El hombre (mujer) espiritual es aquel que ha nacido del Espíritu y por tanto es una nueva creación de Dios, una hechura de Dios en Jesucristo, su Hijo; dice la Palabra. Parecería contraproducente expresar que el Señor bendice al hombre que ha nacido en el salón de parto de su gracia, pero no hay contradicción. Justamente porque hay otro hombre, cristiano además, por añadidura, que habiendo conocido a Dios a través de Cristo, pugna con él para establecer su propio señorío prefiriendo de este modo ejercer control sobre su vida y dejando a un lado la influencia del Espíritu en ella. Según la Biblia (1 Corintios 3.1-2) este es el cristiano carnal o inmaduro.
A menudo escuchamos expresiones como esta: no tengo el fruto completo del Espíritu; tengo fe, pero me cuesta trabajo expresar el amor; trato de ser bondadoso, pero no tengo dominio sobre mis reacciones y emociones y no puedo contenerme; me enojo con facilidad y sé que doy un mal testimonio. ¿Qué puedo hacer? Amados hermanos, las Escrituras hablan por sí sola en este crucial renglón de la vida en Cristo. Por mucho tiempo yo también pensé de esta manera y llegué a sentirme miserable y lleno de culpabilidad delante de Dios. El fruto del Espíritu es uno y el Espíritu lo da completo cuando uno viene a los pies de Cristo y le entrega la vida. Lo que sucede verdaderamente es que el cristiano carnal vive en la energía de su egocentrismo y su propia voluntad y no en el poder del Espíritu.
Somos conscientes de que hemos nacido de nuevo, pero coqueteamos con la vieja naturaleza y el antiguo yo y no rendimos a Dios aquellas áreas de la vida que tienen que ser restauradas y que él quiere transformar. “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5.22-23)
Hay una verdad irrebatible. Uno se convierte en cristiano mediante la obra del Espíritu Santo y aunque el Espíritu vive en todos los cristianos, no todos tienen el poder del Espíritu porque no le permiten su control y dirección. El fruto del Espíritu es uno y solamente uno. Él lo ofrece sin limitaciones, pero hay una condicionante: hay que vivir en Cristo y descansar en él, permanecer en él. Es la fórmula divina para andar en el Espíritu y procurar el fruto. La única fuente de energía y de poder es el Espíritu de Dios; él confirma que somos hijos de Dios (Ro 8.14-16), él es Dios, (1Co 2.11-12), vino a morar en cada uno de nosotros (Ro 8.9), a convencer a la humanidad de justicia y pecado (Juan 16.8); vino a guiarnos a la verdad (Juan 16.13) y a glorificar a Jesús, el Hijo del Dios viviente (Juan16.14).
El Espíritu capacita e imparte dones para la edificación de la iglesia de Cristo y para glorificar a Dios, no para que el cristiano se vanaglorie a sí mismo. En Cristo vemos el fruto del Espíritu brillar y lo anhelamos completo. Sólo se trata de desearlo con todo el corazón y pedirle a Dios que nos revele aquellas áreas de la vida que no hemos rendido a él. Cuesta trabajo, cuesta sacrificio, cuesta dolor; pero costó una vida inocente, costó una preciosa entrega del Padre y costó el dolor de la muerte en la cruz.
¿Qué significa todo esto? Sencillamente significa que podemos llegar a tener dominio propio, ser mansos y fieles, bondadosos y benignos, pacientes y pacíficos, llenos de gozo y plenos de amor. El Señor no te dio paciencia y a la vez te hizo iracundo; no te creó manso y por otra parte te hizo un amargado de la vida; no puso bondad en tu corazón para que a la vuelta seas un desamorado o desamorada. Te lo dio todo al nacer de nuevo, es un paquete completo envuelto en el celofán de su gracia infinita. El Espíritu mismo te va ayudar a desarrollar el fruto en la medida que te sometas a su señorío y vivas permaneciendo en Cristo.
No te desanimes. El Señor conoce tu corazón y cuando te mira, es como si estuviera mirando a su Hijo amado. Crece, madura, vive gozándote en su salvación, su victoria; tienes el fruto, es sólo un problema de establecer la relación adecuada con Jesús para que el Espíritu te revele esas áreas no entregadas a su señorío y control, y te rindas humildemente, definitivamente, para bendición. Se trata de Jesús. “Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gl 5.24).
La carne es la vieja naturaleza, tropezadero aún mientras estemos en este mundo, pero ya murió. El Espíritu de Dios en nosotros le celebró en la cruz las exequias mortuorias a la carne, le hizo un sonado funeral para exaltar la victoria del Cordero de gloria. Si decides ser espiritual (gobernado por el Espíritu), tu vida cambiará. Dios te bendice.
¡Dios bendiga su Palabra!