2 Samuel 9:1-13. Este capítulo nos presenta una de las etapas más elevadas en la vida de David. Ni siquiera los siete años de intensa persecución por parte de Saúl dejaron en él un corazón lleno de odio. En lugar de esto ahora le vemos buscando a alguien de la familia del rey para hacerle misericordia. Y el hombre en quien cayó toda la gracia del rey se llamaba Mefiboset, hijo de su incondicional amigo Jonatán, quien era lisiado de los pies. ¿Cómo entender esta acción de David? La costumbre oriental establecía que cuando un nuevo rey tomaba el poder, exterminaba todos los miembros de la dinastía anterior para evitar alguna revuelta y con ello algún golpe de estado. Sin embargo, David no hizo esto. Así que Mefiboset en lugar de desaparecer del linaje de Saúl, fue invitado a la mesa del rey. Esta acción puso de manifiesto por qué David era un hombre conforme al corazón de Dios. Imagínese esto.
La mesa del rey está servida. Los adornos de oro y bronce lucen por todas partes. De repente aparecen los hijos del rey. Absalón, quizás bronceado y guapo, aquel de quien se dice que desde los pies hasta la cabeza era perfecto en hermosura, se sienta a la mesa. También está Ammon. Luego aparece Tamar, distinguida por su hermosa presencia. En alguna silla está Salomón, y a lo mejor algunos de los generales de David, como Joab. Una vez que están todos sentamos entra el rey David a quienes sus hijos les rendirían honores por su alta investidura. Pero al sentarse se dan cuenta que falta alguien y no pueden comenzar hasta que aparezca el otro invitado. Entonces comienza a oírse un ruido sobre el piso, y allí aparece la figura de un hombre moviéndose como si estuviera haciendo unos ejercicios aeróbicos: Se trata de Mefiboset. Él ahora forma parte de la familia que se reúne a la mesa del rey. Esto se llama gracia. Esto es la misericordia en su más alto contenido. “Los manteles de la gracia”, como dijo alguien, se han extendido y cubren los pies del lisiado. Eso es lo que Dios ha hecho con nosotros. Veamos qué ofrece el “banquete de la misericordia”.
EL BANQUETE DE LA MISERICORDIA ES DONDE EL REY INVITA POR AMOR AL AMIGO
No es por Mefiboset si no por Jonatán v. 1. ¿Por qué Mefi-boset fue tratado como uno de los hijos del rey David? Todo comenzó desde que David fue invitado al palacio del rey, cuando Saúl comenzó a sentir celos por él (1 Sam. 18:1-5; 20). La amistad de aquellos dos jóvenes quedó sellada con estas palabras: “Y Jonatán hizo jurar a David otra vez, porque le amaba, pues le amaba como así mismo” (1 Sam. 20:17). La amistad de David y Jonatán es una de las más hermosas y limpias que se conozcan. Sirve de inspiración para valorar el precio de lo que significa tener un amigo a quien se honra más allá de la muerte. Así tenemos que David no estaba dignificando a Mefiboset por su buen corazón sino por amor a Jonatán, su padre. En esto hay algo que debe decirse. Cuando Dios obra en la vida de una persona no lo hace porque ella sea buena o tenga méritos que muevan su compasión. Ese acto se conoce como la infinita gracia de Dios en acción. Es interesante que la palabra que David usa acá para hablar de “misericordia” debiera traducirse más bien como “gracia”, pues es la palabra que se resalta en el original. De esta manera estaríamos diciendo que la salvación de una persona está en las exclusivas manos de Dios. Es el Rey que invita al banquete por amor al amigo. La gracia es todo lo que no meremos.
David ilustra al Padre y Jonatán al Hijo. Esta historia es muy reveladora. La pregunta de David queriendo hacer misericordia a alguno nos ilustra cómo actúa el corazón de Dios. Tome en cuenta que él no pregunta: “¿Hay alguien calificado” o “¿Hay alguien digno”. Más bien la pregunta se concentra en el pronombre “alguno” con el cual no clasificaba a nadie, sino que el que apareciera primero recibiría la misericordia del rey. Aquí hay una ilustración de la forma cómo Dios obra con su gracia. Por un lado David ilustra al Padre celestial que busca a alguien para darle de su amor, gracia y misericordia. Jonatán ilustra a Jesucristo por medio de quien Dios otorga sus favores. De esta manera David no haría nada si no fuera por amor a Jonatán. El amor de Dios por la humanidad parte de lo mismo. Esta es la verdad de Juan 3:16 y de Romanos 5:8. El “banquete de la misericordia”, donde se ve al Rey invitando a alguno a venir por amor a su Hijo, lo presentó Pablo en su magistral carta a los Efesios, cuando dijo: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús…” (Ef. 2:4-6).
EL BANQUETE DE LA MISERICORDIA ES EL ÚNICO LUGAR DONDE SE SIENTAN TODOS LOS DESPRECIADOS
El nombre de Mefiboset significa “el que esparce la vergüenza”. La verdad es que si algún nombre no le pondríamos a nuestros hijos es este. Originalmente su nombre era “Merib-Baal”, esto es el que se opone a Baal. ¿Por qué este nombre significaba vergüenza? Bueno, considere que su abuelo fue el primer rey de Israel y su padre fue el primer príncipe, por lo tanto pasó de la descendencia real a la vergüenza de los demás. Él lo tenía todo y de repente no tuvo nada. Cuando apenas tenía cinco años cambió toda su vida. En el mismo día murió su abuelo, el rey. En el mismo día murió su padre, el príncipe. Y en el mismo día quedó lisiado. Desde esa edad él vivía en la vergüenza. Este es el cuadro del hombre que está fuera del “banquete de la misericordia”. ¿No es un privilegio para alguien que ande en esa misma condición ser invitado a la mesa del Rey de reyes a comer de su propia comida? Hay muchos “Mefiboset” en la vida que andan esparciendo su vergüenza. Algunos la tienen desde su niñez. Y la verdad es que no hay cosa peor que después de haberlo tenido todo, ahora seas el objeto de la burla y del menosprecio. Pero esa vergüenza se puede acabar cuando eres invitado por el rey a su banquete.
El nombre de Lo-Debar significa “sin pasto y sin frutos”. Mefiboset vivía no solo la vergüenza de saber que ya no era heredero de ningún trono, y además lisiado, sino que vivía en una tierra donde no había pasto ni frutos. En Lo-Debar vivía escondido, preso en su condición personal y emocional. Como hijo y nieto tuvo que tener muchos privilegios. Pero ahora su vida se debate en medio de la soledad y los recuerdos. Este es el mismo cuadro del pecador antes de conocer a Cristo. La vida para muchos es como un “Lo-Debar”. Allí viven “lisiados”, sin esperanza, en una tierra árida y desértica, buscando aquello que le sentido a sus vidas pero no encuentran pastos ni frutos. Sin embargo, ese estado puede cambiar. Nadie tiene por qué vivir allí para siempre. No fuimos creados para vivir “lisiados”. La gracia de Dios puede transformarnos. Hay un llamado para venir al “banquete de la misericordia”. ¿No es maravilloso pensar que en esa fiesta del alma, donde está el rey con sus hijos, también pueda sentarme junto a él? La verdad del evangelio es esta: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados…” (Ef. 2:1). ¿Sabe usted que ese convite del cielo está lleno de despreciados porque los primeros invitados no vinieron al banquete (Lc. 14:23, 24)?
EL BANQUETE DE LA MISERICORDIA ES UN LUGAR DONDE EL GOZO SUSTITUYE LOS TEMORES
No vivir más escondido (v. 4, 5). Mefiboset después de vivir en la opulencia, con una niñez propia de un heredero de la corona, lleno de todos los cuidados y atenciones, ahora vive escondido. Quien vive escondido, vive atemorizado. Hay temores que hacen vivir a muchas personas en un estado de vergüenza. Quizás han sido marcados por alguna experiencia en su niñez; a lo mejor producto de algún abuso por alguien muy cercano a su vida, y viven escondidos en su propio mundo, aunque estén a la vista de todos. Pero la verdad que surge acá es esta: No se puede vivir siempre escondido. ¿Quiénes andan en esta condición? Los que viven rodeados de otros, pero presos en sus dudas; los que creen que todo les sale mal o piensan que nadie les ama. Mefiboset vivió esa condición. Sus temores no podían ser más notorios. Bien sabía él del odio que despertó su abuelo y que, por cuanto el reino se le había dado a David, él tenía todo el derecho de limpiar la casa de Saúl. Pero ahora está listo para vivir la etapa más importante y feliz de su vida. Y es que cuando se acaban los temores, la real vida comienza a manifestarse. La gracia divina ahuyenta los temores. El gozo debe ser la nota distintiva de un hombre libre.
La palabra del rey cambia las cosas (v. 7). Un día el temor de Mefiboset llegó al extremo. Lo que no quería que pasara, ahora es una realidad. Los soldados de David han llegado a su casa. Ahora el hombre lisiado teme que le pueden cortar la cabeza. Imagínese el cuadro. Este hombre no puede correr. Los soldados de David son muy valientes, y él que se define como “un perro muerto” (v. 8), no podía huir. Su fin había llegado. No solo había vivido en un estado de miseria, sino que ahora morirá bajo el filo de alguna espada. Pero él no estaba preparado para lo que vendría. Fue tomado por los soldados. Se dio cuenta que no lo maltrataron. A lo mejor lo pusieron en algún carruaje y lo introdujeron delante del rey. Pero cuando llegó delante de él, su temor alcanzó lo máximo. Así que se postró ante su presencia como era digno de un rey, y cuando estaba allí, esperando algún golpe final, el rey le dice: “No temas…”. Esto significa gracia. Esto fue lo mismo que Jesús le dijo a aquella mujer: “Ni yo te condeno”. El Rey de nuestras vidas tampoco nos condena. Al estar en su presencia también nos dice: “No temas”.
EL BANQUETE DE LA MISERICORDIA ES EL LUGAR DONDE HAY UNA FUENTE DE PROVISION CONTINUA
Hay una tierra que te pertenece (v.7). Cuando Mefiboset conoció a David lo primero que hizo fue recuperar sus tierras. Las tierras de su abuelo y de su padre le pertenecían por herencia, pero él vivía alquilado en casa de un tal Maquir (v. 4), sin pensar que era dueño de tamaña riqueza. Pero el asunto no quedó allí. David ordenó no solo la recuperación de las tierras, y por cuanto el no podía labrarla, se le ordenó al siervo Siba, quien contaba con quince hijos y todo sus siervos (v. 10), para que se encargaran de suministrarle alimentos por el resto de su vida. Esto es algo extraordinario. Cuando alguien conoce a Cristo recupera la tierra que le pertenece. Previo al encuentro con el Rey, el creyente vive en “Lo- Debar”, donde no hay pastos ni frutos, viviendo en tierra lejana y en casa extraña. Una de las cosas que hace Satanás es privar al individuo de la vida abundante que Cristo vino a dar. Para ello el decide “hurtar, matar y destruir” los bienes que nos pertenecen. Cuando venimos ante el Rey recuperamos todo lo que se nos había perdido. Por tal razón el hijo de Dios no tiene por qué vivir en la miseria.
“El hijo de tu señor comerá siempre en mi mesa” v. 10. El llamado a comer al banquete del rey es distintivo en este capítulo. Se repite cuatro veces como para destacar que este es el corazón del mensaje (v. 7, 10, 11, 13). Y cuando Mefiboset estuve delante del rey hizo una pregunta con la que reconoció ser inmerecedor de la misericordia del rey. Tal era su condición que se preguntó: “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?”(v. 8). Y un “pero muerto” fue invitado a comer para siempre en la mesa del rey. ¿No es esto extraordinario? Nosotros vivíamos como “perro muerto”, pero un día conocimos a Cristo y fuimos invitados a su banquete. ¿Podremos imaginarnos lo que será sentarnos en la misma mesa con Pablo, Pedro y Juan? ¿Se imagina estando allí pedirle a Santiago que nos pase un pedazo de pan? ¿Se imagina estar allí hablando con Martin Lutero, Juan Buyan, Casiodoro de Reina? ¿Compartiendo con Abraham, Jacob, Moisés y los profetas? ¡Ah, y también con Mefiboset! “El banquete de la misericordia” será una fiesta permanente y el Rey de reyes será quien la sirva. ¡Aleluya!
La presente historia es una auténtica ilustración de la vida delante de Dios. Es un cuadro conmovedor de la gracia divina. Es, en efecto “el banquete de la misericordia” donde todos somos invitados. Nosotros también estamos “lisiados” por el pecado e incapaces de salvarnos por nosotros mismos. David, con su misericordia, ilustra a Dios Padre y Jonatán al Señor Jesucristo. De la misma manera que Mefiboset fue elevado a un lugar en la mesa del rey, por amor a Jonatán, así también nosotros se nos eleva a la categoría de hijos por amor a Jesucristo. El único banquete donde se puede sentar un pecador despreciado y carente de significado es la mesa del Señor. Fue él quien dijo: “El que a mí viene, no le echo fuera”. Dios sigue en la búsqueda de alguien para hacer misericordia. Si te sientes como Mefiboset, tú puedes cambiar hoy. Lo único que tienes que hacer es acudir ante la presencia del Rey. Ven como estás.