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Vida plena para ser mensajeros del único evangelio

Resulta que ahora se ha desatado una ola de nuevos oficiantes y administradores de la gracia. Un nuevo clericalismo está de moda, apóstoles auto proclamados, patriarcas embaucadores y bribones que buscan adoración y reconocimiento entre el pueblo más inocente, más humilde y sensible a la belleza del evangelio. Si Pablo fue Apóstol fue por la voluntad de Dios. Su apostolado le fue dado por el mismo Señor cuando dijo “… él es mi instrumento escogido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los israelitas” (Hechos 9.15). Pablo lo afirmaba de igual manera al escribirle a los romanos. “Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para anunciar el evangelio de Dios” (Ro 1.1) y unos versículos después: “Por medio de él, y en honor a su nombre, recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe”. (Ro 1.5).

Un apóstol es “alguien que ha sido enviado con autoridad para actuar en nombre de aquel que lo ha enviado” (Deiros, P. A. (1997). Diccionario Hispano-Americano de la misión). De manera que si somos movidos por el Espíritu Santo para hacer la Gran Comisión que nos dejó el Señor (Mateo 28:18-20), todos, de cierta manera, hemos sido llamados al apostolado que no es más que “ir y hacer discípulos”, plantando iglesias, predicando el evangelio de salvación, confirmando la fe de los nuevos creyentes, encarnando una vida piadosa de amor y de justicia para testimonio en el nombre de Jesús. Sin embargo, Pablo nos advirtió contra algunos que diciendo serlo, sólo andan buscando lo suyo gloriándose a sí mismo: “Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo” y abundaba: “Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz”. (2 Co 1-13-14).

Dios ha puesto apóstoles en su iglesia (1 Corintios 12.28). El apostolado es un don espiritual. La Palabra debe ser predicada y difundida hasta lo último de la tierra; la iglesia del Dios viviente debe continuar saturando nuestras naciones, pero todo para la gloria de Dios. Jesús dijo que “el enviado (el apóstol) no es mayor que el que le envió” (Jn 13.16). Algunos medios de comunicación permeados de nuevas tendencias a glorificar al hombre y no a Dios, se han encargado de encumbrar y alabar a los milagreros de ocasión. Lamentablemente algunos hermanos en la fe todavía necesitan ver “señales” del Dios altísimo para creer, olvidando que vivimos por fe, “la convicción de lo que no se ve, la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11.1).

No nos dejemos impresionar por la fanfarria y el trapo que se usa para predicar en los púlpitos signados por la milagrería barata y engañadora que pregona la prosperidad de los fieles en proporción multiplicada a lo que se entrega en el “alfolí” de los diezmos y ofrendas. La iglesia de Cristo no debe callar ante estos abusos psicológicos. Prediquemos al Cristo que llamó bienaventurados a los pobres de espíritu y les prometió un Reino, a los que lloran, a los humildes, a los que tienen hambre, a los misericordiosos y a los que buscan la paz (Mateo 5), al que quitó las caretas de la hipocresía a fariseos y falsos intérpretes de la ley (Lucas 11).

Hemos sido llamados a cumplir la misión de “hacer discípulos”, no de nosotros, sino de Cristo. Somos los mensajeros – apóstoles de las buenas nuevas de salvación – por los méritos grandiosos de Jesucristo en la cruz. ¡Créalo! Él nos ha dado la autoridad necesaria en nombre del Padre para derribar todo tipo de fortalezas contrarias al Reino de Dios. ¡Sólo para su gloria!

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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