Vivir en una actitud constante de alabanza nos mantiene conectados con la presencia de Dios. Cuando llenamos nuestra boca de Su alabanza, no sólo declaramos Su grandeza, sino que también renovamos nuestra mente y corazón. En medio de las pruebas y dificultades, el poder de la alabanza nos levanta, recordándonos que Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza. Como dice el Salmo 71, cuando alabamos, nuestra alma se regocija porque somos conscientes de la redención que hemos recibido por Su gracia.
Aspirar a una vida en el Espíritu es caminar en la luz de Su amor, con nuestros ojos puestos en Jesús. Cada día que pasa es una oportunidad para adorarle en espíritu y en verdad, preparándonos para Su regreso.
La alabanza es nuestra respuesta a Su fidelidad, y la intercesión es nuestra expresión de amor por los demás, pidiendo que también sean alcanzados por Su salvación. Así, mientras oramos y esperamos Su venida, nuestros labios proclaman Su gloria, y nuestra alma encuentra paz en la certeza de Su redención. ¡¡Gloria a Dios!!