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Vida plena en gratitud

Hace unos días leí una expresión que me conmovió sinceramente. Decía: «el problema no es ser pecadores, sino no dejarnos transformar por el amor».

Me pareció edificante. El pecado, ese mal compañero que persistirá siempre en apartarnos de la gracia –no lo logrará definitivamente en el corazón redimido por Cristo– no es la causa en sí, sino nosotros mismos. Somos a ratos reacios, incomprensiblemente renuentes a permitir que el amor de Cristo transforme nuestras vidas.

¿Cuál es nuestra mayor razón de gratitud? ¡La salvación, no hay dudas! Un corazón agradecido que late con el pulso que imprime la gracia del Señor permite que Él escarbe en los más íntimo de nuestro ser y realice su obra de amor. ¿Se imaginan si tuviéramos que hacer sacrificios por cada uno de nuestros pecados? Un solo sacrificio bastó, el de Cristo en la cruz, para terminar con la turbación que producía la impiedad, la incredulidad, la ignorancia y el desprecio a la divinidad del hijo de Dios. “Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Jn 2.2). Propiciación significa sacrificio. ¿Cuál es el sacrificio que debemos ofrecerle al Señor? El cantor Asaf nos deja la respuesta escrita en el Salmo: “Ofrece a Dios sacrificio de acción de gracias, y cumple tus votos al Altísimo” (Sal 50.14).

Vivir en gratitud debiera ser un estilo de vida para el cristiano. No puede haber vida plena en Cristo si la gratitud no adorna nuestra palabra y nuestra acción. De las riquezas de su gracia bebemos para ser transformados. Cada día es una aventura y a la vez una nueva oportunidad de gozar de sus bendiciones y de bendecir a otros. “… de gracia recibieron, den de gracia” (Mt 10.8). Por lo general hay un sentimiento casi unánime en el cristiano que dice (y pone en práctica) que es mejor dar que recibir. Pocas sensaciones son comparables con la sensación de dar por gratitud al Señor. Dios ama al que da con alegría (2 Co 9.7) porque hay algo profundamente cristiano en su interior que le mueve a dar por gratitud a quien le ha dado todo.

Hace algunos años fui a una celebración donde se festejaba la reapertura de una amada iglesia en mi país. Sus techos casi centenarios se habían derrumbado por falta de recursos económicos para repararlos, sus paredes ruinosas ponían en riesgo la vida de los muchos fieles de la congregación. En medio de la celebración, su pastor llamó a un individuo sentado en primera fila que intentaba cantar a coro con la iglesia en un “spanglish” que nadie entendía. Su madre le acompañaba. Venían de otro país. En un acto de reconocimiento y movido por la emoción del momento, el pastor dejó escapar una cifra astronómica donada por aquella familia para la reconstrucción de la iglesia. La iglesia aplaudía y el donante lloraba como un niño y con voz entrecortada por la emoción gritaba: It´s the joy of the Lord, it´s the joy of the Lord! (¡es el gozo del Señor, el gozo del Señor!) y repetía en español -¡Gracias Señor, gracias Señor! -. Todos los presentes vimos la gloria del Señor descender por un instante.

La gratitud a Dios trae plenitud de vida en Cristo y gozo al corazón. Que esta semana en que celebramos su Pasión, podamos demostrarlo con acción de gracias.

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas | Ministerio Internacional de Intercesores “La Higuera”, Cuba

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