La verdadera sabiduría viene de Dios. Entender que los caminos de su palabra son fruto de su omnisciencia, nos da seguridad y esperanza. ¿Qué detalle se le escapó al que hizo el universo y todo lo que hay en él? Por sus decretos, su palabra declarada en autoridad Dios hace que las cosas sucedan; Por sus testimonios, la verdad del evangelio llegó al mundo por la palabra encarnada. Su Palabra es luz para el camino, verdad para derrumbar la farsa, justicia para abatir la inequidad, juicio para andar en obediencia, ley de leyes que lleva a la razón y mandamiento para vida eterna. Todos los dichos de Dios son buenos, nos ayudan a bien, nos previenen del mal, nos guían a la prosperidad. El propio Dios se dirigió a Josué con estas palabras: “Este Libro de la Ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito. Porque entonces harás prosperar tu camino y tendrás éxito” (Josué 1:8).
Los discursos del hombre se quedan en promesas y mueren. La palabra de Dios es perdurable y eterna como la vida que promete para el que la ha hecho suya, es la bitácora para el viaje de la vida, la carta de navegación para cruzar los océanos del mundo sin Dios. Toda la Palabra es omnisciencia del Eterno Dios, su mente infinita. Por muchos siglos revelada a los profetas elegidos para advertir y guiar a su pueblo, hoy revelada por medio de Jesucristo para que la humanidad se reconcilie con su creador. El Verbo, el Logos eterno anunciador de Buenas Nuevas, maestro de la inconmovible Palabra de Dios proclamada desde el desierto del Éxodo liberador hasta la aventura de nuestra cotidianidad con Cristo.
Pero el hombre sigue confiando en el discurso humano de promesas y juramentos y se muere de sed delante de un río de Agua Viva que calma la sed para siempre, que ofrece esperanza y paz, consuelo y aliento, amor y gozo, fe y perseverancia. La Palabra de Dios celebra la vida desde la ciencia total de Dios y nos invita a conocerlo cada día más a través de ella. Conocer a Cristo es conocer a Dios en toda su plenitud, desearlo, anhelarlo en cada instante de nuestra vida. El cristiano debe llenar su vida de la Palabra de Dios. A través del profeta Jeremías, Dios declaró: “Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe de conocerme y de comprender que yo soy el Señor, que actúo en la tierra con amor, con derecho y justicia, pues es lo que a mí me agrada —afirma el Señor—“ (Jeremías 9.24 NVI). Para conocer al Señor, hay que conocer su Palabra porque es en ella donde Él se revela para que le deseemos y le busquemos con todo el corazón.
El Salmo 119 es una invitación de Dios a que meditemos en su Palabra, la incorporemos a nuestra mente como compañera inseparable de las ideas y sus aplicaciones, para que la voluntad nuestra se someta a la voluntad de Dios, para cuidarnos de los intentos de desplazar al Rey del trono de nuestra vida cristiana. La Palabra anima al que teme las caídas evitables si se atesora y aplica a la vida con la certeza de que es el mejor patrimonio que podemos tener para no caer: “En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti” (Sal 119.11).
Es feliz el que medita y se deleita en la Palabra de Dios como un estilo de vida y en sus caminos puede andar confiado. La verdadera felicidad se obtiene cuando se vive en íntima comunión con el Señor. La intimidad viene del anhelo de conocerle a través de todo lo que nos ha revelado, de empuñar la espada de su Espíritu que es su Palabra (Efesios 6.17) en el momento de la prueba o en las caídas que habremos de sufrir. Sólo Dios es sabio y omnisciente. La actitud del cristiano debe ser de agradecimiento por tan grande instrucción y por ser viva y eficaz (Hebreos 4.12) para toda ocasión.
A los hermanos de Colosas, Pablo animó de con esta hermosa exhortación digna de atesorar hoy por todos nosotros: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones”. (Colosenses 3.16)
¡Dios te bendiga!