Dar fruto, producir frutos, vivir una vida cristiana consecuente con las normas de Dios para su Reino. No es fácil; nunca lo será. Los estándares de Dios son imposibles de cumplir, sin embargo Dios puso en nuestro interior su Espíritu para que, a través de la fe, intentemos expresar la vida de Cristo en nuestro caminar.
El cristiano debe someterse a la autoridad y control del Espíritu para dar frutos, sino se convertirá en un buen religioso y nada más. El mundo religioso está lleno de eruditos de la biblia, de maestros, pastores, sacerdotes y consejeros…pero muy pocos se visten al estilo de Juan el Bautista y se buscan un Jordán espiritual para llamar a los perdidos al arrepentimiento presentando al Cristo vivo, al Rey del Reino instaurado hace 2000 años cuya consumación final vendrá el venidero Día del Señor.
“Dar frutos” no significa trabajar más, no es rendir más en la iglesia en tareas multifacéticas y extenuarte hasta desfallecer, sino multiplicarte en otro discípulo de Cristo al testificarle a los demás de su amor, de su vida, del privilegio de caminar al lado de un Padre tan especial y un amigo tan imprescindible como lo es Jesucristo. ¿Quiere dar una prueba de la presencia de Cristo en tu vida? ¡Mira a tu alrededor y observa cuántos seres que amas andan sin Cristo! Corazones, muchos de ellos, que sólo están esperando que alguien como Ud. se acerque y le siembre la semilla del evangelio.
“Dar frutos” no es andar de campamento en campamento, de discipulado en discipulado, llenando el intelecto y la vida de experiencias emocionales, de recuerdos y actos piadosos. Una vida que da frutos espirituales tiene necesariamente que ser diligente en predicar la palabra de Dios, de apropiarse del poder que sólo da el Espíritu para testificar. Testificar de Cristo es hablarle a los demás del Salvador del mundo, invitándoles a abandonar el pecado como estilo de vida llamándoles al arrepentimiento al aceptar a Jesús por fe. “Y nos mandó predicar al pueblo, y testificar con toda solemnidad que este Jesús es el que Dios ha designado como Juez de los vivos y de los muertos” (Hechos 10.42).
Dice la Palabra que “el justo vivirá por la fe”. Esta fe es salvadora, y adquiere dimensiones sobrenaturales cuando la Palabra de Dios se arraiga en el corazón y el Espíritu Santo nos empodera para que nuevas personas vengan al conocimiento del Señor y se conviertan en frutos que crezcan y se multipliquen en el árbol de la salvación. En esto es glorificado el Padre.
Sólo el Espíritu Santo produce el fruto que le dará a tu vida cristiana armonía, poder, santidad y esplendor (Gálatas 5:22,23). Eso es obra del Espíritu exclusivamente. Mas el reto para todo cristiano, es producir frutos multiplicándose en otras vidas transformadas, proclamando la palabra de Dios a otros, presentándoles la única solución para vencer la impiedad y el libertinaje: a Cristo Jesús, Rey de Reyes y Señor de Señores. Testificar no es solamente ser un testimonio vivo de una vida cristiana ejemplar para que otros te imiten, sino encarnar una vida misional, enfocada en la misión de “hacer discípulos”, de proclamar las buenas nuevas de salvación.
Mi oración es que el Espíritu de Dios te dé las fuerzas para ser un testigo para salvación de otras vidas. Detente y mira los campos listos para la cosecha. Los campos son esos territorios cercanos y cotidianos en los que te mueves: el hogar, el trabajo…etc. Tú tienes el poder del Espíritu, la autoridad del Padre y la presencia de Cristo en tu vida. Es una unción trinitaria que se desborda. ¡Vive para testificar!
¡Dios te bendiga!