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Consejos para acompañar al que sufre

La Biblia nos llama a gozarnos con los que se gozan y a llorar con los que lloran, es decir, a tener el mismo sentir unos hacia otros (Ro 12:15). Pero la realidad es que se nos hace más fácil entrar al gozo de alguien que compartir su sufrimiento. El gozo y la risa nos hacen sentir bien, pero el dolor que otro experimenta muchas veces nos incomoda.

Cuando estamos ante el sufrimiento de alguien a nuestro alrededor, sobre todo si es alguien que amamos, queremos servirle ya sea con nuestras palabras o acciones, pero muchas veces no sabemos cómo hacerlo y terminamos siendo insensibles. No obstante, una de las cosas maravillosas que vemos en nuestro Señor Jesús es que Él no ignoraba el dolor. Jesús fue Aquel que se detuvo frente a la necesidad, quien se acercaba al que sufría.

Así que, en seguimiento de nuestro Señor, estamos llamados a servir y alentar a aquellos que sufren, sentir como el otro siente y aprender a llorar con los que lloran. Teniendo esto presente, quiero compartirte nueve consejos para acompañar a otros en medio del dolor.

1. Ora
Una de las mejores cosas que podemos hacer por quienes sufren es orar. Como instruyó Pablo a los efesios: «Con toda oración y súplica oren en todo tiempo en el Espíritu, y así, velen con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Ef 6:18).

La fortaleza, el consuelo, la paz, la fe, la confianza que necesita la persona que sufre solo puede venir de nuestro Señor Jesús. Por eso clamamos a Él

Dios quiere que oremos unos por otros. Nuestra oración por quienes sufren es un reconocimiento de que lo que quisiéramos que ocurra en la vida del otro puede ser únicamente producido por el Señor. La fortaleza, el consuelo, la paz, la fe, la confianza que necesita la persona que sufre solo pueden venir de nuestro Señor Jesús. Por eso clamamos a Él.

Mientras oras, déjale saber a la persona que estás orando. Un mensaje sencillo como «Hoy estoy orando por ti» puede ser de mucho consuelo para el alma del que sufre.

2. Hazte presente
Dios nos creó para vivir en comunidad y vivir de esa manera requiere que estemos físicamente presentes con nuestros hermanos en la fe, sobre todo en los momentos más difíciles de la vida. Podemos aprender esto de los tres amigos de Job —a pesar de que sus consejos y palabras más adelante no fueron las mejores—, quienes «cuando… oyeron de todo este mal que había venido sobre él, vinieron cada uno de su lugar, pues se habían puesto de acuerdo para ir juntos a condolerse de él y a consolarlo» (Job 2:11-13).

A veces tenemos la idea incorrecta de que estar presentes implica tener un discurso que dar, por lo que dejamos de visitar o acompañar a nuestro ser querido que sufre porque no sabemos qué decir. Pero la realidad es que solo estar en silencio ya es compañía para el otro y es lo que más puede estar necesitando en un momento de aflicción. Quizás lo único que necesita es no sentirse físicamente solo.

Muéstrate como alguien dispuesto a estar presente y a servir con su compañía de una manera prudente y oportuna.

3. Sé paciente
Ciertamente necesitamos estar presentes en medio del dolor de aquellos que amamos, pero también debemos aprender a respetar el espacio de los demás. Puede haber momentos en los que la persona doliente necesite estar sola o únicamente con familia cercana, y eso está bien.

No te ofendas porque en un momento tu amigo que sufre te diga que mejor dejan la visita para otro día. Recuerda que no se trata de ti, sino de la mejor manera en la que puedes servir.

4. Aprende a escuchar
El silencio puede resultar incómodo. Por eso muchas veces intentamos llenarlo y acabamos usando algún cliché que suena bien, pero que añade más heridas al corazón ya traspasado.

No necesitamos estar hablando todo el tiempo. Hay momentos en los que la persona que está sufriendo solo necesita un par de oídos que estén dispuestos a escuchar.

5. Ofrece ayudas específicas
Cuando alguien a nuestro alrededor sufre es fácil asumir que ya hay otras personas cuidando de sus necesidades, pero podría sorprenderte cuántas veces no es así.

La Biblia nos llama a ocuparnos de las necesidades físicas de otros: «Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de ustedes les dice: “Vayan en paz, caliéntense y sáciense”, pero no les dan lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve?» (Stg 2:15-16).

Para nuestros amigos que sufren, las tareas cotidianas pueden parecer monumentales. Sin embargo, a menudo no saben lo que necesitan o incluso lo que podría ser útil. Cuando ofrecemos formas específicas en las que podemos ayudar (como llevar un almuerzo, recoger a los niños de la escuela o ayudar con la limpieza del hogar), les estamos sirviendo en medio de su dolor.

6. Evita las explicaciones
No juguemos a ser dios en la vida de otros. Necesitamos evitar a toda costa el decirle las razones por las que pensamos que alguien está sufriendo. ¡La realidad es que no lo sabemos! No sabemos por qué Dios decide llevarse a un hijo, por qué una enfermedad no sana. No sabemos por qué un vientre sigue vacío o por qué un hijo pródigo no regresa a casa.

En lugar de tratar de dar una explicación al porqué del sufrimiento, lleva a quien sufre a poner sus ojos en Cristo y su esperanza en la realidad de que, aunque muchas preguntas permanezcan inciertas para nosotros, Jesús es nuestro lugar seguro.

7. No invalides el dolor
«No llores tanto», «No es tan grave lo que pasó», «Te pudo haber pasado algo peor», «Ya ha pasado suficiente tiempo, deberías estar bien».

Se nos hace fácil emitir juicios hacia los demás porque todos tenemos una idea de cómo deben ser las cosas. Incluso tenemos una opinión de cómo deberían sufrir los demás.

Cuando ha pasado cierto período de tiempo desde un evento triste, podemos pensar que quien sufre ya debió haber seguido adelante superando el dolor, pero esto no tiene por qué ocurrir según como nosotros entendemos que debe suceder. Necesitamos aprender a permanecer a largo plazo. A veces puede parecer que nuestro ser querido está bien y luego algo desencadena el dolor y el sufrimiento nuevamente. En esos casos, necesitamos recordar la gran paciencia y tolerancia que Dios tiene para con nosotros y brindar lo mismo a nuestros amigos.

Jesús, siendo quien es, el Dios del universo, el que conoce el fin desde el principio y en cuyas manos están nuestras vidas, jamás menospreció el dolor de aquellos que sufrían, sino que los encontró en su lugar de necesidad y lo sigue haciendo hoy contigo y conmigo.

8. Ayúdale a mirar hacia arriba
Cuando alguien está sufriendo a nuestro alrededor, nuestra tendencia es decir o hacer lo que podemos para «solucionar» la pena del otro y, como muchas veces no tenemos la capacidad de «arreglar su situación», les señalamos lo que pensamos que Dios va a hacer o lo que les puede dar. Decimos frases como «Dios te puede dar otro hijo», «Ten fe que Dios va a solucionar tu situación económica», «No te preocupes que Dios va a hacer que ese hijo regrese a casa».

No podemos tratar de llevar paz a los corazones que sufren apuntándoles a lo que Dios puede darles, sino llevándolos a Cristo quien es nuestra paz

Y es cierto que Dios puede hacer todo lo que Él quiera, pero aquel que sufre debe poner sus ojos en Cristo y no en aquello que Él quiera o no darle. No podemos tratar de llevar paz a los corazones apuntándoles a lo que Dios puede darles, sino llevándolos a Cristo quien es nuestra paz. No señalemos lo que Dios puede dar o hacer, sino quien es Él. No hablemos de los milagros que Él pueda hacer, sino de Su carácter firme y Sus promesas fieles que no cambian.

9. Recuérdale la verdad sobre el Señor
Necesitamos acompañar, escuchar y servir, pero llegará el momento en el que quien está sufriendo querrá hablar de su dolor. Él o ella traerá sus pensamientos, sus sentimientos y sus preguntas. Cuando ese momento llegue, recuérdale las verdades del evangelio de nuestro Señor Jesús. Con toda probabilidad, no tendrás las respuestas a todas sus preguntas, pero sí puedes apuntarle a Aquel en quien está nuestra esperanza:

Yo sé que mi Redentor, vive,
Y al final se levantará sobre el polvo.
Y después de deshecha mi piel,
Aun en mi carne veré a Dios;
Al cual yo mismo contemplaré,
Y a quien mis ojos verán y no los de otro (Job 19:25-27).

Jesús conoció el aguijón del rechazo. Conoció la tentación, la vergüenza, la pérdida y el dolor. Jesús vino a soportar todos nuestros dolores y penas, nuestro pecado y vergüenza. Él y solo Él es nuestra esperanza segura en medio del dolor. Que nuestros ojos estén fijos en Él para que podamos llevar a quien sufre a confiar en Él.

Fuente:
Patricia Namnún

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