La vida nos sorprende de formas inesperadas y cambiantes, recordándonos constantemente que nuestro control sobre el tiempo y el espacio es limitado. Aunque a menudo tratamos de predecir y modelar nuestro destino, la incertidumbre sigue siendo una constante. Ni el dinero, ni la fama, ni siquiera una casa sólidamente construida pueden garantizar nuestra seguridad en un mundo en constante evolución.
La complejidad de nuestra realidad se refleja en la política social y el crecimiento económico, donde las certezas se desvanecen en la incertidumbre. Nuestros mejores planes y previsiones pueden verse alterados en un instante. Incluso el futuro, esa aspiración que anhelamos construir con tanto esfuerzo, es un territorio lleno de incógnitas.
Sin embargo, en medio de esta inestabilidad, encontramos un ancla en la fe en un poder superior, en Dios. Es a través de esta fe que podemos construir una patria que emane una libertad genuina y una paz espiritual duradera. Es un llamado a las familias, a la iglesia y a la nación a volver nuestros corazones y mentes hacia lo trascendental, hacia una verdad que trascienda las circunstancias cambiantes. Las iglesias que basan su fe en el único y verdadero Dios tienen la responsabilidad de nutrir el alma y el espíritu humano con una verdad más profunda que trascienda las estructuras y formalidades institucionales.
Es en este punto que emerge una pregunta crucial: ¿Estamos verdaderamente preparados para enfrentar lo que Dios demanda de nosotros? A menudo, la hermandad que profesamos como cristianos se ve ensombrecida por actitudes y comportamientos que contradicen nuestra profunda conexión espiritual. Esta disonancia entre nuestras palabras y nuestros actos revela una condición espiritual que requiere introspección y cambio.
Por eso, es momento de estar alerta, no solo como individuos, sino también como comunidad de creyentes. La llamada a cristianos, líderes, pastores y todos los involucrados en la iglesia es clara y urgente: ¡Cristo está regresando! Sin embargo, su venida nos encuentra en un estado de despreparado espiritual. Nuestras congregaciones, congresos y alabanzas a menudo se quedan en la superficie, sin penetrar en la esencia misma de la adoración. Las lámparas están apagadas, los corazones son tibios y las puertas del alma están cerradas al amor de Dios.
En este momento crítico, la tierra parece resonar con un mensaje divino, una advertencia que nos llama a buscar una vida plena y significativa solo en Dios. Si como iglesia pudiéramos unirnos en una fe común, si nuestra esperanza y amor fueran compartidos, el clima espiritual de nuestra nación sería diferente. La paz reemplazaría al miedo, la prosperidad superaría la desolación y el amor vencería a la incertidumbre.
Como comunicadores de esta verdad, es nuestra responsabilidad exhortar a la comisión de Cristo para la salvación de nuestra tierra. Busquemos que la tierra tiemble no de miedo, sino con el espíritu gozoso de la paz y la felicidad, impregnada del Espíritu Santo en una adoración auténtica y humilde.
En medio de esta incertidumbre, encontramos un ancla en la fe en un poder superior, en Dios. Solo a través de esta fe podemos construir una patria con una libertad segura y una paz espiritual duradera. Tanto la familia como la iglesia y la nación deben volver su mirada hacia Dios en busca de orientación y verdad. Las iglesias que centran su fe en el único y verdadero Dios tienen la responsabilidad de impactar más en el alma y el espíritu humano con la verdad divina, en lugar de enfocarse en estructuras institucionales. Esto es fundamental, ya que todavía no hemos alcanzado la madurez espiritual que Dios demanda. A menudo, la hermandad de la que hablamos como cristianos se ve afectada por actitudes y frutos negativos en nuestras relaciones.
Nuestra condición espiritual es reveladora. A veces, alabamos a Dios con nuestros labios, pero nuestros corazones no se unen en una verdadera adoración. Es crucial reconocer que debemos estar alerta. La llamada a los cristianos, líderes, pastores y todos los involucrados en la iglesia es clara: ¡Cristo está regresando! Sin embargo, debemos estar preparados y vigilantes. No podemos recibirlo con lámparas apagadas ni con corazones fríos. Nuestros congresos y alabanzas deben ir más allá de lo superficial y alcanzar una esencia espiritual más profunda.
La tierra misma parece estar siendo afectada por una divina advertencia, instándonos a vivir una vida plena únicamente con Dios. Si la iglesia estuviera verdaderamente unida en fe, esperanza y amor, el ambiente espiritual sería diferente: lleno de paz, prosperidad y amor. Es nuestra tarea, como agentes de comunicación divina, llamar a la comisión de Cristo para la salvación de nuestra tierra. Busquemos que nuestro país vibre con el espíritu de la paz, la felicidad y la presencia del Espíritu Santo, en adoración sincera y humildad ante Dios.
Las profecías se cumplirán, como está escrito, pero también hay esperanza para las naciones a través del evangelio de Cristo. Sin embargo, debemos ser cautelosos y no caer en la idolatría de líderes egocéntricos. Como iglesia, debemos concentrarnos en un culto de adoración que refleje una relación íntima con Cristo en espíritu y verdad.
La Palabra de Dios es nuestra guía constante, y en ella encontramos paz y dirección. Mantengamos nuestra fe en medio de los desafíos, recordando que «Jesús es el autor y consumador de la fe». Las oportunidades del año 2023 son un regalo de la gracia de Cristo. Establezcamos metas de obediencia, santidad y amor. Como iglesia y como nación, enfrentemos la incertidumbre con la confianza en Dios.
En este bello amanecer de oportunidades, recordemos que solo a través de Cristo encontramos verdadera paz, gozo y alegría. Como líderes cristianos, tenemos la responsabilidad de dirigir a nuestro pueblo hacia los principios que traen bendición. No perdamos la visión, y en momentos de turbulencia, recordemos: «No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí».
Fijemos nuestra mirada en la verdad y la sabiduría de Dios. Concentremos nuestra fe en una vida llena de paz, gozo y obediencia. Trabajemos juntos como iglesia para brindar un mensaje sólido y poderoso a la sociedad, invitándole al reino de la gracia y el amor. Rescatemos al perdido, consolemos al desamparado y vivamos en unidad como hermanos en Cristo.
Pueblo dominicano, la reflexión es crucial en este momento. Cuando perdemos la calma, perdemos la visión. Recordemos siempre: «No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí». Mantengamos nuestra fe y enfoquémonos en construir una sociedad basada en la paz, el amor y la gracia de Cristo.