– La retractación. Cuando la víctima depende económicamente del abusador o convive con él es posible que niegue el abuso o, si lo ha confesado, se retracte por temor a las represalias. Por otra parte, si el abusador ha cortado los lazos familiares cercanos y le ‘ha lavado el cerebro’, la víctima dirá que fue un error y que el abuso jamás ocurrió, todo ello por el gran temor que siente a la venganza que ejecute el abusador.
– La disociación. Esto ocurre cuando la víctima divide su mente en dos. No es algo consciente. Este mecanismo de defensa le permite vivir la niñez separada del abuso. Quizás también explique los casos en que los niños/as, luego de ser abusados, minutos u horas después, pueden estar felices en una fiesta, incluso en presencia del abusador. Este mecanismo de defensa les permite tener una cuota de paz sin vivir todo el tiempo presas de la angustia.
– El ‘olvido selectivo’. Muchas personas adultas recordarán, en algún momento de sus vidas, hechos dolorosos de la niñez. Esos recuerdos pueden estar propiciados por algún detonante interno (situaciones personales) o externo (circunstancias propiciatorias), sacando a flote toda la carga emocional que estaba ligada a esas experiencias. Cuando aflora el abuso, aparecen las manifestaciones del trauma. Eran situaciones reprimidas pero no resueltas.
En la mayoría de los abusos sexuales infantiles no existen lesiones físicas. La sospecha o la detección se hace con base al comportamiento del niño. Esto coloca al profesional médico, docente o líder espiritual en un terreno difícil porque no puede aportar pruebas claras y concretas del abuso. De ahí que resulta muy importante comprender que lo que se denuncia es la presunción. Será la justicia quien investigará la ocurrencia o no del abuso. La intervención intenta frenar el abuso en caso de que exista, a la vez que evita la repetición del mismo, en el caso de que se compruebe (revictimización).