Edificar nuestra vida sobre la base de principios bíblicos puede en algún momento frustrarnos en el caminar con Cristo. La biblia no es un manual de instrucciones a cumplir sino un caudal de agua viva para beber, un ‘complejo vitamínico’ que fortalece el alma y el espíritu, un energizante espiritual para crecer en obediencia para una vida plena.
Cuando se asume la Palabra sólo como instrucción se corre el riesgo al desaliento porque las normas de Dios no son fáciles de seguir en un contexto donde la sociedad se inventa continuamente patrones, fórmulas y métodos que se enfocan en el rendimiento del hombre como ser social, y no en el Dios soberano creador de todas las cosas.
El gran reto de la vida cristiana es andar por el Espíritu de Dios, es decir hacer las cosas según el Espíritu que nos ha dado vida y nos ha liberado del poder del pecado. Este es un tema crucial para todos los cristianos, no sólo para nuevos creyente. La guerra espiritual es continua y permanente. Somos nuevas criatura a quienes el Espíritu de Dios ha otorgado una nueva naturaleza, pero hay todavía ciertos asuntos carnales cuya solución debemos encomendar al Espíritu de Dios porque provienen de aquella naturaleza corrupta y libertina que solíamos tener. La guerra espiritual existe porque hay oposición, hay un contendiente, un enemigo al que debemos mantener a raya.
Si andamos por (en) el Espíritu, entonces evaluemos cómo anda nuestro “amorómetro” porque el estado del amor (a Dios y a los demás) es el medidor de nuestra verdadera espiritualidad en Cristo, es nuestra ley, es la ley del Espíritu de vida en Cristo. Porque toda la Ley en una palabra se cumple en el precepto: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo.” (Gálatas 5.14). Para los gálatas entonces y para los cristianos de hoy, el recurso es el mismo: el amor.
El amor da muestra de que andamos en el Espíritu, de nuestra vida nueva, de nuestra plenitud. Vida plena es gozo y paz como estados de ánimo permanente en la vida cristiana. Espíritu es amor, es poner en práctica la obediencia en amor que florece como un acto voluntario por la gracia que Dios ha depositado en el corazón a través de su Espíritu. La vida plena es libertad para hacer lo bueno, lo que agrada al Señor, desechando todo deseo a hacer lo malo. Entender la doctrina de andar guiados en el Espíritu no es suficiente, es imperativo ponerla en práctica cada día, aunque sabemos que no es fácil.
Cuando Isaías profetizó el reinado del Mesías expresó: “Y reposará sobre El el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor del Señor” (Isaías 11.2). Este mismo Espíritu habita en nosotros. Permitamos que Él entre a aquellas áreas de nuestro ser a las que todavía nos resistimos y honremos a Aquél que murió para darnos vida, plena y abundante.
¡Dios te bendiga!