La verdadera paz que los seres humanos debemos disfrutar y que es la que llena nuestro corazón es la que Dios nos da través de su amado Hijo, Jesucristo, quien dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tengáis miedo”, Juan 14:27-28.
Se ha estimado que en este mundo solo ha vivido 25 años de paz, y esto se debe a que la humanidad no ha buscado al único que le puede dar la verdadera paz. Han sido infructuosas las gestiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y otras instituciones que trabajan por el establecimiento de la paz en el mundo.
El idealismo que consideraba que con las Naciones Unidas se acabarían las guerras quedó a un lado hace muchos años, porque actualmente mantienen conflictos armados Siria, Irak, Sudán del Sur, Israel, Palestina, Afganistán, Somalia, Nigeria, Pakistán, Egipto, Libia, República Centroafricana, Ucrania, Franja de Gaza, Rusia, India, Birmania, Sudán, República Democrática del Congo, Líbano, Malí, Turquía, Uganda, Azerbaiyán, Argelia, Mauritania, Níger y Mozambique.
Lo más importante y lo que produce tranquilidad, seguridad y gozo es la paz interior que recibimos de nuestro Señor y Dios, a través de su Hijo Jesucristo, quien es el Príncipe de Paz. El apóstol Pablo le recordó a los hermanos de Filipo que “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús,“ (Filipenses 4:7).
Por eso que nuestro mundo lleno de problemas, anhela tener paz. Los que viven en tierras destrozadas por la guerra, miran la destrucción que les rodea y claman por la paz. Algunos viven en países, vecindarios o familias desgarrados por los conflictos, y desesperadamente anhelan la paz. Otros viven en ambientes pacíficos, pero sus corazones están llenos de discordia y desesperación; ansían tener paz mental.
El Señor desea que tengamos paz. El nacimiento de Jesús fue anunciado con el canto que dice: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Lucas 2.14). En las últimas horas que pasó Cristo con Sus discípulos antes de morir, les dijo: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo (Juan 14.27).
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16.33).
¿Por qué no tenemos paz? Por lo menos dos barreras existen: En primer lugar, muchos no entienden qué es la verdadera paz; su concepto de paz se reduce a una situación pacífica o a la ausencia de conflictos. En segundo lugar, la mayoría no entiende que la única paz verdadera, que satisface plenamente y que es duradera, es la paz que viene del Señor.
No pase por alto la palabra «Y». La promesa del versículo 7 está vinculada con los versículos 4 al 6: Si usted se regocija siempre; si usted es «agradablemente razonable» siempre; si en lugar de preocuparse, usted ora; entonces tendrá usted «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento ».
“La paz de Dios” es la paz que da Dios, la paz que solo Él puede dar porque Él es “el Dios de paz” (vers. 9). La expresión «sobrepasa todo entendimiento» es traducción de la frase griega huperechousa («tener [o sostener] sobre») panta («todo») noun («mente» o «pensamiento»).
Significa básicamente “sobre toda mente” o “sobre todo pensamiento”. La palabra podría referirse al hecho de que la mente humana es incapaz de producir la paz que solo Dios puede dar. Es probable que el propósito de la frase sea transmitir un significado más sencillo: La paz de Dios es tan maravillosa, tan asombrosa, que no hay manera como pueda ser comprendida por mentes finitas.
Sin duda la paz que proviene de Dios, o la paz que él confiere. No es lo mismo que tener paz para con Dios (Romanos 5: 1), sino que resulta de disfrutar esa experiencia. Pablo aclara que esa paz se concederá al que vive una vida de oración (Filipenses 4: 6). Puede suceder que el cristiano no siempre esté en paz con todos los hombres (Hebreos 12: 14); pero esa situación no tiene por qué impedir que reciba la paz de Dios en su corazón.
Esta paz se basa en la fe en Dios y en un conocimiento personal de su poder y protección. Brota de un sentimiento de la permanente presencia divina y produce una confianza infantil y un amor confiado.