Un hombre de negocios que bordeaba los 50 años recibió un día un sobre, el cartero no era el mismo de siempre, su uniforme era especial (elegante, resplandeciente y con claras muestras de ser un traje fino). Roberto miró al funcionario y le preguntó quien era el remitente. “¿Acaso no lo sabes? Vengo de parte del Rey, llegó tu turno de verlo, el sobre contiene la hora de tu cita. Hasta pronto”. Y dicho esto se esfumó con la misma rapidez con la que llegó.
Bob abrió el sobre y vió un mensaje escrito con letras doradas en un papel de contextura preciosa: “Se le cita a rendir cuentas ante su Soberano en una semana más a partir de hoy. Prepárese, su majestad inquirirá su administración en el reino”. El hombre de negocios se preocupó, pero no se sorprendió pues ya le habían hablado de ese sobre, solo que no esperaba recibirlo tan temprano. Convocó a sus familiares, amigos y colegas para contarles lo sucedido, y todos a una llegaron para animarlo, hubieron quienes le dieron consejos sobre cómo responder en el Tribunal Divino, pero hubo una anciana que le dijo con certeza: “Cuando estés ante el Rey muéstrate humilde, no intentes impresionarlo porque no lo lograrás. No lo interrumpas, responde sus preguntas con total honestidad… es el designio para los mortales dar cuentas al Creador, todos sin excepción haremos eso”.
El día séptimo llegó y un carruaje se presentó a la puerta de nuestro personaje. Se subió a él y pidió al cochero que permitiera a algunos de sus más cercanos que lo acompañaran. “¡No!”, le dijo con voz potente. “Este viaje, que es el último que harás en forma mortal, está reservado solo para ti, nadie puede caminar este tramo contigo, solo tú y nadie más”. Se subió entonces al carro que tenía aspecto de bola de fuego, pero que no lo quemaba, al contrario, le producía una sensación de alivio que no había experimentado desde que atravesó la matriz de su madre al nacer. Por cierto, al momento de subirse vióse que estaba completamente desnudo, pero no fue algo que le incomodó.
Llegó pues al palacio real -en un lugar que no precisaré para no confundirles-, donde unos portones de oro sólido se abrieron al verlo llegar. Cuando estaba atravesando los gigantes dorados un ser alado descendió para preguntarle: “Hijo de hombre, ¿estás listo para presentarte ante tu Rey?”. “Si estoy listo o no, no lo sé con claridad, solo sé que ha llegado mi hora y agradezco la oportunidad de rendir cuentas” -fue lo que Roberto respondió. “Haz respondido con extraña sabiduría humana”, dijo Adriel, “pasa y espera tu turno, se te avisará cuando debas entrar, mientras tanto descansa de tus sufrimientos los cuales ya no tienen poder sobre ti”. Y Roberto se sentó en una silla de reluciente aspecto donde sin darse cuenta se durmió mientras esperaba que su nombre fuese anunciado, fue un dormir como nunca antes había experimentado, un dormitar tranquilo, sin penas, sin culpas, sin miedo, sin pastillas, sin ansiedad… un sueño divinamente especial que los mortales jamás experimentarán hasta que lleguen a su última estación del largo viaje, la estación donde todos los hombres algún día descenderemos, algunos antes, otros después, estación a la que no se puede llegar sin recibir el sobre el cual puede venir en forma de enfermedad, accidente, ancianidad, casualidad o cualquier otra variedad.
Aunque este sobre sorprende a la mayoría -pues neciamente pensamos que nunca lo recibiremos-, a todos se nos entregará, solo que algunos en su arrogancia mortal piensan que ‘todavía no’, lo cual incita a Adriel a ir en su busca ‘para darle su merecido’, pero el Rey lo contiene diciéndole: “Aún no, démosle otra oportunidad de recapacitar”.
Y mientras termino de escribir este cuento -que quizá sea más real de lo que piensan-, Bob espera el anuncio, cuando el ángel pronuncie su nombre.
Parábolas
P.d. La muerte es el más grande regalo de Dios, pues nos permite reflexionar en nuestra vida. La muerte es por tanto una maestra, una entrenadora cruel a veces y misericordiosa en otras, una que nos recuerda el fin de todos los mortales, pero que nos permite atravesar los portones del más allá para encontrarnos con el Creador.
- “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19).
- “Más vale ir a un entierro que a una fiesta, pues nos hace bien recordar que algún día todos moriremos” (Eclesiastés 7:2).
- “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Salmos 116:15).
- “De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo (Romanos 14:12).
- “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).