La gracia es un don. No necesito merecerla ni competir por ella. A veces, puedo estar tan absorto en las circunstancias de mi vida que no siempre soy consciente de la gracia que me rodea. Sin embargo, se manifiesta en resultados inesperados, incluso cuando no he elegido el mejor camino.
La gracia también se presenta como oportunidades fortuitas cuando los obstáculos parecían insuperables. A medida que despierto espiritualmente, percibo la gracia con mayor claridad. Al confiar en Dios, sigo la guía de mi sabiduría interna. Vivo en gracia a lo largo de las diversas etapas de la vida, en paz, plenitud y con la seguridad de que Dios está conmigo.
Acepto cada don de la gracia con alegría y gratitud, experimentando cada momento con asombro, serenidad y amor.
«Tú me enseñas el camino de la vida; con tu presencia me llenas de alegría.».Salmo 16-11.