La sociedad dominicana camina haciendo rondas porque nuestros movimientos sociales tienden a ser internamente conflictivos, por lo que en temas puntuales avanzamos de forma muy lenta o nos estancamos, y con frecuencia, sin darnos cuenta, retrocedemos.
Sin dejar de reconocer la importancia de la necesaria búsqueda de consenso y apertura, como la forma más apropiada para avanzar en una sociedad democrática y plural, podemos decir que carecemos de una dinámica social que impulse un avance lineal significativo.
Parte de lo que hace lento nuestro avance social es la abundancia de grupos que con movimientos ensayados y poses aprendidas logran desplegar mecanismos para estancar en su círculo de interés cualquier propuesta encaminada a la solución de los problemas. Su protagonismo solo puede manifestarse en la disensión y en el conflicto, sin lograr avanzar con franqueza y determinación hacia el alcance de soluciones más amplias y comunitarias.
Muchos de nuestros grupos, asociaciones y movimientos políticos y sociales, comenzando por los partidos, son toda una escuela, una cultura que ha creado un liderazgo experto en entorpecer y detener procesos que apuntan hacia el avance y el desarrollo social y económico. Se trata de una cultura prohijada por el clientelismo y el chantaje que ha creado su propio lenguaje: “buscar el bajadero”; ponérsela en China, “acuerdo de aposento”, “buscarme lo mío”, y otros términos.
El perfil de una parte de nuestro liderazgo social tiene entre sus requisitos la capacidad para armar paros de actividades, movilizar personas, hacer piquetes o montar protestas, no importa si existen otros mecanismos más apropiados para lograr lo que se pretende. Aunque todas estas acciones constituyen recursos muy legítimos y, en ocasiones, inevitables, el líder local, conforme a la mentalidad prevaleciente, es empujado a recurrir a ellos, aunque su puesta en marcha resulte ineficaz, imprudente e inoportuna, muchas veces por presiones o búsqueda de arreglos, con frecuencia ajenos al interés mayoritario del grupo que representa.
Estas manifestaciones tienen también su réplica en instituciones del Estado y hasta en estamentos del sector privado, donde mecanismos como el nombramiento de comisiones, notas y declaraciones de prensa huecas, no tanto para aclarar, sino para retrasar procesos y justificar posiciones paralizantes, surten sus efectos retardatarios mientras se acomodan otras situaciones que faciliten el flujo de los intereses particulares.
Estos comportamientos son notables en una buena parte de nuestras asociaciones, sindicatos, movimientos barriales y políticos, los cuales se plantean objetivos a lograr, y en la medida que se aproximan a los mismos, empiezan a surgir desavenencias y a replantearse posiciones que, lejos de hacer progresar lo pretendido, lo que hacen es entorpecerlo, enredarlo y dificultarlo. Es un estilo. Por ejemplo, en educación, mientras el gobierno emprende esfuerzos en forma lineal y progresiva, hay grupos que se aprovechan para convertir un logro en un problema. Ese es su juego.
Que el hecho de hacer más eficiente los mecanismos de recaudación del Estado a través de impresoras fiscales provoque “huelgas exitosas” de comerciantes, no parece concebible. Que desde los mismos partidos surjan los obstáculos para implementar una ley que los regule, desdice mucho de nuestro liderazgo político.
Necesitamos de un liderazgo social y político propositivo que supere trabas y conflictos. Pero también necesitamos una sociedad que valore e impulse al liderazgo que hace propuestas pertinentes y las promueve con transparencia, determinación y sensatez.
Por Tomás Gómez Bueno