«Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4:20).
Casi todos los días tenemos que perdonar a alguien. Cada momento surgen situaciones que nos hacen enojar, algunas de ellas nos dan motivos para guardar rencor. A veces se generan en el núcleo familiar, otras con amigos, con hermanos de la Iglesia, compañeros de trabajo, etc.
El enojo o el resentimiento pueden echar raíz de amargura en nuestro corazón. Pero esto no termina ahí, si no actuamos a tiempo nos puede llevar a buscar cobrarnos lo que nos hicieron, o venganza. «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Efesios 4:26).
La semana pasada alguien me comentaba lo bien que se sentía practicando las enseñanzas del Evangelio, y cuan consagrado estaba a Dios. Por poco me convence. Hasta que en determinado momento comenzó a decirme lo dura que había sido su infancia, que creció en un hogar desintegrado con muchas limitaciones económicas y afectivas, y toda la culpa se la atribuía a su padre por haberlo abandonado cuando era pequeño. Según él, ese hombre no merecía su perdón.
Sin dudas ésta persona aún no ha entendido que el perdón no se trata de merecimiento, de ser así nadie merecería el perdón de Dios. Cuando alguien que dice ser cristiano niega el perdón a otro, lo que está haciendo indirectamente es negar su eficacia, casi lo mismo que decir al Creador: «¡Tus consejos y mandamientos no sirven!». Y aunque profese seguir a Dios, vive en una mentira. Las acciones hablan.
A causa de nuestros pecados nos hemos alejado de Dios, pero él en su misericordia se acercó nuevamente a nosotros en la persona de Jesucristo para perdonarnos. Y de la misma forma que fuimos perdonados, nosotros debemos perdonar a quien nos ofende. Y no vale usar como pretexto decir que nuestro rencor tiene un buen fundamento, ya que Dios nos ordenó amar a todas las personas, incluso a quienes nos aborrecen y maldicen. A cada instante estamos cometiendo pecados de muerte y El Creador constantemente nos brinda su perdón. Por ello no tenemos el derecho a odiar a nadie, además.. ¿No te parece ridículo negar el perdón a alguien que ya ha sido perdonado por Dios?
Como cristianos que somos procuremos evitar que sentimientos como el odio y la ira entren a nuestro corazón y saquen lo peor de nosotros. No podemos odiar a nuestro hermano y decir que amamos a Dios, porque Dios es amor (1 Juan 4:16). Su palabra nos dice que si verdaderamente lo amamos, obedeceremos sus mandamientos, y él nos manda a amar
«No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18).