
Hay momentos en la vida en los que las palabras sobran. Cuando las emociones son tan intensas que no alcanzan a ser expresadas, el silencio se convierte en nuestro mayor grito. No es resignación ni derrota. Es un acto de fe. Es un clamor del alma que se eleva al cielo sin necesidad de sonido. Lamentaciones 3-26 – “Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor.”
El silencio, cuando es guiado por la sabiduría de lo alto, se transforma en un lenguaje celestial. Es en el silencio donde Dios a menudo responde, fortalece y consuela. A veces callar no es rendirse, sino rendirse a Él. Es decir: “Señor, ya no tengo fuerzas, pero Tú sí. Espero en Ti.”
En medio del ruido de un mundo que constantemente exige una opinión, una reacción, una explicación, quienes confían en Jesucristo pueden elegir el camino del silencio sabio: ese que no busca defenderse, sino ser defendido por el Rey de reyes. Ese que no lanza juicio, sino que ora. Ese que no se desespera, sino que espera con fe firme.
Recordemos que nuestro Salvador también guardó silencio ante la cruz. No porque no pudiera hablar, sino porque su silencio cumplía un propósito eterno. ¿Cuánto más nosotros, sus seguidores, debemos aprender a callar cuando el Espíritu así nos lo indica?
Señor Jesús, enséñanos a guardar silencio cuando es mejor confiar que hablar. Danos la sabiduría que viene de lo alto para saber cuándo callar y cuándo hablar, cuándo clamar en secreto y cuándo testificar en público. Que nunca nos falte la fe en Ti, aunque el mundo grite lo contrario. Amén.
Para meditar en el silencio de la noche.
¿Estoy sabiendo guardar silencio en los momentos en que Dios me llama a esperar?
¿Uso mis palabras con sabiduría, o hablo cuando debería orar?
¿Confío lo suficiente en Jesucristo como para dejar que Él defienda mi causa?