Jesús estaba allí, en una cruz, crucificado, siendo la burla de todos, aquel hombre al cual miles habían seguido viendo los milagros y sanidades que realizaba, ahora estaban al pie de una cruz, viéndolo morir, algunos decepcionados, esperando que mostrara el poder que había mostrado durante los años de su ministerio, esperando que bajara de esa cruz y les demostrara a todos su magnífico poder y que era el Hijo de Dios. Sin embargo su misión no era hacer alarde de su divino poder, su misión era servir como sacrificio perfecto para perdón de pecados de toda la humanidad.
Un hombre sin mancha, cuyo único pecado para sus detractores fue ser bueno, fue entregado por uno de los suyos, negado por uno de sus amigos, juzgado de manera injusta, condenado simplemente por ser bueno, azotado, avergonzado delante de las multitudes que lo seguían, escupido, castigado, humillado hasta lo sumo, sin embargo nunca se defendió, entendía que su misión en la tierra era ser ese sacrificio perfecto, esa oveja sin mancha que derramaría sangre para el perdón de los pecados.
Ahora vemos a Jesús en sus últimos momentos, en esa cruz, soportando lo que nunca se mereció, pero sosteniéndose en esa cruz solo por amor a nosotros. Nunca le pedimos que hiciera eso, pero Él considero que tenía que hacerlo sin que se lo pidiéramos, porque quería lo mejor para nosotros. Cómo aquel padre que se sacrifica por el bien de sus hijos.
La Biblia dice: “Al mediodía, la tierra se llenó de oscuridad hasta las tres de la tarde. Luego, a las tres de la tarde, Jesús clamó con voz fuerte: «Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos que pasaban por allí entendieron mal y pensaron que estaba llamando al profeta Elías. Uno de ellos corrió y empapó una esponja en vino agrio, la puso sobre una caña de junco y la levantó para que él pudiera beber. «¡Esperen! —dijo—. ¡A ver si Elías viene a bajarlo!». Entonces Jesús soltó otro fuerte grito y dio su último suspiro. Y la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El oficial romano que estaba frente a él, al ver cómo había muerto, exclamó: «¡Este hombre era verdaderamente el Hijo de Dios!».” Marcos 15:33-39 Nueva Traducción Viviente (NTV)
Su último grito junto a su suspiro y su consiguiente muerte derribo la muralla que nos separaba de Dios, el velo del templo se rasgo en dos abriendo el camino hacia el lugar santísimo, aquel lugar que era exclusivamente para uno, para el sumo sacerdote, ahora la muerte de Jesús nos abría el paso a aquellos que nunca imaginamos estar tan cerca de Dios, aquellos que habíamos sido marginados por nuestras imperfecciones y pecados, ahora teníamos una entrada libre a la presencia de Dios a través de Cristo Jesús Señor nuestro.
¡Cuánto amor!, amor que soporto lo más vil del ser humano, amor que lo hizo sostener pese a la vergüenza de morir en una cruz. ¡Sí!, el Hijo de Dios murió de la forma más baja que se podía morir en aquellos tiempos, pero todo fue por amor, el amor que sentía por ti y por mi lo hizo soportar cualquier castigo, y todo para que un día nosotros le permitiéramos entrar a nuestra vida y ser el Señor y Salvador nuestro.
¿Cuál es tu respuesta a tal acto de amor?, ¿Cómo has respondido a tan grande demostración de amor como nunca más hubo?, un hombre sin pecado, muriendo por nosotros los pecadores.
La mejor respuesta que podemos dar a tan grande demostración de amor es invitando a Jesús a habitar en nuestra vida, permitiéndole a Jesús ser el Señor y Salvador nuestro y todo ello se comienza con una confesión de fe, si tu a un no la has hecho quiero invitarte a que repetías allí donde estás la siguiente oración, pero si la repetirás te invito a que lo hagas de una manera honestas, sincera, pero sobre todo consciente de lo que estás haciendo.
Ora de la siguiente manera:
“Señor que estás en los cielos, reconozco que he pecado, reconozco que te he fallado y confieso que soy pecador, que he vivido lejos de ti, que he vivido a mi manera, sin embargo hoy comprendo el acto de amor que hiciste al enviar a tu hijo a morir en mi lugar. Hoy quiero pedirte perdón por mis pecados, perdóname Señor, límpiame, renuévame, cámbiame. Reconozco que moriste por mí en la cruz del calvario y que resucitaste al tercer día. Abro mi corazón para que Jesús entre habitar en Él y haga de mi la persona que Él desee, Jesús hoy te reconozco como mi Señor y único suficiente Salvador. Gracias a Jesús por morir en mi lugar, Gracias Padre por tener misericordia de mi, a partir de este día quiero vivir cada segundo de mi existencia con el único propósito de agradarte, ayúdame a poder cumplir este deseo, dame la fuerza que necesitare, pero sobre todo en los momentos de debilidad hazme recordar que no estoy solo y que tu siempre estarás conmigo, en el Nombre de Jesús te lo pido, Amén.”
Hoy quiero invitarte a vivir cada día con el recuerdo de lo que Jesús hizo por ti, no solo en una fecha en especial, sino cada día de tu existencia, de esa manera obtendrás fuerzas para luchar contra cualquier situación que se te presente, pues recordar el amor que Jesús tuvo hacia nosotros es la mejor y mayor inyección de fortaleza y fe que el ser humano puede tener, ya que recordar lo que Él hizo por mi me hace esforzarme por hacer que su sacrificio valga la pena en mi vida.
¡Jesús murió por mí, ahora yo viviré para Él!
“Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Pues es por creer en tu corazón que eres declarado justo a los ojos de Dios y es por confesarlo con tu boca que eres salvo”.
Romanos 10:9-10 (Nueva Traducción Viviente)