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El afán por la admiración humana. una enfermedad que sólo el evangelio sana

Pablo animó a la iglesia en Corinto a ser de un mismo sentir en Cristo y a estar unidos. Ellos, según le informaron al apóstol, estaban divididos porque algunos preferían más a Pablo, otros a Apolos y otros a Pedro (1 Co 1:12-13). La fascinación por el conocimiento y la sabiduría humana los había llevado a identificarse con el que, según su evaluación, era el más importante entre los líderes de la iglesia.

Esta identificación estaba motivada por el deseo de estatus y sentido de valor que derivan de esos líderes. Los corintios creían que su importancia individual estaba fundada en la relación, cercanía o conexión que tuvieran con alguna figura sobresaliente. Identificarse con Pedro, Pablo o Apolos alimentaba sus aires de superioridad. Esta fue una sensación tan fuerte que terminó causando divisiones en la iglesia. En un sentido, la primera carta que tenemos de Pablo a los corintios está escrita para abordar y corregir esta actitud divisiva.

La enfermedad
Pablo, como un doctor, diagnosticó la condición que padecía la iglesia de Corinto: ellos se gloriaban en algo incorrecto. Su valor, identidad y esperanza estaban sostenidos en el fundamento frágil de la reputación personal y en el deseo de parecer más inteligentes que otros. La gloria de estos creyentes estaba en ser estimados como sabios ante los ojos de las demás personas.

Nuestra identidad y nuestro sentido de valor están fundados en la redención que tenemos en Cristo

Desde el inicio de su carta, Pablo demuestra que dicha actitud no tenía sentido porque la verdadera sabiduría está en Jesús. Cristo es la sabiduría de Dios y todo aquel que está en Él es estimado como verdaderamente sabio (1 Co 1:24, 30). Aunque las personas de este mundo consideren el mensaje del Cristo crucificado como una estupidez (1:18), Jesús es la sabiduría, justificación, santificación y redención de Dios para nosotros (v. 30).

Nuestra aceptación ante Dios depende totalmente de la obra de Cristo a nuestro favor. También nuestro progreso en la fe proviene de Él. Toda nuestra justicia y santidad deriva de Cristo, quien las aseguró en la cruz y son nuestra por la fe. Así que nuestra identidad y nuestro sentido de valor están fundados en la redención que tenemos en Cristo. Si vamos a gloriarnos, que sea en el Señor Jesús.

Los síntomas
Esta tentación de gloriarnos en otras cosas aparte de Dios es tan antigua como el mundo mismo (Gn 3) y sigue latente en el corazón humano. Queremos ser estimados como sabios y entendidos para lograr la admiración de las personas. Anhelamos ser tenidos como inteligentes ante los demás. Este deseo ejerce una profunda influencia en nosotros y por eso nos volvemos propensos a alabarnos, a hablar de nuestros logros y a buscar que nos reconozcan.

Asimismo, no soportamos que personas semejantes a nosotros sean estimadas más sabias, sensatas y capaces que nosotros. Nos avergüenza reconocer que otras personas de nuestros círculos sepan y conozcan más que nosotros. Por eso muchos buscan su sentido de valor en sus estudios, títulos y logros académicos o por el conocimiento adquirido en algún área. La profesión, la educación, la elocuencia o la buena cultura es para muchos el fundamento de su gloria.

No tenemos que demostrar nada a nadie, solo confiar en lo que Dios dice y en lo que Cristo es para nosotros

Si somos cristianos sinceros, podremos reconocer que esa búsqueda por admiración al final no nos conduce a nada bueno. ¡Cuánto sufrimos por el orgullo de sentirnos inferiores a los demás! ¡Cuánto dolor nos causa la arrogancia de querer ser estimados sabios por los demás! Cuántos pleitos, resentimientos y heridas nos evitaríamos si entendemos que en Cristo ya somos estimados sabios por Dios. No tenemos que demostrar nada a nadie, solo confiar en lo que Dios dice y en lo que Cristo es para nosotros.

El deseo de ser admirado es la triste razón por la que muchos cristianos buscan y adquieren buen conocimiento, pero no dejan que afecte su carácter y conducta. Al contrario, se vuelven arrogantes y vanidosos. Es una pena que, para muchos creyentes, el conocimiento bíblico no produzca la piedad correspondiente porque, una vez que aprenden algo valioso, se comparan con los demás en vez de mirarse con relación a Dios. Es una pena que la gloria de muchos cristianos no está en saber, sino en sentir y demostrar que saben más que los demás.

Si el conocimiento doctrinal y teológico no nos coloca delante de Dios para adorarle en humildad, entonces será combustible para el orgullo y la vanidad. Si el conocimiento bíblico no humilla al pecador, entonces exaltará su orgullo. El cristiano debe aprender para postrarse y adorar, no para estimarse superior a los demás. El que aprende y se humilla tendrá una verdadera experiencia con Dios y entonces será de bendición para aquellos que tiene a su alrededor.

En esta misma línea, el teólogo Jonathan Edwards escribió: «No busques crecer en conocimiento principalmente por causa del aplauso, y para permitirte poder disputar con otros; búscalo para el beneficio de tu alma y para practicarlo. Práctica de acuerdo con el conocimiento que tienes» (La pasión de Dios por su gloria, p. 70).

El remedio
Pablo prescribió el remedio que los corintios necesitaban: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor» (1:31). Estas palabras son una cita del profeta Jeremías (Jr 9:23-24). La solución al problema de los corintios estaba enteramente en el Redentor. Ellos debían poner su gloria en el Señor. El mismo evangelio que salva sigue ofreciendo a Cristo en la plenitud de Su persona salvífica, para ser visto, recibido y disfrutado como el ser más extraordinario.

Si el conocimiento doctrinal y teológico no nos coloca delante de Dios para adorarle en humildad, entonces será combustible para el orgullo y la vanidad

El punto que Pablo nos quiere comunicar es: busquen su gloria en Dios y no en hombres mortales, falibles y limitados. Siéntanse seguros y satisfechos en haber sido salvados por Cristo y en conocerlo. Él es la mayor y más completa posesión que tenemos. Jesús es superior a todo, incluso a toda la sabiduría y el conocimiento que el mundo pudiera acumular, porque Él es la verdadera sabiduría.

Nada en esta tierra debe ser motivo de jactancia para los creyentes porque tenemos todo en Cristo. Qué infantil es que los hijos de Dios, teniendo todo en Jesús, persigamos la admiración y el respeto de las personas. Qué insensatez que un redimido se jacte por las cosas que dice saber. En cambio, derivemos nuestro sentido de valor de lo que Cristo es para nosotros, porque en Él estamos completos (Col 2:10).

Un corazón que ve y experimenta el valor de Cristo está tranquilo y confiado. Un hijo de Dios está satisfecho y seguro cuando tiene al Señor como su mayor bien, cuando su identidad está en el Hijo de Dios.

¡Cuánta paz y gozo experimenta el alma que hace de Cristo su gloria!

Fuente:
Pastor Gerson Morey

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