trabajabas? Volverás a tener trabajo. ¿Tu familia estaba unida? Se volverá a unir. El problema que te dislocó, hoy lo echamos fuera, y tú vas a ver cada hueso conectarse; tú verás vida en todo aquello que has visto muerte.
Dios te va a visitar, tú vas a subir, vas a hablar vida a tus huesos; y la única manera en que lograrás que nadie los quiebre, es entregándote. A Jesús no pudieron quebrarle los huesos, porque él expiró, y se entregó. Mejor que caer en las manos del hombre, es entregarte a Dios, en medio de tus procesos; decir: En tus manos encomiendo mi espíritu. Deja de luchar contra todo lo que el mundo te está haciendo; di: Consumado es. Entrégale a Dios tu caja de huesos, y mira lo que Él puede hacer con ella.
Jesús entregó sus huesos al Dios Padre, antes de que le quebraran. Pensaban que habían acabado con él; pero aunque ellos ya no sabían qué hacer con aquel cuerpo, Dios sí sabía. Créele a Dios que esto que estás viviendo no es tu final. Di a tu familia: Ciertamente Dios nos va a levantar de esto, Él nos va a visitar, vamos a subir. Háblale a tus huesos, que se unan, que se conecten para que haya vida. Habla a lo dislocado de tu vida, y cree que Dios lo va a levantar. Y entiende que es mejor entregarte a tiempo, que seguir cogiendo cantazos. Entrégale a Dios tus huesos, ponlos en sus manos; Él sabe todas las cosas. Haz hecho todo lo que has podido, has creído hasta el final; entrégate.
Antes que te vuelvan a dar – porque la orden está dada – entrégate. Entrega tu vida, tu matrimonio. Cree, hasta en los huesos, que Dios te puede levantar, y Él lo va a hacer.