
En la naturaleza de Dios, para cultivar un púlpito hay que tener una gracia que sólo viene de Dios.
El púlpito no es una plataforma para el lucimiento humano, sino un altar sagrado desde donde fluye la Palabra de Dios. No se trata de talento, elocuencia o experiencia, sino de una gracia divina que capacita y sostiene. Esta gracia no se fabrica ni se estudia; se recibe, se honra y se cultiva en la intimidad con el Señor.
Dios no busca voces bonitas, busca corazones rendidos. No busca estructuras de perfección, sino vasijas quebradas que dependen por completo de Su Espíritu. El que cultiva un púlpito con esta conciencia, no solo predica: ministra vida, restaura corazones, exalta a Cristo y edifica el Cuerpo.
Pablo decía:
“Y mi mensaje y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría humana, sino con demostración del Espíritu y de poder.” 1 Corintios 2-4
El púlpito debe volver a ser un lugar de fuego santo, no de entretenimiento. Requiere oración, santidad, humildad y una profunda reverencia a la Palabra. Esa gracia que solo viene de Dios es la que separa al predicador del que simplemente habla.
Hoy, pidamos al Señor que renueve Su gracia sobre los altares de nuestra vida. Que cultivemos cada palabra con temor reverente, sabiendo que no somos nosotros, sino Cristo en nosotros. Misericordia y Paz.
Señor, gracias por el honor de compartir tu Palabra. Líbranos de hacerlo con nuestras fuerzas. Danos la gracia que sólo Tú puedes dar, esa que cultiva un púlpito con pureza, amor y verdad. Que cada vez que hablemos de Ti, lo hagamos desde la humildad y la dependencia total de tu Espíritu en el nombre de Jesús.