
Nunca olvidaré el sermón que escuché en la primavera de 2002, cuando estaba por graduarme del Seminario Teológico Gordon-Conwell. El predicador era Gordon Hugenberger (n. 1948), profesor adjunto del seminario y pastor principal de la iglesia Park Street en Boston. Su texto fue Juan 1:19-23 y Juan 3:28-30. Mis amigos y yo quedamos tan conmovidos por el sermón que uno de ellos (¡gracias, Joey!) grabó un cassette para cada uno de nosotros. Más de veinte años después, todavía hacemos referencia a ese mensaje cuando nos reunimos.
No soy el Cristo
En Juan 1:19, leemos que una delegación oficial de los sacerdotes y levitas fue enviada a Juan el Bautista para hacerle una pregunta sencilla: «¿Tú, quién eres?». Aunque este es solo el primer capítulo del libro, Juan ya era una figura importante. Bautizaba, predicaba, llamaba a las personas al arrepentimiento y generaba controversia. Todos querían saber quién era Juan. Se trataba de un hombre extraño, de vestimenta y hábitos alimenticios peculiares y con un gran número de seguidores. ¿De qué se trataba todo esto? ¿Cuáles eran sus credenciales? ¿Quién era él? Eso es lo que los líderes judíos de Jerusalén querían averiguar.
La respuesta de Juan a su pregunta es tan sorprendente como liberadora: «Y él confesó y no negó, sino que confesó: “Yo no soy el Cristo”» (v. 20). Juan da su respuesta sin reservas y sin dudar. No se anda con rodeos. No pone condiciones. No se va por las ramas. Lo proclama con absoluta claridad: «Escuchen. Permítanme decirles quién soy diciéndoles quién no soy. Léanme los labios: yo no soy el Cristo».
Qué humildad tan admirable, tenemos a esta delegación de líderes, ansiosa por ver a qué se debe tanto alboroto. Mateo nos dice: «Acudía a él Jerusalén, y toda Judea y toda la región del Jordán» (Mt 3:5). Los judíos se preguntaban si Juan podría ser la clase de persona que habían estado esperando: un profeta, tal vez Elías, quizás incluso el Mesías. Lo primero que sale de la boca de Juan es: «No soy el que están buscando».
Qué diferente de la manera en que la mayoría de nosotros nos presentamos y posicionamos. Yo podría haber dicho: «Bueno, técnicamente no soy el Cristo, pero soy muy cercano a Él. No digo que sea igual de importante, pero sí juego un papel bastante significativo. Por cierto, ¿sabían que somos primos?». Juan no hace nada de eso. Él, por el contrario, minimiza su propia importancia. Enfatiza su punto principal tres veces: «Confieso, y no niego; confieso que no soy el Cristo».
Una confesión crucial
Aunque el Dr. Hugenberger era muy respetado como un brillante erudito del Antiguo Testamento, su sermón de capilla para los graduandos fue memorable por su sencillez. A lo largo del sermón, él preguntaba: «Cristiano, ¿qué crees?». Entonces nosotros respondíamos de forma antifonal: «Yo no soy el Cristo». Insistió una y otra vez en la confesión de Juan en el capítulo 1 y luego la relacionó con la declaración de Juan en el capítulo 3: «Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya» (Jn 3:30). Todo el sermón trató sobre las expectativas y tentaciones que enfrentan los pastores, que los llevan a actuar como si fueran mesías. Era exactamente el mensaje que necesitábamos escuchar como futuros pastores entusiastas, celosos y potencialmente ansiosos.
Recuerdo, en particular, cómo Hugenberger comenzó el sermón. En mi memoria, fue algo así:
Quiero presentarles una confesión que es más importante que la Confesión de Westminster o la Confesión Belga. A algunos de ustedes les puede gustar la Confesión de Augsburgo o la Segunda Confesión Helvética. Pero esta confesión es más importante que todas ellas. Sin duda, confiesan el Credo de los Apóstoles y confiesan el Credo de Nicea, pero tengo una confesión para ustedes sin la cual todas las demás confesiones carecen de valor. Esta confesión es absolutamente esencial para tu efectividad en el ministerio, tu gozo en el ministerio e incluso tu supervivencia en el ministerio. La confesión de la que hablo es la confesión de Juan el Bautista, quien confesó con audacia y alegría: «Yo no soy el Cristo».
He predicado una adaptación de este sermón un par de veces (dando siempre el debido crédito al Dr. Hugenberger). He hecho referencia a este sermón durante el proceso de candidatura en cada una de las tres iglesias en las que he servido. Siempre menciono este sermón en la primera semana de mi curso de ministerio pastoral.
Confesar ‘Yo no soy el Cristo’ es esencial para tu efectividad en el ministerio, tu gozo en el ministerio y tu supervivencia en el ministerio
El sermón del Dr. Hugenberger tuvo sus momentos divertidos. Nos animó a desarrollar un ministerio de la ausencia, a faltar a reuniones de vez en cuando, para que la gente sepa que no somos tan importantes. Estuvo bien elaborado y fue bien expuesto. Pero, sobre todo, fue un recordatorio bíblico y sencillo de una verdad que los pastores (y las iglesias) pueden olvidar con demasiada facilidad.
Señales que apuntan al punto central
Les dije a los queridos hermanos de la iglesia Christ Covenant en 2017, cuando llegué por primera vez: «Necesitan saber que su pastor no es el Cristo. Haré todo lo posible por ser fiel, por amarlos bien, por predicar, liderar y orar bien. Pero no soy omnipresente. No soy omnisciente. No soy omnicompetente. No puedo reunirme con todos los que quieran reunirse conmigo. No seré excelente en cada área en la que desearían que un pastor lo fuera. Trabajaré duro, pero no puedo ser el Espíritu Santo en sus vidas. Y no soy Jesús».
Esto puede sonar como un regaño a las personas de la iglesia por esperar demasiado de su pastor. Pero no es así como he transmitido el mensaje (espero), y no es así como el pueblo de Dios lo ha escuchado. Creo que a los miembros de la iglesia les reconforta escuchar que su pastor reconoce sus propias limitaciones. Creo que la mayoría de los cristianos reciben bien que se les recuerde que Jesús es el centro y que los pastores son solo señales que apuntan hacia Él.
Lo que es cierto para los pastores, es cierto para todos nosotros. No podemos hacerlo todo. No podemos salvar a nuestros hijos. No podemos estar en todas partes a la vez. No terminaremos nuestra lista de tareas diarias (o quizá ninguna lista). El universo no se sostiene por la palabra de nuestro poder. Así que, más vale que clavemos esta confesión de fe en la pared de nuestra mente y la enterremos profundamente en nuestro corazón.
Que todo el pueblo de Dios lo diga
Juan era, sin duda, una figura importante, pero en su presentación quiso dejar claro que él no era nadie especial. «Quiero que sepan desde el principio que, uno, no soy el Cristo; dos, no soy Elías; y tres, no soy el Profeta. ¿Entendido?». Cuando Juan finalmente afirma algo sobre sí mismo, dice, en esencia: «Si necesitan algún título, esto es lo que pueden decir de mí: Yo soy una voz» (Jn 1:23). Sin currículum, sin hoja de vida, sin biografía en la solapa de un libro. Solo una voz que clama en el desierto.
El ministerio pastoral consiste en acercar a Cristo y a la iglesia, no en hacer que la novia de Cristo se enamore del pastor
Juan conocía su lugar. Él era una voz que anunciaba al Verbo hecho carne. No era el novio, era el padrino de la boda; lo que significa que el ministerio pastoral consiste en acercar a Cristo y a la iglesia, no en hacer que la novia de Cristo se enamore del pastor.
Todos queremos ser importantes, ser significativos, marcar una diferencia en el mundo, hacer algo que valga la pena. Los pastores tienen esos deseos tanto como cualquiera. No son malos deseos, siempre y cuando nos demos cuenta de que la historia no se trata de nosotros, que el verdadero valor personal surge cuando nos olvidamos de nosotros mismos y que una vida humilde es una vida feliz. La confesión de Juan el Bautista me devuelve a la verdad central e indispensable de que yo no soy la atracción principal, pero conozco a quien sí lo es.
Cristiano, ¿qué crees? Y todo el pueblo de Dios dijo: «Yo no soy el Cristo».