El poder es siempre el común denominador en cualquier situación de abuso ya sea físico, verbal o emocional. Todos los abusadores actúan de esa manera porque pueden hacerlo debido a su posición de poder sobre las víctimas. Además, ese poder los hace pensar que son inmunes a que los descubran o acusen.
Es por esta razón que el abuso y la impunidad han sido tristemente tan comunes en todas las esferas de la sociedad. El abuso siempre es deleznable, pero es aún peor cuando se da en aquellos que usan a Dios o la religión como excusa para hacerlo. No hay nada más anticristiano que abusar de otros sin importar si esa persona es considerada o se autodenomina un seguidor de Cristo.
Esta situación evidentemente no hace a un lado el elemento espiritual ya que el abuso es pecado como cualquier otra acción u omisión que va en contra del plan original de Dios para nuestras vidas. De esta manera, la solución final es el perdón que Dios ofrece a través de Cristo y la vida de santidad que El Espíritu Santo desea que vivamos a través de su poder en nuestras vidas. Sin embargo, el poder absoluto siempre corrompe y el orgullo ha sido considerado como la raíz de todos los pecados. Por esto, es imprescindible que todas las voces sean incluidas y escuchadas y que el poder sea compartido. Todos tenemos la obligación de defender a las víctimas, de buscar que los abusadores enfrenten la justicia y de luchar para que nunca más haya abuso en nuestra sociedad.
Para ser seguidores de Cristo necesitamos escuchar su voz y seguir su ejemplo de humildad. El orgullo y la vanagloria son actitudes que con frecuencia atacan a los líderes religiosos que creen que por su conducta aparentemente piadosa reciben el favor divino. Por esta razón muchos religiosos se perciben como mejores que los demás y sus líderes creen que pueden controlar y abusar de los demás a los que consideran tienen menor valor que ellos. Estas actitudes son totalmente contrarias a Jesucristo. Jesús les enseñó claramente a sus discípulos, y a todos nosotros, que el reino de los cielos no está basado en poder humano y que la responsabilidad de los líderes por cuidar a los demás es tan grande que demanda una total dedicación por su bienestar sin importar el costo que esto implique. En Mateo 18:1-9 encontramos estas importantes palabras de Jesús que nos deben hacer reflexionar y ponerlas en práctica:
«En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe. Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego.»
En este pasaje encontramos dos principios esenciales para todo cristiano, especialmente si se encuentra en cualquier posición de liderazgo. En primer lugar, la humildad y sencillez determina la grandeza entre los seguidores de Cristo. Los discípulos de Jesús buscaban ser el mayor en el reino de los cielos porque este lugar representaba poder sobre los demás. Jesús les dijo que es imprescindible ser como un niño para entrar a su presencia y que solamente los humildes alcanzan grandeza. En ese tiempo los niños carecían y todavía carecen de poder y autoridad sobre otros. Los niños tampoco tienen las ambiciones de poder de los adultos. El cristianismo es y tiene que ser siempre contrario a la cultura de poder y abuso. Necesitamos tomar seriamente las palabras de Jesús y ser como niños para realmente representarlo en este mundo. Cualquiera que abuse de otros no es de Cristo sin importar su posición eclesiástica o denominacional.
El segundo principio que encontramos en este pasaje nos da una gran advertencia que necesitamos escuchar con atención. Los líderes y maestros somos responsables de guiar a otros y de no hacerlos caer con nuestras enseñanzas. Necesitamos ser cuidadosos de no imponer nuestras opiniones y perspectivas en los demás sin estar seguros que nuestras palabras realmente reflejan el corazón de Jesús. Con frecuencia muchos imponen cargas pesadas en otros y hacen que se desvíen del camino recto que Cristo enseña. Jesús declara que todo aquel que haga caer a uno de sus hijos merece la mayor condenación. Somos responsables por guiar a otros con amor y humildad. Todo aquel que abuse de otro queriendo imponer sus opiniones y no las de Cristo será castigado con la mayor severidad por aquel que juzga justamente y no hace acepción de personas.
En estos tiempos complicados, los verdaderos seguidores de Cristo debemos ser humildes y buscar el bienestar de los demás. Nosotros debemos luchar abiertamente contra cualquier tipo de abuso. El poder siempre motiva a abusar de otros, pero el amor de Cristo nos motiva a amarlos incondicionalmente. De esta manera, podemos ser luz en las tinieblas y realmente comportarnos como seguidores de Cristo.