El mal es la antítesis de la santidad y por tanto la antítesis de la piedad. Así que el hijo de Dios aborrece lo malo porque Dios aborrece el mal (paráfrasis de Pr. 8:13).
Si verdaderamente usted ama a Dios aborrecerá toda forma de maldad. Como amaba tanto a Dios, David resolvió que “corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado” (Sal. 101:4). El fiel cristiano no debe comprometerse con lo malo.