“6 Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve. 7 Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne. 8 Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera.” Éxodo 4:6-8
Dios siempre pone pensamientos en tu espíritu que contradicen lo que estás pensando y viviendo; Pero tu experiencia nunca contradice lo que hay en tu corazón. Hay una conexión entre lo que tú haces y lo que tienes en tu corazón. Hay personas que cometen muchos errores, pero como que todo les sale bien; Todo por la intención de su corazón. Tienes que arreglar lo que está adentro porque es la única manera que se manifieste lo que Dios dijo; Lo que está afuera nunca va a contradecir lo que está adentro.
Los pensamientos que Dios pone, contradicen lo que piensas y vives. Cuando tú crees que no puedes, Él dice que sí puedes. Cuando el médico dice que estás enfermo, Él dice que estás sano. Cuando la gente dice que estás en bancarrota, Él dice que te ha bendecido, y que Él suple todas tus necesidades conforme a sus riquezas en gloria. Dios quiere moverte hacia adelante, pero tienes que arreglar tu corazón. Moisés tenía que ir allí con un corazón nuevo, limpio; No podía permitir que se le dañara porque ahora tenía en sus manos el poder para libertar a 2 millones de personas. Si algo tienes que cuidar, es tu corazón, porque Dios te ha dado la autoridad y la herramienta para libertar tu país, a los tuyos.
¿Cuál fue el problema de Moisés? Que los chismes le dañaron el corazón una vez más. Más adelante, cogió la vara y le dio a la peña, cuando Dios le había dicho que le hablara. Y Dios le dijo: Hasta ahí llegaste. Porque Moisés dañó su corazón. Por más grandes que sean las promesas de Dios para tu vida, tienes que cambiar lo que hay en tu corazón. Sé libre y feliz, no tengas envidia, gózate con la bendición de otro, cuida tu corazón porque tú nunca podrás vivir más allá de lo que tú estés viviendo en tu corazón.
Dios ha puesto autoridad en tus manos, te ha dado la capacidad de atar y desatar, pero tú pudieras estarlo usando en contra tuya. Las cosas te salen mal cuando tu corazón es incorrecto delante de los ojos de Dios; El poder que Dios te dio para levantarte, es el poder que te está hundiendo, te lo dio para restaurarte, y que te está limitando.
Hoy, mete tu mano en tu seno, y sácala, vuélvela a poner, y sácala limpia. Si sale sucia, tienes que quitar las manchas. Porque tú puedes arreglarte por fuera, pero la Biblia dice que Dios escudriña y conoce las intenciones de tu corazón. Y lo único que puede cambiar tu corazón es la gracia poderosa de Dios. Solo entonces, ese poder que Dios ha puesto en tus manos, tú lo podrás comenzar a utilizar de la forma correcta. Tiene que haber el balance.
Dios le estaba diciendo a Moisés: Tu mano está leprosa; Si tú vas con esa mano así, vas a dañar todo. Quizás tú hoy puedes reconocer ciertas cosas en las que te metiste sin estar listo, antes de tiempo; Un negocio, un matrimonio, hijos. El problema es que vuelves y te metes en el mismo error. Hoy Dios te da una palabra de poder y autoridad, y más vale que tengas tu corazón arreglado para que no desperdicies la bendición. De lo contrario, vuelves a lo mismo, y después piensas que es Dios quien te está fallando. Mejor no te metas en cosas para las cuales tu corazón todavía no esté listo, no sea que todo lo que Dios quería para bien, se convierta en maldición. El poder está en tu mano, pero hasta que tu corazón no esté listo para las cosas de Dios, no vas a poder entrar en ese nivel. Arregla tu corazón.
“Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. 2 Y le acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder acusarle. 3 Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. 4 Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban. 5 Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana.” Marcos 3:1-5
Hay gente que toda su vida camina con la mano seca. Todo lo que tocan se convierte en sal y agua; Por todo lo que tocan, están en problemas, en dificultades; Su mano está seca. Cristo le dice: Extiende tu mano. Aquello era exactamente lo que aquel hombre no podía hacer. ¿Cómo ese hombre pudo extender su mano si probablemente nunca lo había hecho? Una cosa es que tú hayas pasado por una experiencia, y sepas cómo hacerlo; Otra, que hayas vivido tanto tiempo en la situación contraria, que no sepas cómo hacerlo. Para extender su mano, ese hombre tuvo que vivirlo primero adentro, algo en su interior se extendió. Antes que los músculos comenzaran a sanar, algo dentro comenzó a extenderse. Antes de que aquella mano comenzara a cobrar vida y pudiera agarrar, antes que su mano pudiera manifestar aquella palabra, algo dentro del corazón de ese hombre tenía que comenzar a revolcarse, a moverse; Algo que estaba dentro de él, que había estado limitado y que por tanto tiempo había limitado su vida. Cada vez que Dios te da algo que va a contradecir tu experiencia, tú tienes que vivirlo primero adentro; Porque los pensamientos que Él te va a dar, van a contradecir lo que tú estás pensando y viviendo, pero lo que tú estás viviendo nunca va a contradecir lo que tú estás pensando en tu corazón. Por lo tanto, lo primero que Cristo hizo fue hablarle al corazón de ese hombre. Le dijo: Yo no he venido a condenarte, a culparte, a hacer lo mismo que estos religiosos. La religión le seca la mano a la gente porque es la primera culpable en secarle el corazón a la gente; Y cuando un hombre tiene un corazón seco, su mano también está seca. Por eso hay personas que van a la iglesia y no se satisfacen, porque van a la iglesia por religión, a ver si puede pasar, a ver si las reglas se lo permiten o no.
Un día le entregaste tu vida a Cristo, tu vida cambió para siempre, y te fuiste al mundo y volviste a pecar, fallaste; Pero ahora hay un problema: Estás en el mundo, pero no te sientes bien en el mundo. Porque ya no eres el mismo, no hay marcha atrás. Tú has sido sellado con la promesa del Espíritu Santo. No eres la misma persona de antes.