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Dios respalda a la gente decidida

La gente decidida siempre mueve el corazón de Dios. Por otra parte, el indeciso y fluctuante le provoca disgusto. El apóstol Santiago dice: El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor (Santiago 1:7 y 8).

Aparentemente, los creyentes de la Iglesia en Laodicea tenían muchos recursos materiales—congregaciones financieramente fuertes, y con miembros influyentes. Pero espiritualmente estaban decrépitas. Había mucha mundanalidad en el Cuerpo, y una falta de decisión y claridad con respecto al llamado a la santidad y la consagración al Señor.

En su carta a las iglesias, el Señor Jesucristo, por medio del apóstol Juan, le advierte a la Iglesia en Laodicea: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15 y 16). Evidentemente, la falta de compromiso y consagración, el orgullo espiritual, la superficialidad de espíritu, le resultaban inmensamente ofensivo al Espíritu Santo. En realidad, Dios veía a esta iglesia como “desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda”. ¡Un veredicto espiritual devastador!

Me pregunto a cuántas iglesias de la actualidad Dios ve de la misma manera. Sus requisitos no han cambiado. Quizás estemos muy cómodos con nuestro estado de doblez y comodidad, pero ante los ojos de Dios, no merecemos ser canales de su poder o su santidad. Lo único que lo agrada a Él es una espiritualidad al rojo vivo, sedienta de Su poder y Su presencia. Se requiere una vida entregada, un compromiso total, un giro de 180 grados. Hay que decirle adiós a la conducta del pasado, y mantener la mirada firmemente enfocada en el nuevo estilo de vida que Dios nos tiene destinado.

Los dones del Espíritu, el poder de Dios, requieren un ambiente y una actitud de decisión y consagración para manifestarse con toda plenitud. Esa es la materia prima que el Espíritu usa para canalizar su poder en la tierra, e impartirle poder y efectividad a las intervenciones de su Iglesia para el Evangelismo y el servicio cristiano.

La gente que recibe sus milagros de parte de Dios, que vive una vida de poder y efectividad, es la que ha sacado toda doblez e indecisión de su corazón, se ha lanzado desesperadamente a los brazos del Señor, ha muerto al mundo y a las demandas de la carne, y vive la vida con los ojos resueltamente enfocados sobre la eternidad. Dios está esperando un pueblo consagrado y decidido, para mostrar su poder a favor y a través de ellos. “Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21).

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