
Vivir adorando no es una emoción, es una entrega.
Es permanecer con el corazón rendido, aun cuando los días se vuelven oscuros y las fuerzas parecen apagarse.
Adorar es reconocer que Dios sigue siendo digno, aunque el alma esté cansada. Es decir: “Padre, no entiendo lo que estás haciendo, pero sigo creyendo que Tú eres bueno.”
Este año quizás no fue fácil. Hubo pruebas, silencios, pérdidas y esperas. Pero mientras muchos se rindieron, tú seguiste adorando… y esa adoración es tu victoria.
Cuando adoramos, los cielos se abren, el enemigo retrocede y el Espíritu Santo renueva la fe.
Porque donde hay adoración sincera, hay presencia, hay poder y hay esperanza.
Así queremos terminar este año: no con quejas, sino con alabanza. No mirando lo que falta, sino agradeciendo lo que Dios ya ha hecho.
Que cada día que quede sea un altar de adoración viva, donde el fuego no se apague.
“Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en Él confió mi corazón, y fui ayudado.Salmo 28-7



