En un contexto en el que la sensación de que nos encontramos en los últimos tiempos se intensifica, se hace evidente la importancia de la oración, el amor y la hospitalidad como pilares fundamentales para los creyentes cristianos. Ante la cercanía del fin de todas las cosas, se presenta un llamado urgente a vivir de manera acorde a esta realidad en constante transformación, marcada por decisiones que abarcan desde el uso de los recursos naturales hasta el ámbito económico y gubernamental.
Las noticias de posibles conflictos bélicos y la incertidumbre generalizada alimentan la expectativa en torno al final de estos tiempos. En este escenario, surge la interrogante de cómo enfrentar esta etapa desde la perspectiva de un cristiano. A través de la lectura de la Biblia, específicamente en 1 Pedro 4:7-11, se encuentran instrucciones valiosas que invitan a mantener una actitud de sobriedad y claridad mental al momento de orar.
La importancia de la oración trasciende la mera forma o tono en que se realiza. En realidad, se trata de acercar nuestra vida a Dios mediante una intimidad profunda y una comunicación sincera. Aunque a veces esperamos que Dios nos hable, a menudo no le dedicamos el tiempo necesario. El texto señala que el fin de todas las cosas se acerca y que los primeros cristianos aguardaban con verdadera expectativa el regreso de Jesús en su propia época.
Las referencias bíblicas, como Romanos 13:12 y 1 Juan 2:18, resaltan la conciencia del apóstol Juan y otros seguidores de Cristo sobre la llegada inminente del fin de los tiempos y la aparición de múltiples anticristos. Estos falsos profetas intentan emular a Cristo y ofrecer una alternativa a su mensaje de paz y vida eterna.
En este sentido, se plantea la pregunta acerca de cuántos anticristos existen en nuestro entorno. Su presencia y su búsqueda de reconocimiento y honra revelan que el tiempo está cerca, y la responsabilidad recae sobre la iglesia, nacida de nuevo en el espíritu y anhelante del regreso de Jesús. Si aún no ha regresado, es porque todavía está esperando, y eso implica que cada creyente tiene una función y un propósito en este tiempo crucial.
El texto nos advierte que habrá burladores que cuestionarán la existencia de Dios y preguntarán cuándo vendrá. Sin embargo, es esencial comprender que la tardanza no se debe a una falta de cumplimiento de su promesa, sino a la paciencia divina. Dios desea que todos se arrepientan y experimenten un cambio radical en sus vidas hacia Cristo. Este arrepentimiento implica un cambio de naturaleza y una entrega completa a Cristo. En este tiempo, vivir de manera consciente y en línea con el fin de los tiempos determinará nuestra eternidad, no en términos de salvación, ya que esta es un regalo gratuito, sino en cuanto a la santificación y el reflejo de la vida de Cristo en nosotros.
Ante esta realidad, se nos insta a mantener una actitud sobria y seria, enfocada en la oración constante. Debemos ser conscientes de que el tiempo se acerca y la eternidad no se detiene por nada ni por nadie. Dios puede manifestarse en cualquier momento, por lo que debemos dejar de centrarnos únicamente en nosotros mismos y considerar las necesidades de los demás. Es un llamado a orar por la salvación de los demás y a despertar espiritualmente a aquellos que aún no conocen a Dios. En este sentido, es importante tener una lista de personas a quienes evangelizar e interceder por ellas.
Asimismo, se resalta la importancia de voltear hacia Dios y velar por las necesidades espirituales, en lugar de enfocarnos únicamente en las soluciones físicas. El velar implica estar alerta y atento a las necesidades de nuestros vecinos, familiares y seres queridos. Es un llamado a enfrentar los problemas desde una perspectiva espiritual y utilizar las armas espirituales que Dios nos ha dado. Es necesario recordar que las verdades espirituales solo pueden ser comprendidas por aquellos que tienen una conexión espiritual con Dios.
La oración se presenta como un privilegio que nos hace cada día más dependientes de Dios. A menudo, preferimos la independencia y confiar en nuestras propias fuerzas y logros. Sin embargo, la oración continua nos permite conocer más a Dios y alinearnos con su corazón. Al orar en sintonía con la voluntad de Dios, nuestros deseos se alinean con lo que Él desea para nuestras vidas. Esta alineación implica reconocer que ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros. Anteriormente éramos esclavos del pecado, pero ahora, con la nueva naturaleza que hemos recibido, podemos decir «¡Ya basta!» al pecado.
El amor también ocupa un lugar central en los últimos tiempos. Se nos insta a amarnos profundamente los unos a los otros, ya que el amor cubre una multitud de pecados. En estos momentos cruciales, los cristianos deberíamos destacarnos por vivir con un amor auténtico y ferviente. Este amor no debe ser superficial, sino basado en el amor ágape, el cual Dios derrama en nosotros. Si realmente creemos que vivimos en los últimos días, es esencial preguntarnos qué puede ser más importante que amarnos unos a otros, ya que pasaremos la eternidad juntos.
En este sentido, se nos recuerda que debemos amarnos como Jesús nos amó, entregándose a sí mismo por nosotros. El amor cristiano no debe limitarse a palabras vacías, sino que debe ser evidente en nuestras acciones. Sin embargo, resulta preocupante observar cómo los conflictos y las diferencias de opinión afloran incluso entre los cristianos. En un tiempo en el que se espera el regreso de Cristo, y en el que se nos urge a amarnos profundamente, es fundamental que nos preguntemos si nuestras acciones están en línea con el evangelio que abanderamos. Si decidimos abanderar una causa, que esa causa sea Jesús.
Es importante tener en cuenta que el amor no nace instantáneamente, sino que requiere esfuerzo y una decisión consciente. Al principio, puede ser un desafío amar de esta manera, pero es una decisión que debemos tomar para obedecer a Dios. A medida que permitimos que Dios llene nuestros corazones con su amor, podemos amar a los demás como él nos ama. Este amor abarca tanto nuestros propios pecados como los de nuestros hermanos y hermanas en la fe. Si el tiempo es breve y poseemos el amor de Dios, debemos aprender a pasar por alto ofensas, grandes o pequeñas, y perdonar de corazón.
El amor también se manifiesta a través de la hospitalidad. Se nos insta a practicar la hospitalidad sin quejarnos, abriendo nuestras casas para que otros puedan compartir una comida y escuchar la palabra de Dios. Ser hospitalarios implica ser generosos y serviciales, mostrando el amor de Dios en nuestras acciones. En un mundo en el que a menudo se valora más la independencia y el esfuerzo personal, debemos recordar que todo lo que tenemos viene de Dios, incluyendo la capacidad de amar,no maltratar y ser hospitalarios.
Además, se nos recuerda que cada uno de nosotros ha recibido dones de Dios. Debemos poner estos dones al servicio de los demás, administrando fielmente la gracia que Dios nos ha otorgado en sus diversas formas. Es importante reconocer que estos dones no son para nuestro propio beneficio, sino para el beneficio de los demás y para la gloria de Dios. Nuestra responsabilidad es utilizar estos dones de manera sabia y generosa, siguiendo el ejemplo de Cristo.
En resumen, en un mundo que parece acercarse a su fin, se nos llama a vivir con una actitud seria de oración, a amarnos unos a otros profundamente y a practicar la hospitalidad sin quejas. En estos tiempos cruciales, debemos reflejar el amor y la gracia de Dios en todas nuestras acciones, reconociendo que todo es para su gloria y poder eterno.
Que en estos últimos tiempos la vida de los creyentes esté marcada por la oración ferviente, el amor genuino y la hospitalidad sincera, para que la luz de Cristo brille en medio de la oscuridad y el mundo vea el testimonio de aquellos que están preparados para el fin de todas las cosas.