La pasión de Cristo en la comunidad cristiana y sus denominaciones, continúan creciendo en un desarrollo integral y estructural a lo interno y externo. La visión de credos, en esta protagónica realidad, en el proceso de la verdad, fomenta sensaciones celestiales, para bendición de los creyentes.
Producto de esta expresión ha sido el análisis socio espiritual y la revelación de Dios a nuestro espíritu del panorama social, político, religioso y económico de nuestra nación, República Dominicana.
Recordando la historia de religiones en el mundo y su proceso de crecimiento, tenemos lectura de algunas posiciones, tales como el derramamiento del Espíritu Santo a los 120 discípulos en el Aposento Alto en Jerusalén; la Iglesia Primitiva, los mártires de la fe y la Reforma de Martín Lutero.
Buscando en oración el tratado del Espíritu Santo de Dios, para tener el enfoque de su visión, fui llevada al libro de Isaías 9:6, donde al mismo tiempo pude ver a una congregación unida en una iglesia de niños.
El encabezado de esta cita de Isaías nos habla del nacimiento y reinado del Mesías, y en su versículo 6, nos dice «porque un niño nos es nacido, hijo nos he dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz.
El concordato del Príncipe de Paz, se ha establecido en la gracia salvadora de nuestro Señor Jesucristo. Invito a ese Concordato de Paz, amor, misericordia, justicia y verdad, para establecer al hombre en un convenio eterno de gloria con el Dios trino y los ángeles, ministradores de bendiciones para los creyentes, conforme a las riquezas en gloria.
Hoy urge rechazar y aborrecer lo que aborrece Dios, el pecado, la hipocresía, el odio la mentira, la división de grupos, la idolatría, la indiferencia de ministerios, la doble moral, el desprecio, los hurtos, la fornicación, el adulterio y todo lo demás que no le agrada.
Es un deber del cristiano, elevar el asta de la bandera de victoria por la fe en el poder de Cristo, con alabanzas de un corazón agradecido por las muchas bondades, producto de las misericordias de Dios a nuestras vidas, en el triunfo de su amado Hijo, Jesucristo.
Hago un llamado a nuestros hermanos para que unamos nuestra fe al concordato del Príncipe de la Paz, con la garantía del divino gobierno de la trinidad divina, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El nacimiento de un niño en el hogar de una familia, nos habla de unidad, armonía en un mismo sentir en el vínculo familiar. Jesucristo, el Mesías en su nacimiento, trajo consigo el regalo de la gracia y de la paz.
La alabanza de los ángeles y los pastores de Belén, en el cielo y la tierra, exaltaron a una misma voz el poder de la gloria de Jesucristo, que decía Admirable, Consejero Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz, al cumplirse así la profecía de Isaías.
En el sermón del monte, Jesucristo estableció el concordato de la Paz en los corazones de buena voluntad, diciendo en el evangelio San Mateo 5:12: «Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos y abriendo su boca les enseñaba diciendo, bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Además, son «bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad, Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados.
Consideró también como «bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran misericordia, Bienaventurados los de limpio de corazón, porque ellos verán a Dios, Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios, Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos, Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Y al término de su sermón dijo: “Gozáos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.»
Jesús estableció la iglesia en la gloria de Dios, entregándosela al Padre en la unidad de su espíritu, de acuerdo con la trinidad, de Padre, Hijo y Espíritu Santo, para salvar al hombre pecador.
El Padre entrega al Hijo la misión de salvar al hombre, con el poder de su nombre, tras haber cumplido la misión en Juan 17:11 diciendo: “Y ya no estoy en el mundo; más estos están en el mundo, y yo voy a tí. Padre Santo, a los que me has dado guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros».
Así que, el espíritu de la iglesia está establecido en la unidad que Jesucristo hizo mención en su última oración cuando ascendía al Padre, de modo que, los que son del mismo sentir, en una misma fe, esperanza y amor, son verdaderamente los integrantes de la iglesia de Jesucristo, unida en espíritu y verdad, para la alabanza y la adoración de su poderoso nombre.