Hace poco sufrí otro gran dolor de una persona quien dejo un gran legado a todos los que lo conocían, más aún a mí porque vivíamos en los momentos libres para poder hablar de los asuntos de Dios.
No he dejado de reconocer que me impactó literalmente la partida de mi cuñado y aunque sé que no está, siempre vivirá en mi corazón.
En medio de tanto dolor, debemos tomar en cuenta que las tormentas revitalizan los bosques, limpian los océanos y los aires, y aunque a veces producen víctimas mortales, pero también nos traen paz inesperada cuando observamos sus maravillosos efectos de darle vida a la naturaleza, al recordarnos la grandeza y el inefable poder y amor de Dios.
Es también un recuerdo perenne de una realidad insoslayable, somos como hormigas engreídas que se creen Dios, pero él siempre nos manda eventos y noticias que nos recuerdan que somos parte de su creación, con virtudes y defectos y no dueños de la misma. Que nuestras propias vidas les pertenecen y que nos beneficia, cuando confiamos en Él, con el disfrute de la vida y la felicidad en abundancia.
Esto me lleva a pensar en el momento cuando los discípulos de Jesús tuvieron que enfrentar una gran tempestad. Esta vez no se escuchó el pronóstico del tiempo, ventaja que tenemos hoy en día cuando los medios de comunicación (Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, etc…) que se ponen a una para alertar y anunciar cualquier situación peligrosa a la ciudadanía, para que se enteren inmediatamente de lo que pueda ocurrir y se resguarden.
Los discípulos de Jesús no tuvieron una voz que le avisara que la tormenta y tempestad se levantaba, y que no debían entrar ese día al mar como de costumbre. Pero, creo que ellos solo creyeron que era un buen día de sol radiante, el viento era agradable, y confiados se entraron a la barca junto con Jesús y comenzaron a navegar, y ya mar adentro, de repente fueron sorprendidos por una tempestad y no cualquier tempestad. Esta tormenta era tan grande que las olas cubrían la barca.
El viento, en ese momento, era el encargado de que el agua entrara en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Cuán terrible situación vivieron los discípulos en ese momento. Fueron momentos de angustias y desesperación, enfrentados a una tempestad tan grande en medio de un mar embravecido, un viento furioso que solo Dios podía saber a cuantas millas por horas venia. Estos expertos de la pesca está vez creyeron que todo estaba perdido, que no llegarían a su destino, pero la orden de Jesús había sido pasemos al otro lado.
Satanás, el enemigo de las almas, buscará levantar grandes tempestades a tu alrededor con el fin de que no alcance tu destino. La orden de Jesús fue: pasemos al otro lado, e inmediatamente entraron en la barca se levantó la tempestad y por la descripción esta tempestad era un huracán que los enfrentó en el camino con el propósito de impedir que ellos llegaran al otro lado.
Cuando esto ocurre siempre un pavor nos inunda, queremos actuar a nuestra manera o muchas veces creemos morir ante tales situaciones que la vida nos proporciona, olvidando que la vida trae sus propios afanes y conflictos, por lo que a veces desmayamos, olvidando que el Señor está a nuestro lado cubriéndonos y abrazándonos con su amor.
Cuando estamos pasando por momentos desesperantes, y creemos que estamos solas/os, el Señor está con nosotros, créalo o no, el Maestro está ahí cerca para consolarnos, para ayudarnos, para decirnos yo estoy contigo hija mía no llores, yo soy tu refugio, tu consolador, estad quieta y sabed que yo soy tu Dios.
Cuando estos vientos y noticias se levantan contra nosotros y las tempestades de la vida parecen golpearnos, es el momento de venir a él y mantener la fe firme en quien hemos creído, pareciera que vamos a perecer pero no es así. Jesús reprendió al viento y las olas, y se hizo bonanza. Así ocurre cuando venimos a Él y lo reconocen como nuestro Señor, la tranquilidad viene a nuestra vida y comenzamos a vivir en paz con Dios y con nosotros mismo.
Cuando te sientas desmayar y que los vientos arrecian, solo tienes que clamar a él y él responderá enseñándote las cosas secretas que tu no conoces. No quiero concluir sin llevarte al Salmo 61:1:4, en la que David dice: “Oye Dios, mí clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, Porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo. Yo habitaré en tu Tabernáculo para siempre; Estaré seguro bajo la cobertura de tus alas”.
Quiero que medites en esos versículos de ese salmo, los guarde en tu corazón y que sean de bendición para ti como lo ha sido para mí.