Sin duda, a través de los Evangelios –Mateo, Marcos, Lucas y Juan – podemos ver un retrato de Jesús. Pero, para entender con claridad el mensaje de estos libros, es vital que comprendamos el contexto en que fueron escritos. Los Evangelios son parte de un compendio de libros intertestamentales, que significa que son el intermedio entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; este último empezaría como tal en Hechos, continuando con las cartas. Es un periodo de transición, que cubre entre Malaquías y el año 70 A.C. Los cuatro libros de los Evangelios vienen a ser parte del cumplimiento de las profecías que habían estado siendo dadas en el Antiguo Testamento; es una continuidad de la historia, del desarrollo profético; continuación de lo que los profetas habían estado estableciendo a través de los tiempos. Habían profetizado que el Mesías vendría. Para los judíos, su ley era –y es – el Torá, los primeros cinco libros de la Biblia; pero ellos no dan validez al Nuevo Testamento, así que, para ellos, lo que se profetizó en el Antiguo Testamento, no se ha cumplido, aunque sí creen en el concepto de redención; esperan un Mesías.
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” Jeremías 29:11
Dios le dice eso a gente que está esclava en Babilonia. Unos versos antes, Dios les dice: Compren casas, cásense, díganle a sus nietos que prosperen. Y dirás: ¿Pero cómo, si soy esclavo? Y Dios te dice: Porque yo sé. Dios sabe cómo termina tu historia; Él te dice hoy: En medio de tu crisis, compra casa, cásate, ten hijos, prospera, progresa porque, aunque seas esclavo ahora, yo sé cómo todo esto va a terminar; todo va a obrar para bien y yo te voy a dar el fin que tú esperas, pero el fin que tú esperas lo recibes no necesariamente de la manera que tú piensas que debe llegar.
El pueblo de Israel, en su mente, estaba detenido. Esperaban un día que todos los romanos le sirvieran a Dios, que la nación completa declarara que Jehová era Dios, o que llegara un Mesías militar, que hiciera una guerra; por eso, aun los discípulos, cuando vieron a Jesús, se confundieron, porque ¿cómo se supone que quien nos viene a libertar, termine muerto por el reino del que se supone nos liberte? En la mente de ellos no cabían todas esas cosas. Ahora, cuando muere Jesús y resucita y viene el Espíritu Santo, los discípulos finalmente entienden el mensaje. Aún cuando Cristo resucita, de primera intención, no lo reconocen; porque todavía, en su mente, estaban esperando la vieja imagen que ellos tenían de lo que debía pasar. Pero Jesús muere y resucita, y les demuestra que la libertad era una más poderosa que la libertad de una tiranía; era la libertad del corazón, libertad del pecado.
Ningún país es más tirano que el pecado que te gobierna. El tirano más grande es el pecado, la carne, que quiere gobernar tu vida, quiere tomar dominio sobre ti. Ese es el peor tirano. Cristo vino a vencer el pecado, a pagar el precio, para que tú tengas libre acceso a Dios, al Padre, y puedas vivir en libertad, sin importar el país en que tú vivas, bajo qué tirano o gobierno estés; si capitalista, socialista o comunista; no importa bajo qué dictadura tú te encuentres, si tú eres libre en el espíritu, si has aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador, no importa lo que pase a tu alrededor, tú vives en la verdadera libertad, a la cual todo hombre ha sido llamado. Por supuesto, queremos cambiar, mejorar los gobiernos, tener creyentes en los gobiernos, pero la solución no viene de un gobierno, sino de entender que Jesucristo es el Señor de tu vida y que, en él, es que tú tienes verdadera redención de tus pecados.
Ellos no entendieron eso. Todavía no lo han entendido, siguen peleando por un pedazo de tierra, por la Torá; no comprenden la libertad que deben experimentar a través de conocer a Jesucristo. Y este es el contexto histórico en que debemos ver los cuatro Evangelios.
Cada uno de los Evangelios nos muestra una perspectiva de Jesús diferente, que es vital para cada uno de nosotros hoy. En Mateo, vemos a Jesucristo como el Rey. En Marcos, lo vemos como el Servidor. En Lucas, lo vemos como el Hijo del Hombre. Y en Juan, vemos al Hijo de Dios. En Mateo se nos da la genealogía de David; se nos dice que Jesús era el Hijo de David; se nos da la genealogía de un Rey. En Marcos, no se da genealogía, porque el servidor no debe tener genealogía, no se sabe de dónde salió. En Lucas, se nos da la genealogía de José y María, para ver al Hijo del Hombre. Pero en Juan, se nos explica el aspecto teológico: En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios, y el Verbo era con Dios, y el Verbo se hizo carne. Ya desde el principio, cada libro te muestra el Jesús que te va a proyectar, que es uno diferente, con un propósito en particular.
Y, en tu vida, para poder vivir la plenitud de tu relación con el Señor, tú debes verlo en esas cuatro dimensiones; como el Rey, como el Siervo, como el Hijo del Hombre, y como el Hijo de Dios. Cuando tú, como creyente, realizas esto en tu vida, entonces puedes realmente comprender la plenitud de quién era Jesús y quién es él para nosotros.
La mayoría de la gente no tiene problema en ver a Jesús como el Salvador, pero sí como el Rey. Cuando se nos habla de que los pastores vieron la estrella y comenzaron a anunciar que llegó el Salvador, no se nos dice que llevaran ninguna ofrenda; porque el mensaje de salvación es por gracia, y no se paga. Pero cuando se nos habla de que los reyes buscaban quién era el Rey, y fueron donde Herodes y le preguntaron dónde estaba el Rey de los judíos, ellos sí llevaban presentes; porque tú nunca te presentas delante de un Rey sin un presente. El Evangelio se proclama, se declara para aquel que lo crea; pero aquellos que aceptan a Jesús como Rey, tienen que caminar desde lejos, traer presentes, someterse a él. Por eso es que es bien fácil ver a Jesús como Salvador porque a todo el mundo le gusta el que te salva, pero hacerlo a él tu Rey, te va a costar; pero aquel que lo reconoce como Rey, su vida cambia. Y es ahí donde tú debes aspirar a llegar.