Mientras existimos, aspiramos a vivir en felicidad, en plenitud de vida. Todos queremos ser bendecidos y recibir las bondades de Dios, anhelamos que El nos conceda todo tipo de provisión. Jesucristo estableció las condiciones para ser bendecidos. En el Sermón del Monte, dejó las reglas claras de cómo adquirir y tener acceso al bien y a las bendiciones. Dice la Biblia que Jesús, “viendo la multitud, subió al monte, y sentándose, se acercaron a él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba diciendo: Bienaventurado los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. (Mt. 5:1-3)
¿Qué significa bienaventurado? Es ser dichoso, tener gracia delante de Dios. La gracia de Dios es la cualidad que abre puertas en lo natural, para que sus riquezas espirituales, que sobreabundan en lo sobrenatural, se manifiesten en la tierra; es el atributo divino que nos abre las puertas de los cielos, para que descienda la provisión capaz de satisfacer nuestras necesidades y carencias, y que se manifieste en lo natural.
En el idioma griego original, bienaventurado es la palabra makarios, que significa alguien fortalecido, resistente, con capacidad y fuerza; viene de la raíz mak, y se refiere a algo grande o de larga duración. Significa ser bendito, prosperado espiritualmente, feliz, con plenitud de vida y satisfacción en el favor de Dios, completamente satisfecho, no por las circunstancias favorables, sino por la actitud que asume frente a las situaciones desfavorables, para obtener las bendiciones de Dios, con gozo, como si las estuviera disfrutando.
Salmos 138:6 dice: “Porque el Señor es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos.” Grande es Dios y al vanaglorioso, al orgulloso, al soberbio, al altivo, mira de lejos, no se acerca a él. Al contrario, atiende al humilde, le presta su atención, lo asiste y le pone su mirada. ¿Qué es la humildad? Es esa condición humana de aceptación y reconocimiento de sus debilidades y carencias, de convencimiento de sus limitaciones y de aceptación de la corrección y sometimiento a otro ser superior a él.
Para humillarse de corazón, hay que hacerlo en el espíritu, mostrando la pobreza de nuestro espíritu, que solo puede ser satisfecha por la riqueza abundante y sobrenatural del Espíritu de Dios. Como seres humanos, tenemos espíritu, alma y cuerpo. La naturaleza carnal, pecaminosa del hombre, lo induce al mal, al pecado, a satisfacer las pasiones, placeres y deseos de la carne. El corazón del hombre es engañoso y perverso, más que todas las cosas, dice la Biblia. Significa que la intención del hombre es mala por naturaleza, está inclinada a la maldad, tiende a corrompernos. Solo el Espíritu de Dios puede enseñarnos a ser mansos y humildes como Jesús. Porque los humillados en la tierra, serán exaltados por Dios en los cielos. El destrona a los poderosos de su trono y exalta a los de humilde condición. (Lucas 1:51-52)