No existe ninguna sociedad que haya podido desarrrollarse sin haber educado a su población. La educación es uno de los mecanismos por excelencia para combatir la pobreza y las desigualdades.
Es un taller donde los sueños empiezan a ser realidades, basados estos por los talentos y dones que se desarrollan en el alumno. Y ese cultor de esos talentos, ese guía mal valorado y muchas veces ignorado es el Maestro.
Fíjense que no hablo de profesor. Un profesor es una persona que meramente transmite ciertos conocimientos académicos a sus pupilos y punto. Un maestro es mucho más. Es un guía académico, conductual y personal. Es una persona que inspira y que ayuda a que esas riquezas internas que posee todo ser humano afloren, y de ahí empezar la forja de un hombre o mujer de bien para la sociedad.
Este personaje es meramente altruista. No le interesa el dinero, no le interesa la fama, sino algo mucho más profundo, que es la satisfacción del deber cumplido, al darle a la patria nuevos ciudadanos que colaborarán desde sus áreas diversas al engrandecimiento material, moral y espiritual del país.
Existe un día en honor al maestro, pero no creo en las festividades vacuas. La educación y sus cultores deben ser reconocidos todos los días, igual que los padres, madres, el amor, y tantos otros valores y personajes que constituyen el núcleo duro, nuestra reserva de dignidad eterna.
Cuando el mundo parece colapsar, y todo parece estar bajo tinieblas, y el mal parece ganar, mientras exista un humilde maestro enseñando con respeto a sus alumnos, podremos eventualmente conocer mejores días, donde el amor, la justicia y la solidaridad regirán nuestro actuar.