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Barro con vidrios

Imagínen la escena: Taller de un alfarero. El barro es puesto encima del torno, el alfarero se dispone a darle forma a su obra. No es una obra cualquiera, es la obra de su vida, necesita que quede perfecta, sino, no servirá al propósito para el cual será destinada.

Se sienta y el torno comienza a girar, sus amorosas manos van dando forma a la informe masa, la belleza va apareciendo ante sus ojos y de pronto… Un dolor agudo en su mano, la sangre comienza a mezclarse con el barro, pero no puede soltar, echaría todo a perder y a pesar de su dolor, es más importante que la pieza no se deforme. Al fin puede parar y saca con cuidado un vidrio afilado de la masa. Continúa, no importa cuantas veces sea herido, no va a abandonar hasta que su obra sea perfecta.

¿Te recuerda algo o a alguien? Recuerdas al profeta cuando dijo: “Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”. Jer 18.4

Cuando llegamos a las manos de nuestro alfarero, venimos llenos de cristales, existen cristales de variados tipos y colores, algunos muy atractivos, pero algo que sí tienen en común es que hieren. Los cristales de nuestra vida son capaces de herirnos a nosotros mismo y lo que es peor, herimos a cuantos nos rodean. Pero a Dios no le importa cuantas veces sangren sus manos en su afán por moldearnos para su gloria.

Somos barro inútil hasta que somos tocados por el Artista Divino. “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” 2 Cor 4.7 Aún cuando caigamos una y otra vez, Él va a por nosotros, Él nos rescata de nosotros mismos, Él no mide esfuerzo ni pérdidas materiales, no le importa ni siquiera su vida, Él la da en rescate. Su fidelidad no conoce límites, así es nuestro Salvador.

El día que veas sus manos heridas, reflexiona, si realmente fueron los clavos los que las provocaron o fuimos nosotros los que las infringimos. Necesitas ser una obra lista para el propósito que fuiste creada. Reconozcamos como el profeta Isaías: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro Padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros”. Isa 64.8.

No olvides que llevas su sangre en ti, es ella la que te da vida e identidad. Haz que se note.

Fuente:
Milagros García Klibansky

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