El pragmatismo, en filosofía, es la idea de que algo es verdadero siempre que produzca resultados deseados.1 El valor de una creencia, entonces, reside en los efectos que produce. Por lo tanto, algo debe ser adoptado solo en la medida que nos ofrezca respuestas satisfactorias. Si funciona y nos ayuda a obtener beneficios, entonces esa idea, objeto o método deben ser creídos o practicados.
En un sentido, ser pragmático es ser práctico. Una persona pragmática diría: «Si funciona, tiene que ser bueno; practícalo. Si no funciona, deséchalo». El pragmatismo está detrás de la obsesión por lograr resultados a toda costa.
El pragmatismo está muy instalado en el pensamiento de la sociedad occidental y la iglesia no ha sido inmune a su influencia, a tal punto en que la fe se mide por su utilidad y la vida cristiana, por sus logros terrenales. Ante esta situación, debemos volver a la enseñanza bíblica e imitar la fe de personas como Abel, que perdieron todo en este mundo por agradar a Dios.
El pragmatismo en la iglesia
El cristianismo del siglo XXI sufre la influencia del pragmatismo y esto se puede notar de varias maneras.
Por ejemplo, en el impulso desmedido de las congregaciones por lucir atractivas para los no creyentes, al punto de adoptar prácticas que se asocian más al entretenimiento mundano que a la reverencia y santidad de una comunidad de creyentes. Cuando una iglesia busca, a cualquier precio, ser «encantadora y relevante», entonces algo del pensamiento pragmático ha entrado en ella.
La fe verdadera anhela y espera el cumplimiento de las promesas de Dios
Las iglesias que solo se esfuerzan por ser atractivas al mundo corren el peligro de que sus formas y métodos respondan más al deseo por crecimiento numérico que a las convicciones bíblicas. Además, el mismo hecho de juzgar las iglesias por su cantidad de miembros, sus instalaciones, su influencia o su popularidad es signo de haber adoptado esta comprensión distorsionada.
Sin embargo, el pragmatismo se ha metido en la iglesia no solo a nivel general, sino también a nivel individual. El interés de muchos cristianos por los sermones prácticos y poco profundos también es síntoma de este avance. Pero si hay un aspecto del cristianismo que ha sido afectado en gran manera por la perspectiva pragmática es la comprensión de qué es la fe y qué tipo de vida fluye de ella.
¿Qué es la fe?
En el Nuevo Testamento, los autores usaron la palabra griega «pistis» para referirse a la fe, que también se puede traducir como confianza, y transmite la idea de apoyarse y descansar en algo. En el caso de la fe bíblica, se refiere a apoyarse y confiar en todo lo que Dios es, en todo lo que dice y en todo lo que ha hecho por nuestra redención. La fe es la confianza en Sus caminos, Su cuidado y Su protección; en todo lo que Cristo aseguró en la cruz y en todo lo que somos en Él.2
Sin embargo, para un gran sector de la iglesia hispana, la fe es una capacidad que Dios nos da para librarnos de la adversidad y salir ganadores. La fe es entendida como un poder para obtener lo que deseamos o la llave que permite el acceso a nuestros sueños. Bajo esta mirada, la legitimidad de la fe se evalúa de acuerdo a los resultados y los efectos que produce en términos de prosperidad material y sanidad física. Pero esto es más un reflejo del pragmatismo en la sociedad actual que de la Palabra de Dios.
Con esta comprensión errónea sobre la fe, la vida cristiana es vista como un camino de éxito terrenal, comodidad y hasta de libertad financiera. La espiritualidad y la fe quedan reducidas a un método para alcanzar objetivos definidos en términos de prosperidad y estabilidad en esta vida. Familias prósperas y felices, hijos sanos y educados, finanzas en orden, respetabilidad en la sociedad y larga vida parecen ser los criterios infalibles para determinar el valor de la fe.
Dios es glorificado cuando un pecador renuncia a sus esfuerzos y sabiduría para confiar solo en Él
Aprovechándose de esta distorsión del concepto de la fe, los predicadores del «evangelio de la prosperidad» explican la pobreza, la enfermedad y la adversidad como falta de fe. El diagnóstico para quiénes suelen permanecer en dificultades es que no han creído lo suficiente en Dios.
Esa manera de interpretar la fe y la vida cristiana es defectuosa y dañina para los creyentes, quienes no se sienten dignos de Dios y se perciben como cristianos de segunda categoría por no tener la fe de otros. Todo esto se debe a una mala interpretación bíblica.
Un texto malinterpretado
Quizá el texto que más se usa para apoyar esta comprensión errónea de la fe es: «Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (He 11:1).
Al interpretar este texto, muchos hacen las preguntas incorrectas: «¿Qué estás esperando? ¿Qué es lo que deseas, pero no lo puedes ver aún?» y aseguran: «Si esperas o deseas una promoción en tu trabajo, prosperidad material y abundancia, lo tendrás; porque la fe es la convicción de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve».
Esta forma de interpretación es defectuosa porque pierde de foco el argumento que el autor inspirado viene construyendo en su carta a los hebreos. Si prestamos atención a sus palabras previas, notaremos detalles que sirven para comprender la naturaleza de la fe:
- El autor exhorta a los creyentes a la perseverancia, tal como habían soportado con gozo la pérdida de sus bienes (10:34).
- También les recuerda que tienen una mejor herencia en los cielos (10:34).
- Que las promesas de Dios son seguras (10:37).
- Que Cristo volverá pronto (10:37).
- Y que el justo vivirá por la fe (10:38).
A la luz de estas palabras, podemos entender que aquello que la fe «espera y aún no ve» es el cumplimiento final de las promesas de una herencia celestial y la salvación consumada. En ningún lugar se hace referencia a esperar bendiciones terrenales. De hecho, sería una contradicción que el autor de Hebreos los anime a esperar bienes materiales cuando acaba de elogiarlos por el gozo que tuvieron al perder sus posesiones. Más bien, quiere alentarlos a perseverar en medio de la adversidad, porque el «justo vivirá por la fe» (He 10:38).
Las promesas que la fe espera no están relacionadas con lo terrenal y temporal, porque muchas personas ejemplares en su fe no recibieron lo prometido en esta tierra (He 11:13, 39). La fe verdadera espera aquello que la Biblia dice, no lo que nosotros queramos imponer al texto. Por lo tanto, preguntar «¿Qué esperas y deseas?», como si nosotros pudiéramos escoger los frutos que la fe debería darnos, es un ejercicio fallido de interpretación bíblica.
Un «cristiano exitoso» no es quien sale victorioso en el sentido temporal y físico, sino quien ha puesto su confianza en Dios para el perdón de sus pecados
En última instancia, es Dios quién determina nuestra esperanza y lo que debemos esperar, es decir, la promesa de la justificación por la fe y la herencia en los cielos, en Cristo Jesús. La fe verdadera anhela y espera el cumplimiento de las promesas de Dios. En esa línea, como mencioné al comienzo del artículo, la fe de Abel se levanta como un testimonio contra la fe del pragmatismo actual y enfocada en resultados inmediatos y terrenales.
La fe de Abel
Por la fe Abel ofreció a Dios un mejor sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó el testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y por la fe, estando muerto, todavía habla (He 11:4).
Su fe lo impulsó a ofrecer a Dios un mejor sacrificio que su hermano Caín, como una expresión de su amor por el Señor. Esta fue una clase de devoción arraigada en la fe. Según el relato de Génesis, Dios miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín ni su ofrenda (Gn 4:4-5).
La fe de Abel no le permitió obtener riquezas o bendiciones, ni siquiera una resurrección física inmediata. Al menos el texto no señala eso. Más bien, según la historia, su fe provocó su muerte. Caín se llenó de envidia y mató a su hermano, terminando en ese instante con su existencia en este mundo y con toda posibilidad de éxito terrenal. La vida de fe de Abel acabó con un trágico fratricidio. Así se consumó el primer caso de asesinato en el seno de la primera familia de la tierra.
La fórmula parece extraña: la fe de Abel, en cierta manera, terminó en su muerte. Su confianza en Dios condujo al fin de su existencia en este mundo. Un resultado contrario a lo que muchos cristianos piensan que la fe puede traer. Abel no logró proezas, ni conquistó reinos, ni tapó boca de leones (He 11:33). La suya fue una fe sencilla, sin grandes logros a ojos humanos. Lo único que vemos es que la fe de Abel produjo una devoción tal que Caín en su pecado terminó con su vida.
¿Entonces qué fue lo extraordinario de la fe de Abel? ¿Por qué se encuentra en la lista de hombres distinguidos por su fe (He 11)? La respuesta es sencilla: su fe honró a Dios. Su confianza trajo gloria al Señor, porque sin fe es imposible agradar a Dios (He 11:6). Dios es glorificado cuando un pecador renuncia a sus esfuerzos y sabiduría para confiar solo en Él, y la fe de Abel despertó en su corazón una devoción que glorificó a Dios. Ahí reside lo extraordinario.
La vida cristiana exitosa descansa en Dios y hace de Su gloria la mayor aspiración, aunque sea privada de prosperidad y abundancia terrenal
El pragmatismo de la iglesia moderna quizá descalificaría a Abel por no alcanzar objetivos «espectaculares», pero el testimonio bíblico lo reivindica. El enfoque centrado en resultados de hoy haría que muchos cristianos lo miren con sospecha, pero Dios testificó de su fe y Abel alcanzó testimonio de que era justo (11:4).
Recuperemos la fe bíblica
La fe no puede ser vista como la llave para el éxito, ni el poder para lograr los sueños o para alcanzar una vida de triunfos terrenales. Muchos hombres de gran fe, incluido Abel, fueron perseguidos, encarcelados, maltratados o asesinados (He 11:36-38). Sin embargo, alcanzaron buen testimonio y agradaron a Dios por su confianza en Él. Aquellos hombres descansaban, aún en la adversidad, en que la providencia divina dirigía sus vidas y esperaban la ciudad celestial que el Señor les prometió.
Tenemos que recuperar el sentido bíblico de la fe y no ser llevados por nociones modernas, como el pragmatismo. Un «cristiano exitoso» no es quien sale victorioso en el sentido temporal y físico, sino quien ha puesto su confianza en Dios para el perdón de sus pecados y la salvación de su alma. Su victoria es eterna y espiritual.
La vida cristiana exitosa descansa en Dios y hace de Su gloria la mayor aspiración, aunque sea privada de seguridad, prosperidad y abundancia terrenal. Debemos abandonar el pragmatismo y abrazar la fidelidad al Señor. Tener a Cristo es ganancia (Fil 3:7-8), el verdadero éxito del cristiano.