Podemos entender algo de su dinámica o actuar si consideramos algunos títulos y nombres que se le dan en la Biblia. Por cierto, no podríamos hacer una consideración exhaustiva ya que el tiempo se nos está agotando. Pero quisiera llamar la atención de ustedes al pasaje de Juan 14:16 para considerar allí por lo menos dos aspectos que de alguna manera pueden ayudarnos a comprender mejor cómo actúa el Espíritu Santo.
El primero tiene que ver con el nombre que Jesús le da al Espíritu Santo en este versículo. “Consolador” o “paráclito” es la palabra que se utiliza en griego. Esta palabra se repite varias veces. Aparece en Juan 14:16, otra vez en el versículo 26, se usa en 15:26 y en 16:7. Es Jesús mismo el que la está usando reiteradamente. El uso reiterativo llama la atención.
Por algo habrá usado Jesús esta palabra. ¿Qué quiere decir este título o nombre que Jesús le da a Dios Espíritu Santo? “Paráclito” viene de dos palabras griegas para y kaleo. Se trata de una preposición y un verbo que juntos significan “llamar a alguien a nuestro lado”. Es como si yo le dijera al pastor: “Pastor, póngase aquí a mi lado. Lo estoy llamando al lado mío”. En este sentido, la palabra hace referencia a alguien que se pone a nuestro lado con un propósito. Conforme a lo que conocemos o dijimos del Espíritu Santo este propósito es el de asistimos o ayudarnos. Por eso, la traducción de la palabra podría ser abogado, defensor, ayudador y consolador.
Esto nos da una idea de cuál es el operar y la acción, característica del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios a nuestro lado. El Espíritu Santo es Dios con nosotros y para ayudarnos. El Espíritu Santo es Dios para asistimos. Él Espíritu Santo es Dios para defendernos. El Espíritu Santo es Dios para protegemos.
Hay ciertos verbos que definen su acción como consolador en el sentido que explicamos. El es el Dios que está con nosotros (Jn 14:16) como estuvo Jesús con sus discípulos. El es el Dios que nos enseña, como Jesús enseñó a sus discípulos (Jn 14:26). El es el que nos recuerda las palabras de Jesús y nos facilita la comprensión de las Escrituras (Jn 14:26). El es el que nos testifica acerca de Jesús (Jn 15:26). El es quien nos convence del carácter de Jesús, de su obra y también de nuestro pecado y de nuestra relación con él (Jn 16:7-11).
En todos estos casos los verbos o las acciones implican cercanía, estrechez, contacto. El no es un Dios lejano a quien tenemos que convencer de que nos venga a ayudar. No es recesa rio hacer sacrificios, ofrecer rogativas y plegarias para que a través de algún emisario de tercero o cuarto grado él nos dé alguna “ayudadita”. El es Dios aquí, a nuestro lado, estrecho, cerca, en contacto, accesible, inmediato. ¡Qué inmediatez bendita y maravillosa! El Consolador no nos deja ni noche ni de día, ni cuando estamos solos ni cuando estamos acompañados.
El día de nuestro casamiento estuvo allí, el día de la muerte de nuestro ser querido estuvo allí, ruando recibimos algún premio o alguna gratificación material él se reía con nosotros, y cuando las cosas fueron mal él era nuestro ayudador para consolarnos. ¿No lo sintieron así?
El es el Paráclito, llamado a estar a nuestro lado y no dejarnos. El es el Consolador y el ayudador. Esto es lo que hace el Espíritu Santo.
Pero aquí mismo, en esta expresión del versículo 16, hay otra palabrita que para mí tiene un sentido teológico extraordinario. Es la palabrita “otro”.
Jesús está hablando de un Consolador, pero no de un Consolador cualquiera. Jesús está diciendo “otro” Consolador. Lamentablemente, en castellano tenemos una sola palabra “otro”, con ella puedo referirme a “otro” reloj exactamente igual a éste que tengo, o puede ser “otro” reloj totalmente diferente. En ambos casos uso la palabra “otro”. Pero en griego –gracias a Dios— hay dos palabras. Una significa “otro” exactamente igual y la otra significa “otro” que puede ser distinto.
En este versículo se utiliza la palabra állos que significa otro exactamente igual u “otro de la misma clase”. Jesús nos está diciendo: “Voy a mandar a otro, pero que no es distinto que yo”. ¡No es esto algo grandioso! Los evangelios nos dan testimonio de cómo fue Jesús aquí en la tierra.
Siempre he soñado que si tuviera la máquina del tiempo y pudiera entrar en ella, me gustaría ir allí a donde Jesús predicó el Sermón del Monte o al lago de Galilea. Quiero ver el rostro de mi Señor, quiero sentir el timbre de su voz, quiero ver como brillaban sus ojos. No quiero tener meramente un testimonio escrito. Lo quiero a él.
Sin embargo, Jesús aquí nos está diciendo a nosotros, 2.000 años después que va a venir “otro”, pero ese otro no es distinto que él. El nos dice: “Así como yo toqué a mis discípulos y les dije, no se asusten cuando la tormenta arrecia, así también el Consolador estará con ustedes”. Es el mismo Jesús. Es el mismo Dios Espíritu Santo que cuando estamos solos nos acompaña, cuando tenemos hambre nos alimenta, cuando estamos enfermos nos cura, cuando necesitamos palabra divina nos aconseja, cuando no sabemos por qué camino seguir viene a nosotros y nos dice: “Yo soy la verdad”. Es el mismo Jesús que cuando la muerte nos asalta viene para afirmarnos y nos dice “Yo soy la verdad”.
Es el mismo Jesús que cuando la muerte nos asalta viene para afirmarnos y nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida”. Es el mismo Jesús, es exactamente el mismo Jesús, no es uno distinto, no es otra cosa, no viene con otro mensaje, no viene con otra actitud. Es el mismo amoroso Jesús que conocieron los discípulos y que ahora conocemos todos. No importa la geografía, el espacio, el tiempo, porque este maravilloso Dios Espíritu Santo está accesible para todos en todo lugar.
El es el otro Jesús. No se trata de una identificación absoluta de Cristo con el Espíritu Santo, pero sí se trata de una continuación maravillosa del carácter, de la persona y del tratamiento de Jesús con sus seguidores.
Hay algo paradójico en esto ya que el cristiano vive físicamente lejos del Señor, y sin embargo, el Espíritu Santo está presente en él. Pablo en 2 Corintios 5:6 dice: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor”. Sin embargo, en Romanos 8:9 afirma con convicción: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros”. La energía con que Cristo trabaja en los hombres es la energía que comunica el Espíritu Santo, de quien deviene la regeneración espiritual. Es por eso que el Apóstol afirma que “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro 8:9), e identifica la presencia de Cristo en la vida con la presencia del Espíritu (ver Ro 8:10-11).