El Rey suena la trompeta, y solo un remanente se irá con Jesús. Él anhela una esposa madura que, en santidad, se separe más del mundo. Como dice en Levítico 20:7: ‘Santificaos, y sed santos, porque yo soy Jehová vuestro Dios’. La santidad implica emplear el conocimiento para saber dónde no debemos meternos.
La santidad no solo implica separarnos del mundo, sino también buscar la pureza espiritual. En 2 Corintios 7:1 se nos exhorta: ‘Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios’. Este proceso de purificación espiritual nos acerca más a Dios y nos ayuda a vivir vidas más plenas y significativas.
Cuando abrazamos la santidad, nuestros valores y decisiones cambian. Comenzamos a considerar cuidadosamente nuestras acciones y a evaluar si están en línea con la voluntad de Dios. La santidad nos guía a tomar decisiones que reflejan la bondad y la justicia divinas, impactando positivamente nuestras vidas y las vidas de quienes nos rodean.
Aunque la santidad nos llama a separarnos de la corriente del mundo, también nos llama a ser luz en medio de la oscuridad. Jesús nos dice en Mateo 5:16: ‘Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos’. La santidad nos capacita para marcar la diferencia en el mundo, mostrando el amor y la verdad de Cristo a través de nuestras acciones y palabras.»
Fuente:
TPD